TOMÉ MARTÍN, CÉSAR
España
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LOS ESPEJOS DEL FUEGO…

Los espejos del fuego me ofrecen tu silueta,
amor de tiempos, y me vienen grandes
las noches, esta espera tan antigua y vidriosa,
color tabaco como de silencio.

Noches súbitas, noches sin flor en la solapa,
noches diseñadoras de lágrimas, de cartas
con final de ciudad
incapaz de acunar variaciones de otoño,
noches para invitar a la querida
fotografía a un trago,
y al santo traficante de ironía,
y al gato señorito de mirada ilegal.
Noches desorientadas,
para soñar que ato el poemario al ciempiés,
que paseo a menudo con estatuas hermosas
que desean casarse,
noches en la manía metálica del viento.
Noches de sal y adelfa,
que firman cosas tontas o mitades
y mienten a la lluvia que nos vio
y trizan los originales todos, como suicidio.

Nada. De nada sírveme saber
que no pululan aires extranjeros,
musgo de adioses ni renuncios
en el decir de los enamorados.

Ni me basta con recordar tu boca, la alta caligrafía de tu boca;
el cine de butacas nuevas donde aprendimos
a mirarnos igual que páginas seguidas,
el paseo sin sombra y de cabellos largos y el abierto licor,
y la luna de yema que conoce
bien tus rebeldes pechos de azahar y mi espalda,
que nos conoce bien.

Pues es mucho, mujer amor, estar
sin ti. Cuánto desorden
para la pretensión de una mirada,
frialdad para un abrazo,
holgura de dolor para un latido.

Estar así,
estar oscuro; y ¡paf! romper
esta luna de siempre en pedazos de nunca,
que sólo el viento puede consumir.

TOMÉ MARTÍN, CÉSAR

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