Tanta perfección al descubierto, tan absoluto esplendor y verdad infinita. ¡Oh Madre Naturaleza!
Todo en ti es bondad, todo de ti es entrega, todo hacia ti es loable, nada contra ti es perdonable.
Feliz el mortal que conoce la magnitud de tu estatura, la florida senda a tu grandeza, y que junto al depredador no ha detenido su marcha hacia tu gloria, y a la sombra de sus fatigas, no ha descansado.
El depredador no tiene entrañas donde acunar el amor y en destruir tu belleza halla placer y jolgorio.
Criminoso es porque destruye y mata, alejándose voluntariamente de toda absolución.
Esclavo de culpa es, y aun arrepentido, vivirá sin redención.
Madre Naturaleza, saben tus enemigos que al desgajar un árbol, cegar la vida de indefensos seres, acallar el trino de las aves y menospreciar su vuelo, rompen el ritmo de la existencia, de la paz y la alegría. Saben que envenenar la corriente del río, contaminar el aire que respiramos y la tierra que pisamos, es sembrar dolor y muerte en el ámbito aromado y luminoso del ara de tu gloria.
Comprenden también que sacrificando pequeños y útiles seres animados, sacrifican la pureza del fruto y la salud del hombre, sin embargo, destruyen, inyectan acíbar en el ámbito transparente de tu radiante pureza, de tu belleza secular, inmaculada.
Ambiciosos de poder y riqueza, desprecian salud y vida ajenas. Perdónalos ¡oh Madre Naturaleza! Si el límite de tu bondad alcanza, sabiendo que no le merecen y están lejos de disfrutar del esplendor de tu hermosura.
Egoístas, sólo piensan en sí mismos, desdeñando a los pueblos y sus preciados valores que son parte de tu nobleza y estructura universales.
Absuélvelos de tamaña culpa si así lo quieres, aunque su torva existencia sólo puede aspirar a la soledad y el abandono.
Prepotentes y orgullosos laceran y matan. Esclavos de sus delitos se cobijan bajo el manto de sombras clandestinas.
Redímelos si tu extrema bondad así lo dicta, a pesar que no merecen sino el castigo que borre sus latidos para siempre y que, ni en la hora de su muerte, sus despojos y su alma descansen en paz, hasta nunca.
¡Oh Madre Naturaleza!
Tú eres ese algo que viene desde siempre, ese algo que está, que pasa y parece que no se mueve, como la luz del sol, como la Cruz del Sur, como la espera.
Pero tú eres también la luz del sol, la Cruz del Sur y la espera. Totalidad en tiempo y en espacio, ara y diosa al mismo tiempo.
En ti está mi refugio, mi complacida existencia y me regocijo con tu permanente entrega de bondad, de amor y de alegría.
Elevo en alabanza tus dones y tu gracia.
Elogio la tierra que es tu carne, tu alma que es el aire, el agua que es tu sangre y este latido que me anima en fe y ansiedad, que es el fuego.
En ti Madre Naturaleza, lleno mi copa de agradecido vino, mi lámpara de luz de encomio, y mi corazón de tu bondad infinita, como el río que llena su corriente de ecos de paz, para distribuir generosamente entre la yerba.