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Abril, Juan Carlos
España
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AVE FÉLIX

Nunca empiezan y nunca acaban
los días, nos ocultan sus razones
para seguir, bajo este cielo rojo
hundido entre las brumas
y el hacha matinal
de tus deseos.
Alguien queda
en las colinas pálidas
A menudo he pensado
en la tristeza, un revoltillo
de ilusiones con fe, una señal
alrededor de las palabras
y tibios ecos
de aquel pasado todavía vivo.
Pero —así cantan los poetas—
no he de volver, aunque no tenga
sitio, ni sed etimológica,
por donde huir, ni lágrimas
—el cascabel del desahogo—
o luna:
la luna está rellena de diabetes,
mañana no querré pensarte.
Mañana.
Sí, por fin
la esperanza al alcance de la mano,
con leyes invisibles
que nos engañarán, no hay duda,
porque seguimos siendo ciegos
al mediodía.
Estas figuras espectrales
—la exactitud, las cifras,
su confianza en el azar,
entre las páginas disperso—
van más allá de la aventura
y más allá de las mentiras
de la verdad, larvada.
Atrévete a saber, pensé.
Mas no era eso.
E igual tampoco puedes
negar lo que te di, mudarte
y elaborar otras teorías
que se parezcan,
introduciendo el plasma
por tus ojos
o por tu corazón neumático.
Qué locura elegir,
sin ganas, consumiéndote;
ser elegido.
Y nos engañaremos:del sueño,
alguien enemigo
debajo de las máscaras no hay nada,
sólo los humoristas, que resisten.
No quiero ser poeta
sino detritus,
mil hojas
de dulces diccionarios
—mis animales, torpes monstruos—
con una fiebre intermitente
y su ruido de huesos,
humos helados
que aumentan el tamaño de las sombras.
Casualidad o no,
aún soy lo que quería
y una leyenda de este género
gusta siempre en la vida de un poeta
y de una musa como tú.
Ah, joven yeti, en la covacha
de esta desanudada identidad.
Príncipe de la callejuela,
feliz entonces
registrando en las cámaras
y en la vieja pocilga
del tercer piso,
desempolvando ahora
la memoria, desocupándola
para empezar un nuevo viaje.
Con pizcas de curiosidad
quiero ir a China para conocerte.
Que nadie te detenga.
Nada más.
(Inédito)
de la hache, y cómo lanza
sus dardos ululantes
en esa habitación que vive en ti.
Amanecer, yo te saludo,
mas quién olvida
que no quise ganar, que sólo
me conformaba con el juego
del Libro del futuro.
Allí manipulé mi historia
como si fuera un mito
despreocupado, y mis pasiones,
garfios para el combate,
con sus bulbos de luz.
¡Hijos de esas estrellas
que oscuramente continúan
su amor arborescente
hacia nosotros,
recorriéndonos!
Hijos del frío.

Abril, Juan Carlos

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