Alunados, expuestos al rubí, al rocío
y distantes uno del otro, a mil años de nacidos
de cierto muslo y cierta escarcha.
En silencio, entre cáscaras de estrellas,
alas de cigarras sin cigarras,
oyendo la respiración de lo que, fijo
y endurecido, se contenta con estar,
no trae abrazo ni discordia.
De remedos de sílabas venimos,
de cifras huecas, de males del éter y del vino,
de ásperos arbustos y ásperas censuras;
tendidos luego de ser derribados,
creyendo todavía que un súbito resplandor
podría salvarnos, un repentino cambio en las mareas,
una rara tormenta, sin lluvia ni viento, sólo de relámpagos.