No hace poco que nos hemos separado
y en mi puerta ya crecen crisantemos silvestres.
En la espesura, aves de hielo chillan inmortales
y sin descanso nos cuentan sus desdichas.
El rocío tenue ensombrece a las luciérnagas;
el frío marchita el campo solitario.
Mis mangas de seda se han humedecido
con mis lágrimas incontenibles
¡y ni el paso del tiempo detiene el río de mi pena!