Cabañero, Eladio
España
Lecturas: 9.745


CONVERSACIÓN CON UN AMIGO (de Recordatorio 1961
Para Juan José Villena
Vamos a hablar, amigo, de lo nuestro,
de esta racha difícil que sufrimos
de incomprensión y de desesperanza...
somos del mismo pueblo. Trabajando
le hemos comido algún terreno al tiempo,
hemos sorbido orujos, escaseces,
estratos muy amargos a los días
anónimos y oscuros de los pobres.
Allá enterrados bajo la corriente
van nuestros años, nueve-veintiocho,
que impartieron herrumbres invisibles
cual sequías dolorosas que cayeran
sobre una desolada agricultura;
mala racha saltada a duras penas,
lenta y calladamente, cuyo esfuerzo
nos tiene derrotados desde entonces.
Fue aquella vida falsa paz con hambre,
ametrallada paz, desvalimiento
de niños que sufrieron con nosotros.
Agobiadoramente sucedíanse
los días con bombillas que se apagan
sobre la mesa familiar sin padres,
sin amor, sin ayuda, sin sol nunca
en aquel cielo sucio que cubría
de anocheceres largos nuestro pueblo.
Así el tiempo nos puso pensativos
y nos marcó en la frente un imborrable
signo de humana bestia apaleada,
que aunque la juventud trajo imprecisa
otros días de amor y pura magia,
amor, por parte nuestra por lo menos,
ocasionales gozos, siempre estamos
temiéndonos un mal, alguna muerte.
Mientras la vida afila sus mil astas
contra gente que lucha, mientras siento
que me estoy acabando y no he cumplido
con mi palabra, con nuestras palabras,
aquí estamos pagando, amigo mío,
el alto precio de existir, sin fondos
que nos alcancen para tantas pérdidas.
Bien sabes tú que somos exigentes
con nuestras fuerzas y nuestra conducta,
sabemos que buscamos el momento
de hacer el bien, de echarnos a las calles
para acabar con los que nos prohíban
cantar unidos, avanzar unidos
en compaña y amor. Pues ya no basta
vivir cobardemente, estar durando,
morir sin ofrecerse en sacrificio,
sin ser dignos del polvo que seremos.
Después de un año ausentes, para fiestas
damos la misma vuelta por el pueblo
y, al paso, “buenas noches” saludamos
a nuestros convecinos, bravas gentes
que se dejan vivir y hasta quién sabe...
Damos la misma mano al conocido:
“qué tal; muy bien”, después alguno cuenta
el último gran chiste y nos reímos,
y nada más; así quedan las cosas.
Cansados hojeamos un periódico:
más guerras, aguantamos que haya guerras.
aguantamos más muertes, más metralla.
Hojeamos la prensa: submarinos
destrozando los mares que eran vírgenes;
proyectiles que aciertan desde lejos
a la gente dormida... Hojeamos:
conferencias de Rusia y Norteamérica
para llevar razón los dos, ninguno;
más amenazas, más miedo y más odio
consentimos el odio. Mas, escucha:
hagan los que ahora mandan lo que quieran,
más que matarnos no podrá la muerte,
más que enterrarnos puros, invencibles,
no podrán los que quieran arrasarnos.
¿Qué hay de la fe, más fina que esos hilos
misteriosos, soñados? ¿Qué hay del hombre
que éramos y que amaba tantas cosas,
la verdad sobre todo? ¿Qué fue de esto?
Duro es callar tan dolorosa llaga,
dura es la soledad del que ha gastado
las fuerzas de su alma inútilmente.
Triste es, amigo, a veces preguntarse
que adónde iremos a parar y, entonces,
buscar, llorar, dejar marchar la vida.
“Nunca sabremos nada”, me contestas.
Nunca sabremos nada, pero amigo,
vamos a hablar de nuestras cosas, vamos
a echar lo que nos pudre, por lo menos
comprenderán nuestro dolor de hombres.
Cabañero, Eladio