En mi primer recuerdo brotó la historia. Si lo pienso
una quijada mia perpetró el primer crimen.
¡Zas! y la sangre inocente de Abel manchó la yerba
fresca, recién segada del Edén.
Mi vida se sucede en una anónima cofradía de hermanos
que en hilera construyen los zigurats de Ur,
palacios en Persépolis,
mastabas de escribanos de Amenofis II.
Una tarde en el Nilo bebí la misma agua
que acariciaba el cuerpo desnudo de la reina.
Con el pueblo judío atravesé el mar Rojo.
Mil y un soles me han visto surcar el mapa mundi.
Paciente, atareado, de ojo agudo,
en mi lomo he llevado profetas, generales,
trigo, mujeres, rifles, cartas de amor, tesoros.
Di mi aliento al Mesías y con Él saludé a la turba radiante
que extendía sus vestidos a mi paso
por las calles de Jerusalén.
Llevado, traído, vapuleado, roto. Soy viejo con el mundo,
su arrugado pellejo. Su suerte se confunde con la mía:
nunca nadie ha querido dar mi nombre a una estrella.