Saavedra, Ángel de (Duque de Rivas)
España
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Con once heridas mortales...
Con once heridas mortales,
hecha pedazos la espada,
el caballo sin aliento,
y perdida la batalla,
manchado de sangre y polvo,
en noche oscura y nublada,
en Antígola vencido,
y deshecha mi esperanza,
casi en brazos de la muerte
el laso potro aguijaba
sobre cadáveres yertos,
y armaduras destrozadas.
Y por una oculta senda
que el cielo me deparara,
entre sustos y congojas,
llegar logré a Vilacañas.
La hermosísima Filena,
de mi desastre apiadada,
me ofreció su hogar, su lecho
y consuelo a mis desgracias.
Registróme las heridas,
y con manos delicadas
me limpió el polvo y la sangre,
que en negro raudal manaban.
Curábame las heridas
y mayores me las daba,
curábame las del cuerpo,
me las causaba en el alma.
Yo, no pudiendo sufrir
el fuego en que me abrasaba,
díjele: Hermosa Filena,
basta de curarme, basta.
Más crueles son tus ojos,
que las polonesas lanzas,
ellas hirieron mi cuerpo,
y ellos el alma me abrasan.
Tuve contra Marte aliento
en las sangrientas batallas,
y contra el rapaz Cupido
el aliento ahora me falta.
Deja esa cura Filena:
déjala, que más me agravas,
deja la cura del cuerpo,
atiende a curarme el alma.