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Sáenz, Jaime
Bolivia
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BRUCKNER - 6
Iba y venía, de aquí para allá, en el estar,
cuidando un poco el estar, y otro poco la vida y otro poco la muerte,
manejando un cuchillo de doble filo que guardaba en el bolsillo, en otro bolsillo muchos papeles,
entonando aires meridionales, de amor, de sueño, y de suave esperanza, de hermosura y de adiós,
trasmontando en la idealidad las montañas y aspirando largamente el efluvio del Mar Interior,
con una ventana siempre abierta a los presagios, mirando con ojos deslumbrados el tránsito del Nibelungo,
contemplando en el horizonte aquellas lejanas tierras del sur
—muy lejanas, y aun inaccesibles para él, con un íntimo adiós a la hermosura de un venturoso existir,
y por eso mismo, no quería moverse de su sitio, tapiadas que fueron en una pared las cosas de esperanza y de ansia,
en calidad de ilusiones,
y prefería no alejarse del recinto, suspendido en el tiempo,
con emanaciones y con vapores y con hervores en la materia del júbilo,
comiendo manzanas italianas en la oscuridad, con dientes ya gastados por los años,
pelando y cortando las manzanas con toda placidez, con aquel cuchillo que brillaba en la oscuridad,
mascando lentamente y gustando hasta lo último,
callada la boca y siempre a partir de la corbata
—a partir de la torsión de la corbata, si se quiere,
en oculta simetría con la textura de la tela del gabán, de engañosa suavidad a la altura de los hombros que se borran,
que señalan el conjunto corporal y la hechura del gabán con una curva,
en sincronía con la carne y con las arrugas de la carne,
en sincronía con la holgura del cuello almidonado
y con la ruptura de la curva,
en que trasciende un antiguo candor escondido para sustentar esta cabeza, este gesto, esta imagen, este mirar de difunto,
en oscuras y profundas amplitudes.
Más arriba del aire y más abajo de la tierra
—en la desnuda morada en que el señor del júbilo habita.
En la morada circular y angular en que el liberador del hacer habita, en que el hacedor del hacer habita,
en el filo de la sombra
—en la arista en que se acaba el camino y en que se abre el espacio,
en que la música del músico se encuentra.
En el estruendo aniquilador que precede y que sucede a la aniquilación,
en que fluye la música con despiadado amor por el mundo,
en que la música del músico se encuentra.
En la abrupta pendiente en que la pendiente se hunde.
Sáenz, Jaime