El olvido me aguarda
y me teje la trampa:
a veces recuerdo tus ojos,
tu cabello,
tu figura delgada
pero la memoria con su ataúd
de sombras
se queda detenida en el inmortal gesto:
tus manos abriendo aquel libro negro
con su envoltura dorada.
Allí estaban las palabras,
como gaviotas en medio del agua
era un tiempo lejano
cuando el alma escampaba cerca
y yo navegaba en mi barco
y tú mirabas el mar
y el fragor del alma.