Ósip Mandelstam y la sed eterna de la Revolución

Fuente: https://www.elmundo.es/la-lectura/2024/05/02/6627cf2ae9cf4a7c268b4584.html

En esta obra maestra de la literatura memorialística del siglo XX el poeta, represaliado por el estalinismo, disecciona el pasado prerrevolucionario para alumbrar una verdad universal.





En una ocasión, el Nobel noruego Jon Fosse dijo que para él escribir consiste básicamente en escuchar. Algo parecido pensaba el escritor ruso Ósip Mandelstam -uno de los mayores poetas del siglo XX- y así confesó en su libro de memorias, titulado El ruido del tiempo, que la clave de su literatura se encuentra precisamente en "escuchar el ruido y la germinación del tiempo".


A través de este volumen delicioso, escrito al modo de unas schumanianas escenas de infancia, Mandelstam indaga en sus recuerdos buscando una época, un color y una textura, antes de que el olvido -ese eterno destructor- trace con su dedo una realidad distinta, manchada por los prejuicios de la ideología. "Recuerdo bien los años muertos de Rusia -leemos en el prólogo-, la década de los noventa, su lento deslizarse, su malsana quietud, su profundo provincianismo. Un meandro estancado, último refugio de un siglo agonizante".


Mandelstam nació en Varsovia en 1891, creció en San Petersburgo y falleció en Vladivostok en 1938, víctima temprana del estalinismo. Judío ilustrado (alguna vez definió el acmeísmo, corriente literaria de la que formaba parte, como la "nostalgia de una cultura universal") que nunca terminó de resolver la tensión con sus raíces familiares y religiosas, Mandelstam nos ofrece en este volumen una fascinante mirada hacia dos mundos: el refinado de la burguesía local, con sus ojos puestos en la gran música y en la literatura francesa y alemana; y el más desordenado y antiguo, a menudo caótico e incluso primitivo, de la tradición judía ortodoxa. Entre ambos, un niño despierto y sensible, un poeta enorme que escucha atento el murmullo del tiempo con la vocación interior de un contemplativo.

A lo largo de esta obra maestra de la literatura memorialística del siglo XX -a pesar de su brevedad-, asistimos al despliegue de una aguda inteligencia que disecciona el pasado para alumbrar una verdad. Las reflexiones se suceden, junto a los incisos luminosos de un poeta que sabe domeñar el idioma a voluntad. Un ejemplo de esta brillantez: "Recuerdo también la botadura del acorazado Osliabia, arrastrándose hacia el agua como una monstruosa oruga marina; y las grúas y el costillar del astillero".


O estas líneas sobre la experiencia revolucionaria: "La propia revolución es, a la vez, vida y muerte, y no tolera cuando en su presencia se divaga sobre la vida y la muerte. Tiene la garganta reseca por la sed, pero no aceptará ni una sola gota de agua de un extraño. La naturaleza de una revolución es una sed eterna". La edición de Elba, pulcramente traducida y anotada por Ernesto Hernández Busto, resulta impecable.


Por Daniel Capó