No ha habido hasta la fecha ninguna otra escritora en uso del español que se haya hecho con el galardón. La autora de 'Tala' fue, además, la primera voz hispana de poeta -hombre o mujer- en lograr el más alto galardón de las letras. La directora del foro, previsto el jueves en La Magdalena, retrata a la escritora y educadora
Por circunstancias históricas excepcionales, aquella edición del Nobel -diciembre de 1945- tuvo que ser intensa y significativa: Estocolmo reanudaba su solemne ceremonia tras cinco años suspendida, justo los que había durado la Segunda Guerra Mundial. Y quizás para mitigar el rastro de asolamiento que todavía envolvía Europa, sumida en plena contienda solo tres meses antes, volvió la Academia sus ojos a la poesía, lo que no ocurría desde 1923, cuando concedió el Nobel de Literatura al poeta irlandés William B. Yeats. Por tanto, Gabriela representaba también un esperado retorno; y después de su elección, otros nombres de poetas -como Hesse, Gide, Eliot, Faulkner, o como nuestros Juan Ramón Jiménez y Vicente Aleixandre- se hicieron con el galardón, recuperando la lírica su cadencia en el certamen.
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Según recogen los registros, la obra de Gabriela Mistral, que fue autora también de prosa, era sin duda merecedora: «inspirada por poderosas emociones, ha hecho de su nombre símbolo de las aspiraciones idealistas de todo el mundo latinoamericano», justificó la Academia, que destacaba igualmente el contenido humanista, la pureza del sentimiento, la fuerza del estilo y «el vigoroso y apasionado lenguaje -comprimido casi hasta romperse- que fluye en la poeta». En verdad, no puede haber mejor definición de su obra; me atrevo a decir incluso de su persona. Y así, si el objeto literario quedaba de sobra cubierto, Gabriela cumplía también el espíritu fundacional que el propio Alfred Nobel imprimió al certamen, y que quiso incluso expresar en su testamento: al talento creador del candidato había que sumar su legado humanitario.
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El hecho es que Gabriela Mistral, además de escritora prolífica, había sido maestra en su juventud, en pueblos y ciudades de Chile; como también lo fuera Selma Lagerloff, primera mujer que recibió el Nobel de Literatura en 1909 y a la que Mistral admiraba hasta el punto de haberle dedicado una semblanza. A juicio de la Academia, Gabriela defendió en su magisterio -al igual que su antecesora- valores tan destacables como «la misericordia, la maternidad y los alimentos primordiales de la vida humana». Desde su labor pedagógica iniciada en las montañas de Chile, de donde era oriunda, convencida hasta la médula de que la educación podía mejorar la vida de las personas, viajó luego a México como asesora, para ayudar al gobierno de la nación en sus planes de reforma educativa; en la mejora de las escuelas rurales y la creación de bibliotecas públicas. Fueron dos años decisivos para la escritora.
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Así que México quedó indeleble en su recuerdo, e intensificó un impulso viajero que ya no cesó de por vida, alimentado y sustentado a la vez por su intensa labor diplomática. Tras distintas tareas de representación en Europa, fue Gabriela Mistral la primera mujer cónsul de Chile, y desde esta posición relevante expresó sus inquietudes sociales -a menudo a través de su pluma-, difundiendo su visión en favor de un mundo más justo e igualitario. Entre labores diplomáticas pasó en Europa una década decisiva -Italia, Francia, España y Portugal-, hasta que en 1940 la guerra forzó su salida y fue destinada como cónsul de Chile en Brasil. Por tanto, la poeta elegida para el Nobel de Literatura en aquella edición extraordinaria de 1945 no era solo escritora insigne, sino testigo de primera línea de una etapa crucial de la historia del continente.
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Pero volvamos a la poesía, motivo de esta efeméride. Y me viene a la cabeza el ensayo memorable 'Gabriela y Lucila', de la cubana Dulce María Loynaz, otra grande de las letras. Dulce María y Gabriela vivieron una amistad tardía, pero verdadera; convivieron y se conocieron bien. Sostiene Loynaz en su texto homenaje, a la muerte de la Nobel, que ya era poeta Mistral cuando tomó la pluma; es decir, su escritura no tuvo ensayos ni balbuceos como suele ocurrir; fue como árbol que brota del suelo ya con sus ramas y frutos, «y hasta con un nimbo de pájaros que le hacen música propia». Para Loynaz, la joven maestra de las montañas chilenas era ya la escritora consagrada que recibió luego el Nobel ante el júbilo de un continente: «su último libro no es mejor que el primero, ni más profundo ni más puesto en sazón», apuntala.
