Persiste el resplandor a lo largo del os años.
Persiste el horizonte en que resuenan y en que
se apagan mis pasos conforme discurre el crepúsculo.
Las lluvias de primavera, la espera que comien-
za cuando el año se acaba, y la visión que siempre
aparece;
este cielo de duendes, este cielo de cosas y de
sombras; persiste el caer de la tarde.
Persisten los muertos, las piedras y los cantos;
las nubes y los ruidos y las vidas;
la oscuridad, el mundo y la distancia.
Persiste el resplandor a lo largo de los años.
Pues no puede consumirse sino la verdadera vi-
da que vive del resplandor que la consume.
Muchas veces al buscar sin poder encontrarte el
crepúsculo me sorprendía a la hora de tus ojos.
Muchas veces me olvidé de ti, quise olvidarme y
recordar, y recordé que tenía que olvidarte,
acordándome de ti por lo mismo que no quería
recordarte
-el crepúsculo me envolvía en tales circuns-
tancias, perfectamente lo recuerdo.
Yo te confundía con el crepúsculo al confundirme
contigo;
tú me confundías con el crepúsculo al confun-
dirte conmigo,
y tú y yo nos confundíamos con el crepúsculo, que
nos confundía a ti conmigo y a mi contigo,
confundiéndose contigo el confundido conmigo,
para confundirse conmigo el confundido contigo.
Y muchas veces se confundían en una y misma
persona el crepúsculo y tú y yo,
y otras muchas cada cual se confundía con otras
tres personas distintas,
que con esto se volvían nueve en total, osea
cero.
Y no había tal persona llamada crepúsculo,
sino que en realidad no había persona que no se
llamara crepúsculo,
excepto las llamadas tú y yo, que sin embargo
no podían dejar de llamarse crepúsculo.