¡Oh tú a quien Cristo con su propia mano
en el cuerpo imprimió las hondas huellas
de las llagas sangrientas cuanto bellas
que recibió en el leño soberano!
Pues, ya, a tu pío Salvador cercano
resplandecer las miras cual estrellas,
no dejes que la voz de mis querellas
a sus oídos se levante en vano.
Sus golpes para mí son tan violentos
como suaves para ti las llagas;
estas eran de amor, esos son de ira;
mas tú me los endulzas; tú me inspiras
tanto tu puro ardor que con él hagas
que en Dios hallé felices mis tormentos.