No es el miedo, es el amor

Fuente: https://www.elmundo.es/opinion/columnistas/2025/07/07/6868dfc3e85ece16528b456d.html

Hay gente que, a pesar de las últimas espinas, agarra la rosa. Escribía Joan Margarit: "Cuidar al que se ama no es un sacrificio, sino un raro privilegio".


Sabes que te has pasado otra pantalla de la Play Station el día en que te dejan el asiento en el bus por primera vez, cuando prefieres cenar un yogur antes que un solomillo o cuando empiezas a observar que toda esa gente que hasta hace muy poco te preguntaba por tus hijos adolescentes ahora ya te pregunta semanalmente por tus padres octogenarios.
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¿Cómo está tu madre de la cadera operada? ¿Qué tal tu padre con el riñón? ¿Cómo llevan lo de la residencia? ¿Todavía conducen? ¿Pero a quién se le ocurre dejarles conducir a esa edad?
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Y tú les contestas un poco poniéndote en su piel, hablando de ellos, claro, pero también hablando un poco ya de ti. Porque sabes que esa hernia, ese stent o esa soledad van ser las tuyas (en el mejor de los casos) pasado mañana.
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Hablamos del paso del tiempo como ese insobornable tirano, como ese implacable dentista que te va a arrancando las piezas. Un dentista que unos días se te va llevando a cierta gente que quieres y a la que ya solo puedes ver en un álbum. Un dentista que, poco a poco, va procediendo a la extracción de la salud, de la movilidad, de los años laborales, de la vista. Un dentista, el Señor Paso del Tiempo, que otro día te va quitando la memoria.
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Allí los tienes. Los viejos tuyos como un spoiler del viejito que acaso serás.
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Hablo del amor al otro. Hablo de todos esos que, pegados a una cama o en una habitación de hospital, no solemnizan el yo, sino al prójimo.
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El poeta Joan Margarit vio morir su hija Joana a los 30 años de una extraña enfermedad. En uno de los homenajes más hermosos al amor paternofilial, escribía: "Cuidar al que se ama no es un sacrificio, sino un raro privilegio".
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Y yo veo a algunos amigos y amigas estos meses crepusculares y entiendo lo que decía Margarit.
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Gente que, a pesar de las últimas espinas, agarra la rosa.
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Gente que se arrima a la deflagración sabiendo cómo quema el frío que asoma.
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Padres y madres que andan libando ese raro privilegio e hijos que lo mismo.
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Por ejemplo, Ana y sus hermanas estuvieron en la noche del miércoles al jueves cogiéndole la mano al padre hasta que este murió, esas mismas manos con las que aquel hombre las elevaba para que no pisaran los charcos. Esas mismas manos que fueron la primera carta de navegación. Esos mismos brazos que fueron las primeras ramas y la última raíz.
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Por ejemplo, Javier lleva haciendo lo mismo durante varios meses con su madre. Su madre ya casi no sabe quién es. Pero él -que no sabía cómo se comportaría llegado el momento- acaba de descubrirlo y es hermoso.
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Y así tantos.
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Cuánto desgasta querer así, pero qué alucinante espectáculo.
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Siempre pensé que el principal motor del mundo era el miedo, pero acaso estaba equivocado (o solo estaba hablando de una oscura parte del mundo). A partir de los 50, la pregunta no es qué dejas de hacer por miedo. Sino qué serías capaz de hacer por amor.
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Por Pedro Simón José Aymá