Pérez Álvarez, Juan Manuel
España
Lecturas: 113


EL MILENIO
La piel del dolor gotea a las lejanas estrellas
Derribadas en transparencia incierta que nos mira.
Por las pupilas incendiadas corren tigres misteriosos
Son los vientres oprimidos del oráculo del tiempo.
La increada estación padece una muy frágil memoria
En los ojos y manos suaves del campo siempre sonoro,
Pero al cristal del cielo donde anida el principio del año,
Se le han pegado estucos de hierro en forma de águilas negras,
Se han unido mosaicos de dioses reducidos a luciérnagas,
Y el sol y la luna atraparon brillos de metal esclavo,
Y el mundo ha mostrado al mundo un traje de luto hipócrita,
Pues una polilla afilada horadó de nuevo, con inflamada experiencia,
Los tristes esqueletos de los barcos varados en el torrencial silencio.
De una costa sin luz emigraron los divinos muertos del pasado extinto,
Con las monedas de corazón duro saltando de las bocas incendiadas;
Incluso los terrestres animales, despojados de inteligencia,
Han abierto las cárceles del alma y han liberado a sus elementales reinos;
Incluso, santos y ascetas, han parecido sonámbulos
Mientras los mendigos fantásticos dejaban su puerta entreabierta.
A través de los claustros del misterio se cruzaban las prostitutas con los héroes,
En periódicos archivos de soledad las letras tiemblan de frío grávido,
Los enfermos de los hospitales lucen un anillo de oro en cada dedo que nos toca,
Por las calles ríos de música quiebran la paz de bancos y estanques ahogados.
Puedes rasgar, oh congraciado tiempo, profeta y poeta libre,
Dios eterno de humana luz vestido, humillado,
La ilusión de los templos vacíos, y las vanas academias
Donde se adoran los nombres de quienes nunca negaron la vida,
Pues su libro estaba escrito en la sangre mutilada de los siglos,
Que fueron corderos mansos de gozo a sus manos aliviados.
Muchos hubo que vistieron su vergüenza con espectros
Con oxidados signos que herían los senos maternos,
Muchos hubo que negaron la palabra de esperanza
A los desvalidos niños
Exiliados de su oscuro mundo.
Las ventanas se han abierto en los sentidos,
Y las fundidas cadenas se derriten al calor de un abrazo verdadero,
Y se aprecia cómo los vivos no caben en las fosas ausentes,
Y cómo no se acomodan los paraísos a los cementerios.
Este es el gran milagro: no aprendimos lo que sabemos,
Sino que nos fue revelado el interior de nosotros,
Con sus normas que escribieron las penas del condenado
Hemos figurado el mundo con trascendencia de fuego.
Por las ruinas de la música aún soñaban los pastores las canciones,
Cuando del círculo terrestre se descolgaron los teatros de muñecos,
Y todavía el último actor se fingía entre estertores
Cuando abandonaron la nube de voces los escenarios polvorientos,
Y los uniformes de vomitivo lujo
Se quemaban gritando en las olas del misterio,
Y la riqueza de los paladares del venenoso humo
Se clavaba a la melancolía de los muertos del sueño.
Así, con familiares dolencias, compartidas y en tinieblas,
Alegraron las almas creativas de los abismos ciertos del universo,
Como si nada hubiese acontecido separándolos,
Como si siempre el hombre en otro origen hubiese habitado su primer cuerpo.
DE "EL MILENIO Y OTROS POEMAS"
Pérez Álvarez, Juan Manuel