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Granado, Javier del
Bolivia
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AUGUSTO GUZMÁN

Fue en ese pueblo serrano
que se encabrita en las quiebras
para escalar las colinas
que el sol cuajó de luciérnagas,
iluminando el encanto
de sus callejas desiertas,
donde en las noches de luna
solloza el alma yungueña;
que para honor de Bolivia
y el pensamiento de América,
Augusto Guzmán, el lírico,
sintió esa angustia secreta
conque los dioses torturan
el corazón de los poetas.

Y deslumbrado de gracia
por la belleza suprema,
cantó el embrujo del trópico
que el oro verde refleja;
soñando con las pupilas
de una mujer hechicera,
¡paloma y flor de cañada!,
hecha de luz y de vega,
que abrió sus alas de fuego
para arrullar sus ideas,
lampos de sol que fulguran
sobre las cumbres señeras
donde se eleva su espíritu
para atisbar las estrellas,
logrando en Sima Fecunda,
plasmar la vida yungueña:
intenso drama del hombre
y el luminar de la selva.

La roja espada de Marte
quemó la jungla chaqueña,
que desgarró en los manglares
nuestra gloriosa bandera;
y el escritor, prisionero,
robando sangre a sus venas,
trazó con pluma de cóndor
la historia de nuestra tierra,
hecha de grandes hazañas
y de pequeñas miserias.

Evocación emotiva
de aquella estéril tragedia
que deshojó en las picadas
el corazón de la selva.

Clangor de sones dolientes,
sed que devora las venas,
dolor de pueblo caído,
gemir de viento y arena.

Sombra de sombras ausentes
que sepultó la contienda,
y un día resucitaron
con Prisionero de Guerra.

Luego, su mente creadora,
historió en forma somera,
las tradiciones indígenas
y el alba de nuestras letras,
el florecer del ensueño
y el oro de la leyenda,
para enjuiciarlas en su obra
Historia de la Novela,
donde chispea el ingenio
de nuestra raza de estetas.

Años después, Mensajero
de Paz, tornó a las riberas
del Paraguay, y su pluma
esbozó en forma estupenda
la lucha de los jesuitas
y el redentor de la gleba,
Fray Bernardino de Cárdenas,
¡canto de luz y quimera!,
flor de las cumbres nevadas
que el Chuquiagu refleja.

Bíblico Kolla Mitrado,
que surcó el ande y la selva,
por redimir a los indios
con su palabra evangélica;
hasta que al fin, agobiado,
dobló su augusta cabeza
como magnolia de nieve,
sobre su pecho de asceta.

Y ante el grandioso escenario
de las montañas soberbias
que rasgan el firmamento
con sus picachos de niebla,
su genio sintió el conjuro
de las edades pretéritas,
y al descifrar el enigma
de aquellos hombres de piedra
que medran en el silencio
de las planicies intérminas,
cantó el dolor del aymará.
con voz de augur y tormenta;
estremeciendo a los siglos
con la sangrienta epopeya
del Inca Tupaj Katari
que por romper sus cadenas,
desgarró su alma en el bronco
pututo de la insurgencia.

Después, El Cristo Viviente
se encarnó en su alma serena,
y alzó en sus manos la aurora
para alumbrar la conciencia
del soñador y el filósofo,
que en este libro revela
haber captado el espíritu
del cristianismo en esencia,
y el luminoso sentido
de las palabras eternas,
que en siete rosas de sangre
deshojó el Maestro en la tierra,
abriendo al orbe sus brazos
desde un madero de estrellas.

Y luego, en vuelo de cumbres,
tendió sus alas inmensas,
para trazar con los astros
la curva azul del cometa
que iluminó el horizonte
de nuestra Historia sangrienta,
maravillando a los pueblos
con su brillante elocuencia;
y dio a la estampa Baptista,
su obra inmortal y cimera,
cantar de bronce sonoro,
dulzura de sangre quechua,
rugir de chusma y torrente,
lumbre de sol y belleza,
que floreció en el espíritu
del pensador y el esteta,
blasón y luz del idioma,
y gloria y prez de las letras.

Granado, Javier del

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