Los versos de Joseph Brodsky, el Ovidio moderno de hormigón soviético

Fuente: https://www.elmundo.es/la-lectura/2025/07/08/6862cd8f21efa0527b8b4591.html

Obligado al exilio y a crear en una lengua ajena, el Nobel ruso logró que de su conciencia insomne de la dimensión sagrada de la poesía, la lengua y la existencia humana, brotara un canto que suena a lamento metronómico, a invocación hipnótica, a plegaria oracular embriagada de un hedonismo vital.


Joseph Brodsky llegó a Estados Unidos con una maleta prestada y un idioma a cuestas, como un Ovidio moderno de hormigón soviético. Con esa imagen comienza más de una biografía del poeta ruso que, tras ser expulsado de su país por "actividad antisoviética", acabó no en Tel Aviv, como las autoridades soviéticas pretendían, sino en Michigan. Este no era su primer destierro: años antes había cumplido dieciocho meses de condena en Arjánguelsk por tuneiádstvo ("parasitismo social"). Pero sí fue el exilio definitivo, una apertura forzosa a un paisaje lingüístico que hasta entonces conocía solo por la letra impresa o mecanografiada en samizdat.
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El bien más preciado que se llevó consigo fue su talento. Ser un escritor exiliado, escribió, es como ser un perro lanzado al espacio en una cápsula que resulta ser tu lengua. Y la suya se escribía en otro alfabeto. Pero si la lengua es nuestra primera patria, los poetas habitan también otra que desatiende las fronteras. Eliot, Donne, Marvell, Frost o Auden eran tan compatriotas suyos como los grandes nombres de la tradición rusa.
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De esas afinidades electivas, de su formación autodidacta, de su individualismo emancipado -"prefiero los árboles al bosque en su conjunto"-, de sus lecturas marginales, de los oficios más diversos, del granito de su ciudad natal lamido por aguas de ríos y canales, y de una conciencia insomne de la dimensión sagrada de la poesía, la lengua y la existencia humana, brotó un canto que suena a lamento metronómico, a invocación hipnótica, a plegaria oracular embriagada de un hedonismo vital.
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s. "Escribir poesía sin rima es como jugar al tenis sin red", decía, citando a Robert Frost. Porque para él, por encima de la imagen o del contenido, estaba la estructura: el andamiaje que convierte un texto en expedición lingüística, en forma de pensamiento. Por eso, en el primer libro que pudo publicar en ruso tras su exilio, puso sus traducciones de Donne en pie de igualdad con su obra original. Y por eso mismo, esta antología -respetuosa en su criterio, ambiciosa en su alcance- se sostiene como un gesto de fidelidad a esa visión.
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"Ser un escritor exiliado", escribió Brodsky, "es como ser un perro lanzado al espacio en una cápsula que resulta ser tu lengua"
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Poemas como "En el centenario de Anna Ajmátova", "A un tirano", "Noche de invierno en Yalta", "Elegía mayor a John Donne" o "Una canción" ("¿De qué sirve el olvido/ si le sigue la muerte?") ilustran bien esa tensión entre forma y desgarro, entre retórica clásica y lucidez existencial. Brodsky no escribe para consolar ni para encantar: escribe para pensar. Y, como subrayó Auden en el prólogo que le dedicó al recién llegado del Este en su primera edición en inglés, lo que se le pide a un poema es que sea un objeto verbal bien construido y que revele lo común desde una mirada singular.
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Eso es lo que ocurre en estas páginas. La poesía de Brodsky, aun traducida, aun leída fuera de su patria y de su tiempo, conserva su gravitas: una gravedad que no pesa, sino que da peso. Como esa nevada en Yalta: "Flotan copos casi invisibles/ de nieve mientras pido al instante: ¡Detente!/ No eres maravilloso, sino irrepetible".
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Por Marta Rebón