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Alba Swann, Matilde
Argentina
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INMOLADOS

Era tarde ya, para la súplica,

para la razón, para esgrimir el llanto.

Para todo fue tarde; desde antes todavía

fue tarde.

Madre nueva y su niño, hondo en la sombra,

un latido recién inaugurado,

escondido en su sangre,

balbuceando su nombre,

y era tarde.

Madre apenas, y una madre total

en el suplicio,

la mataron mucho antes de matarla,

mucho después de muerta,

la mataron,

la siguieron matando, y la mataron.

Y los ojos dulcísimos del niño,

que no habían mirado todavía,

y las manos sin mano

de su niño,

y la canción de cuna ensangrentada.

Los más crueles, sanguinarios

de todas las edades,

de todas las historias,

de todas las prehistorias,

de todas las cavernas,

congregaron su fuerza bruta en ella;

ultrajados inermes veinte años.

La vencieron,

disfrutaron del deleite del odio,

mil veces la vencieron, la sepultaron,

la exhumaron, le borraron los ojos,

le bebieron la sangre,

le arrancaron el nombre,

la inhumaron de nuevo,

se instalaron

en el hambriento diente del gusano.

Ella, todavía respira en el ocaso,

cuando vuelven los pájaros al nido.

Ella y su niño, los inmolados nuestros,

callan y gritan a un tiempo,

y nos perdonan;

nos absuelven de todos los pecados

de impotencia que acaso cometimos,

nos perdonan de veras y nos aman.

En una aurora, imprevistamente,

sin que nadie comprenda

ni imagine,

en una aurora de color durazno,

reencenderán el canto en nuestro pecho,

y nacerán recién, y para siempre.

Alba Swann, Matilde

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