Ángel Silva, Medardo
Ecuador
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BOLIVAR Y EL TIEMPO

El huracán aullaba como un mastín de caza
a la noche invasora... La niebla era una gasa
velando el rostro puro del día, se dijera
que el hálito del viento apagaba la hoguera
del sol. . . La sombra inmensa de los montes crecía
como haciendo la noche... Cada cumbre fingía
una mano extendida para coger estrellas.
Alzaba sobre el mundo la más altiva de ellas
un pabellón de llamas. Viéndola se diría
que de aquella montaña fuera a salir el día!

El Chimborazo alzaba su cabeza de abuelo
entre todos. El viejo monte vecino al cielo
conocía la voz del Padre de las cosas.
El alba filialmente encendía de rosas
su frente de patriarca. El sol era su hermano;
otro gigante lo era también: ¡el Océano!
Su actitud al Titán rememora del mito:
quizás pensó robar un astro al Infinito
y la mano de Dios, frustrando la aventura,
lo inmoviliza a tiempo que escalaba la altura! ...

De súbito, un rumor, levísímo, tan leve
como el caer de una hoja sobre el tapiz de nieve
de la montaña. Aquel rumor crecía lento.
El silencio se hacía, momento por momento,
tan grande que, atendiendo a mil ocultos sones,
se hubiera oído el paso de las constelaciones.
Era de pies humanos aquel suave ruido.
El Chimborazo alzó la faz, semidormido;
y vio un hombre parado enfrente del vacío.
Y el monte sintió algo como un escalofrío! ...

La túnica de ese hombre era de llama, cielo
y sangre. Lo envolvía como si, en vez de velo,
fuera su propia carne; su frente despedía
un fulgor parecido al del naciente día;
su mano era capaz de doblar al Destino:
le circundaba un halo de prestigio divino
como una emanación de sí. Cuando el sonido
de su voz rasgó el aire, se oyó como un rugido
armonioso: y el Tiempo refrenó su carrera,
en la.nevada cúspide, para mirar lo que era!

Y sobre la montaña, al prodigio propensa,
se detuvo un instante la Eternidad suspensa.
Nunca, desde el Tabor, se vio mayor grandeza
humillando de un monte la vetusta cabeza!

Y aquellos dos gigantes se hallaron frente a frente:
los siglos como en una fugitiva corriente
circundaban las sienes del viejo; su corona
eran los muertos días; en su mano temblona
llevaba una hoz por cetro. . .

Y la figura homérica
era Simón Bolívar, Libertador de América.

Ángel Silva, Medardo

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