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La Mistral que recogía el Nobel era leyenda, y el escritor Hjalmar Gullberg, en su laudatio, se remontó a los «poemas de amor dedicados a un muerto» que una joven de veinte años, todavía Lucila Godoy -su verdadero nombre, dedicó a su enamorado suicida. Los 'Sonetos de la muerte' -lúgubres, hermosos e intensos- ganaron cinco años después los Juegos Florales de Chile, consagrando a Gabriela Mistral en el entorno poético americano. Cuando tres décadas después nuestra escritora recibió el Nobel, tenía 56 años y tres poemarios publicados, todos ellos fuera de Chile: 'Desolación' se editó en Nueva York en 1922, 'Ternura' salió a la luz en Madrid en 1924 y 'Tala' apareció en Buenos Aires en 1938, gracias a la determinación de su también amiga escritora, la argentina Victoria Ocampo.
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El devenir de su obra poética es irregular en el tiempo; su edición casi accidentada. 'Desolación' sale a la luz cuando Mistral cuenta treinta y tres años: son poemas de juventud que aluden a los paisajes áridos del sur de Chile, o a alguna experiencia difícil de infancia; reflejan ya su estrecha relación con la naturaleza y su profundo respeto hacia el ser humano. En 'Ternura', Mistral explora la maternidad, rememora la infancia y desvela su idea de amor grande y primigenio, motor del mundo: amor hacia el ser humano y hacia la cultura indígena. El libro reúne rondas, juegos y canciones de la tradición chilena, y aunque en una primera edición la autora se lo dedicó a los niños, sostuvo siempre que no era un libro infantil. Casi tres lustros pasaron hasta la edición de 'Tala', que es ya una voz de la madurez, más segura si cabe en la defensa de sus raíces y evocaciones, donde rinde tributo a su madre fallecida -y con ello a la maternidad- y ensalza lo femenino como esencia poética.
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Debió de ser emotiva aquella edición del Nobel. Mistral acudió de negro, sin más adorno, acentuando su gran estatura, su porte naturalmente austero. Seria y pausada se la ve en un vídeo breve que recoge el momento, recibiendo el galardón de manos del Rey Gustavo V de Suecia. Y escueta también su respuesta: «Hoy Suecia se vuelve hacia la lejana América íbera para honrarla en uno de los muchos trabajadores de su cultura... Por una venturanza que me sobrepasa, soy en este momento la voz directa de los poetas de mi raza y la indirecta de las muy nobles lenguas española y portuguesa».
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Había llegado a Estocolmo desde Petrópolis (Brasil) muy poco antes: se enteró de la noticia en la radio y luego oficialmente. Si quería atender la ceremonia -y sí quería-, tenía el tiempo justo para emprender un viaje de casi veintiún días, enésimo en su vida trashumante pero dotado de una valía que iba a cambiar su destino: en lo literario, el Nobel era reconocimiento, proyección internacional y traducción de su obra; en lo personal, un destello luminoso en una etapa sombría. Porque el negro de su atuendo en aquella ceremonia reflejaba un doble duelo aún reciente: había perdido a su amigo escritor Stefan Zweig, que se suicidó en febrero de 1942 a pocas manzanas de su casa; y solo año y medio después, su propio hijo de dieciocho años, Juan Miguel Godoy -para Gabriela 'Yin yin'-, también se quitó la vida. «De este destrozo íntimo yo no podré rehacerme», escribió.
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Indirectamente, el Nobel concedió a Gabriela una nueva compañía; halló el amor en la norteamericana Doris Dana, con la que vivió en Nueva York hasta su muerte en 1957. Y una década después del Nobel, vio la luz su cuarto y último poemario publicado en vida, al que bautizó 'Lagar' y del que siempre se mostró orgullosa: no sólo era el primer libro de poemas inéditos que la autora publicaba en Chile; según algunas voces expertas, era también el mejor. Para la escritora mexicana Rosario Castellanos, en 'Lagar' las cualidades poéticas de Mistral alcanzan la plenitud, y sus imágenes, metáforas y conceptos siempre aciertan. En el poema 'Atardecer', Gabriela avanza un final irremisible que despacio se avecina: «Siento mi corazón en la dulzura / fundirse como ceras: son un óleo tardo / y no un vino mis venas, / y siento que mi vida se va huyendo / callada y dulce como la gacela». «Las palabras son las mismas con las que Gabriela nombró, desde el principio, la belleza. Pero el misterio late más allá», puntualizó Castellanos.
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Mistral habla de mujeres y naturaleza en 'Lagar', del tiempo y su paso irremisible y de los estados del ser que ella sabiamente describe. Eternamente viajera, su espíritu errático se trasluce en sus poemas, que ella funde simbólicamente en un afán de libertad. «Entre los gestos del mundo / recibí el que dan las puertas (...) / ¿Por qué fue que las hicimos / para ser sus prisioneras?»
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Pero no solo fue poeta Gabriela Mistral, y su obra en prosa es tan valiosa como su lírica, además de más extensa. Es seguro que la Academia sueca la tuvo en cuenta al tomar su decisión. Así lo defiende el lingüista Pedro Luis Barcia en su ensayo 'La prosa de Gabriela Mistral', que reconoce en los fundamentos de la Academia -«símbolos idealistas y aspiraciones latinoamericanas»- una clara alusión a la prosa mistraliana. También el escritor Diego del Pozo, en el prólogo de la antología 'Por la humanidad futura' reflexiona en la misma dirección; Mistral ganó el Nobel con solo tres poemarios publicados, lo que hace pensar que la Academia tuvo en cuenta su obra en prosa, cercana entonces a los 400 textos.
