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Con audacia y clarividencia

Fuente. http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/resenas/audacia-clarividencia_0_1530446966.html

Pese a su prestigio en el panorama de la literatura contemporánea, la obra de Anne Carson –poeta y ensayista canadiense, traductora y especialista en estudios clásicos– es aún poco conocida. En 2015, la editorial Zindo & Gafuri publicó su célebre libro Charlas breves , con traducción de Ezequiel Zidenwerg.

En disertaciones mínimas, Carson reflexiona sobre presuntas conversaciones de Kafka, Braque o seres anónimos acerca del placer estético, la ausencia y la paradoja. Hay otro libro suyo en español, Decreación (Vaso Roto), sobre la disolución del yo a la que aspiraba Simone Weil, una de las escritoras favoritas de Carson. Y algunos de sus ensayos y poemas habían sido traducidos en Diario de Poesía por Mirta Rosenberg.

Con la traducción al español de Eros. El dulce-amargo (a cargo de dos poetas, Rosenberg y Silvina López Medin), los lectores pueden conocer el primer libro publicado, en 1986, por la autora canadiense. La obra deriva de la tesis de doctorado de Carson sobre el papel de Eros no sólo en la cultura clásica sino también en el pensamiento actual. A partir de la traducción del fragmento 31 de Safo –Carson es autora de If Not, Winter: Fragments of Sapho , donde ofrece sus versiones de la gran poeta griega–, presenta su visión del amor erótico como una estructura definida por la falta, por la espera angustiada, por la vivencia de tiempos simultáneos. “Los amantes piensan mucho sobre el tiempo, y lo entienden muy bien, a su manera perversa”, escribe Carson en uno de los sucintos capítulos que componen el libro, donde Roland Barthes se cruza con Sófocles y Platón.

Sin embargo, en el conjunto de ensayos sobre la naturaleza del deseo amoroso –caracterizado por Safo con el neologismo “dulce-amargo”–, Carson antepone la fisiología a los conceptos. Gracias a una envidiable biblioteca de literatura erótica de la Grecia clásica, las variedades de la sensación amorosa se despliegan: “Eros con su enorme maza me ha golpeado”, “fuego corre bajo mi piel”, “me derrito cuando miro los frescos miembros de los muchachos”. De a poco, debido a la formulación de un diseño triangular del deseo, Eros adquiere atributos ambivalentes: “Ya se lo conciba como un dilema de la sensación, de la acción o del valor, el eros se imprime como un mismo hecho contradictorio: el amor y el odio convergen en el deseo erótico”.

En El banquete , Platón pone en boca de Diótima la genealogía de Eros: hijo que la Riqueza tuvo con la Pobreza, “está siempre a sus anchas en la necesidad”, escribe Carson. El deseo se constituye entonces como la energía motriz que impulsa la falta, la ausencia, incluso el hambre. En su argumentación reflexiva y pausada, articulada de modo artesanal, Carson cita a Emily Dickinson: “Descubrí/ que el hambre es lo que siente/ la gente que espía por las ventanas/ y que el solo hecho de entrar sana”.

Pero no es el esquema triangular del deseo el hallazgo creativo del libro: el acierto de Carson consiste en equiparar la experiencia erótica al acto de pensar y a la fuerza persuasiva de las ficciones: “El mismo subterfugio que en las novelas y en los poemas llamamos ‘ardid erótico’ parece ahora constituir la estructura misma del pensamiento humano. Cuando la mente aspira a conocer, el espacio del deseo se abre y una ficción necesaria acontece”. Sin llegar al nivel de su obra poética (algo que nadie en sus cabales le exigiría a una obra escrita antes de que Carson publicara sus poemas), Eros. El dulce-amargo posee el valor de utilizar la poesía como base fundamental de su estudio. La autora canadiense amalgama postulados teóricos y lírica: los fragmentos de Safo, Homero y Píndaro se enlazan con las voces de los personajes de las piezas teatrales de Eurípides y Aristófanes, con versos de W. H. Auden o William Blake y las reflexiones arrebatadas de los personajes de Las olas , de Virginia Woolf, o de Lo bello y lo triste , de Yasunari Kawabata. Con clarividencia, audacia y un estilo radical, Carson deja interrogantes abiertos, entre ellos, uno muy estimulante: “¿Qué tiene de erótico leer y escribir?”.
DANIEL GIGENA