Fuente: http://diariodelosandes.com/index.php?r=site/noticiasecundaria&id=20193
Nacida al lado del río Escalante, Heredia Rita Méndez Acevedo, proviene del seno de una familia de clase media conformada por Laura Joaquina Acevedo, prestamista, considerada el “primer banco” de Santa Bárbara de Zulia y su padre Andrés Méndez Blanco, un mediano productor agrícola. Realizó su primaria en la Escuela Ana María Campos y al egresar de sexto grado, se desempeñó como maestra tanto en Santa Bárbara como en la Hacienda Bolívar.
A los 15 años de edad, contrajo nupcias con Elías Fuentes, uno de los dirigentes sociales emblemáticos de El Vigía, con quien compartió 56 años de su vida y procreó 10 hijos, siete varones y tres hembras, además criaron como hija a una niña que adoptaron proveniente de los Pueblos del Sur del estado Mérida. La historia terrible de su vida está representada en la pérdida trágica de una de sus hijas, siendo una niña, en un accidente de tránsito y la muerte por una supuesta mala praxis médica de su tercer hijo, Henry Fuentes, a los 38 años de edad, en el momento que este se destacaba como uno de los más prometedores profesionales de la comunicación social en el estado Mérida; a ellos, hay que sumar la muerte de dos hijos más, por causas naturales. Si bien, cada una de la muerte de sus hijos le ha destrozado la vida y la han llevado hasta cuestionar a Dios, ha sacado fortaleza para no dejar de ver el lado positivo de la vida y expresarlo estéticamente en palabras metafóricas y giros lingüísticos cargados de humor. El Vigía, una historia hermosa En la década de los 60, junto a su esposo e hijos llegaron a El Vigía, trayendo un proyecto familiar denominado “La Incubadora Vigiciana”, que fue puesto en ejecución con grandes perspectivas económicas, siendo hasta ahora la única incubadora de pollos que ha existido en El Vigía y probablemente en el Sur del Lago de Maracaibo, pero la empresa fracasó debido a los constantes cortes y apagones eléctricos que afectaban a la población. La quiebra de esta empresa afectó su estabilidad familiar hasta llegar a quedarse sin vivienda, pero la solidaridad y apoyo que recibieron de diversos pobladores y en especial de comerciantes que les tendieron su mano a través de préstamos personales que les fueron otorgados sin ninguna garantía, y préstamos bancarios gestionados por amigos, les permitió adquirir un galpón, donde comenzaron a criar gallinas y vender huevos, adquiriendo posteriormente un camión para su distribución. De igual manera se hizo propietaria del espacio de la floristería que hizo su fuente de trabajo y en la cual se encuentra el asiento de su hogar. Por ello que Heredia Méndez considere a El Vigía y su gente, la historia hermosa de su vida. La cotidianidad hecha poesía y humor Nada más agradable que una conversación con Heredia Méndez. Cuando se habla con ella quedan expresados diversos sentimientos, la soledad, la vida, la muerte, el amor, la vejez, pero en esencia la reivindicación de una vida digna que ensalza valores como la sencillez, la humildad y la generosidad. Comenta que sus hijos siguen insistiendo que se retire de su trabajo en la floristería, por su edad, ella les responde con versos humorísticos así: “Los hijos míos me dicen: Mamá, -¿qué haces tú? / Esta floristería ya no es negocio / pero yo aquí conversando / es donde gozo. / Si en quince días hago un ramito / todavía me quedan bonitos. / Si en un mes hago una corona / ese dinero lo estoy reuniendo pa’ ir a Roma / pero si en el mes hago dos: /me compro un pollo con arroz”. Por otra parte, uno de sus hijos le ha pedido que se vaya a vivir con él, al sector El Paraíso, conocido antiguamente como El Raicero y ella se niega con reticencia: “Que vengan hacia mí los azulejos / porque yo llevar pa’ El Raicero, no me dejo. / Ni cuando tenga cien años / que todavía voy a poder brincar los charcos. / A los ciento veinte me voy pa’ El Raicero / a matar bachacos”. El amor maternal se desparrama ante hijos y nietos, se pone en evidencia ante la nieta que ha crecido y se hace mujer y de manera comprensiva le brinda apoyo: “Fabiola, se ve que estas muy sonrosada, / se ve que estáis enamorada / no te dé pena, no te dé nada, / que a esa edad tu abuelita, ya estabas casada”. El verso puede ser hiriente, pero el humor lo suaviza, por ello al recriminar la ausencia a sus seres queridos, crea este chascarrillo: “Oscar, no esperéis que te escriba / No te estoy pidiendo ropa ni comida / Solo el periódico que ustedes leen / y lo botan al otro día. / Pero si no te da la gana / envolved el periódico en una piedra / y tíralo por la ventana. / Pero como mirar no te cuesta nada / vea que tu madre, en ella no esté asomada”. - See more at: http://diariodelosandes.com/index.php?r=site/noticiasecundaria&id=20193#sthash.D94tyuxK.dpuf
Eudes J. Blanco P..-