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Estamos en efecto ante un legado prosístico extenso, rico y sui géneris; con piezas de muy diversa concepción que devienen en prosa poética y poemas en prosa, en cuentos o estampas, en elogios, motivos y recados... Fue Gabriela entre otras cosas una activa periodista, con decenas de artículos y ensayos muy variados que vieron la luz habitualmente en los diarios de la prensa internacional.
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Especial belleza e interés revisten sus comentarios de libros o sus semblanzas, aportando información histórica de valor y la visión personal de la escritora. Y desde luego resulta constante en su prosa -tanto o más que en su poesía- ese rasgo de chilena errante, esa avidez insaciable por descubrir destinos, que reconocen en ella quienes la trataron.
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Conviene aquí repasar su interminable periplo, que arranca, como dijimos, en México en 1922. En 1924 viajó por primera vez a Europa, pero fue dos años después cuando se instaló en Ginebra para trabajar en la Sociedad de Naciones. Tras Suiza, pequeños pueblos de Francia e Italia. En 1933 fue nombrada cónsul de Chile en Madrid; en 1936, en Oporto, y dos años más tarde, en Niza. Su carrera diplomática la llevó a Brasil en 1940, a Los Ángeles en el 45, a Santa Bárbara en el 47 y a Veracruz dos años después. Nuevo intervalo en Italia, para instalarse en Florida en 1952, y un año más tarde en Nueva York, último destino y lugar de su muerte. Gabriela compaginó sus quehaceres diplomáticos con la escritura.
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«Como siempre, al cabo de dos o tres años, siente impaciencia por cambiar de sitio, por salir al mundo», admitió Palma Guillén, amiga y secretaria de Mistral en la década europea. Aquel trasiego infinito, aclaraba, era en realidad quimera: «la búsqueda, en todos los rincones del mundo, de otro valle de Elqui». Impresión similar a la de Laura Roig, maestra y compañera de Gabriela en su etapa chilena: si había una fuente nutricia para la escritora era «la madre que yace», que así llamaba la Nobel a la montaña que la vio nacer. Nadie duda a estas alturas que la impronta viajera, con tantas gentes y destinos, influyó en su obra: «En Francia, afinó su prosa... En España adquirió la gracia de la lengua del romancero. En Italia..., bueno, en Italia yo creo que todo influyó en ella», escribió Palma Guillén.
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Lo cierto es que volcó sus peregrinajes en un sinfín de palabras compuestas con mucho talento, cientos de hojas escritas donde nos dejó sus encuentros y escenarios; donde trazó biografías y trazos de su imaginario poderoso; donde esbozó sueños y anhelos, repartió cariño y elevó recuerdos. Y en cada inflexión de su pluma -que era extensión de su alma-, había un sentido, una verdad, un suave soplo ancestral de madre naturaleza: el sol y el valle, el aire o la flor, el cielo estrellado en la noche, la rama, el nido, un olor... En todo halló Gabriela respuestas.
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La poeta de 'Desolación'. La voz de vigoroso pensamiento social. La escritora y pensadora original por la justicia y la paz, la mujer, los indígenas y la tierra. La autora que centró su visión y pasión en América. Gabriela Mistral (1889-1957) abarcó muy diferentes géneros, de poesía hasta ensayo y literatura infantil. En sus escritos vibra la preocupación por la educación, la igualdad y la justicia y por su amor por la naturaleza. Una disección de la figura y el legado de la autora de 'Tala' y 'Lecturas para mujeres', diplomática y pedagoga, vertebrará la Jornada institucional, Encuentro y Homenaje, que el próximo jueves acogerá la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Dirigido por Teresa Zataraín, periodista y editora, que publicó el pasado año la antología 'Un puñado de afectos profundos', el foro reunirá a personalidades e instituciones que ahondarán en la huella de la poeta. Organizado por Fundación Chile-España y Creotz Ediciones, con el patrocinio de Fundación Banco Santander, tiene como eje la conmemoración del 80 aniversario de su Nobel de Literatura. Diego del Pozo, Agregado cultural de la Embajada de Chile en Francia, autor del libro sobre Gabriela Mistral, 'Recados completos', impartirá la lección inaugural. Un protagonismo especial se reserva para la obra 'De Mujer a Mujer. Cartas desde el exilio a Gabriela Mistral', de la serie Cuadernos de Obra Fundamental de Fundación Banco Santander. Chile, País Invitado en la UIMP durante este curso, da cabida a esta sesión que se complementará con una Velada Poética en el Palacio de la Magdalena.
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Por Teresa Zatarain