Fuente: http://www.diariodesevilla.es/article/sevilla/2221319/no/hay/marcas/blancas/poesia.html
DIEZ veces dieciocho, la mayoría de edad que para muchos precoces poetas suele ser el comienzo de la senectud. Dieciocho por diez igual a los 180 años del nacimiento en Sevilla de Gustavo Adolfo Bécquer. El ídolo de las enamoradas y de los cocheros de caballos.
Hubo un atleta que tenía el mismo nombre que el poeta y hay quienes le dan la vuelta de honor a la estatua cuando concluyen el circuito por el parque de María Luisa. La estirpe de Bécquer, tituló un libro imprescindible Fernando Ortiz, que abundaba siempre en el misterio del verdadero lugar donde nació el autor de las Rimas y Leyendas. En la calle Conde de Barajas figura la placa que lo acredita, con la salvedad de dudas razonables. Menos discutible es el paso del Bécquer niño por la calle Potro, la que desemboca en la marquesina de entrada del Alameda Multicines. Bécquer dio nombre también a un cine en la calle Bécquer. Sigue la calle, cerró el cine próximo a la basílica de la Macarena. Acogió después a un Lidl y en la actualidad a un Dia. De los alemanes a los franceses, no hay marcas blancas en poesía, quizás las antologías. El mismo cine Bécquer donde José Luis García ambienta el desenlace de su novela La casa número 5, una de las protagonizadas por el inspector Santana.
Bécquer da nombre a un instituto de la calle López de Gómara, en el Tardón. Las tres musas protagonizaron una de las carrozas de la Cabalgata de los Reyes Magos, que el próximo año celebra su centenario; y aparecen en la portada del libro que ha editado la tertulia La Literata, un colectivo muy influenciado por las historias del poeta romántico. El poeta murió en Madrid, en la misma casa del barrio de Salamanca donde nació la madre María de la Purísima, la monja que fue madre superiora de las hermanas de la Cruz recientemente beatificada. Vida densa y breve la de Bécquer, como la de Larra, el pobrecito hablador al que Cernuda le dedicó un maravilloso poema con un ramo de violetas y una densidad metafísica y política, un alegato contra la vacuidad y el engaño de todas las revoluciones. Suena el órgano de Maese Pérez en el convento de Santa Inés. Hijo de los que lucharon contra Napoleón, murió tres años antes de la efímera Primera República con cuatro presidentes y un Pavía.
Murió con edad de futbolista y se convirtió en el principal activo de Sevilla. Un embajador que volvió al panteón de Sevillanos Ilustres, un pleonasmo de aquellos que convirtieron el nombre de la ciudad en una suerte de pueblo elegido sin dura cerviz, el topónimo como marchamo, casi como una ideología, una seña de identidad de una posible capital de Andalucía convertida en impasible capital del mundo. Bécquer huía de todo eso. Lo leyeron de forma atravesada, como le pasó al propio romanticismo. El año de su centenario, España se desangró en el rubicón de aquel verano en una guerra sin cuartel que acabó en un país hecho cuartel. Bécquer fue un verso suelto, como Juan Ramón o a su manera Rubén Darío. La poesía fue carnaza de los cursis mucho antes que la política o las costumbres. Lo decía Gabinete Caligari en su escapada soriana: Bécquer no era idiota ni Machado un ganapán. Sevillanos del norte a su pesar, reverso de aquellos foramontanos que se vinieron desde la Montaña para hacer montaditos de Mahoma.
Bécquer tenía veinte años cuando se estrenó El barbero de Sevilla, que ahora cumple doscientos. Lo inmortalizó su hermano Valeriano con el que comparte panteón. La Venta de los Gatos se puso a la venta y Paco Arcas sigue regentando en Triana Las Golondrinas. Y tú me lo preguntas, le dice la prosa al entrevistador. Bécquer fue cronista de la Feria de Abril. La primavera también fue expoliada por los coleccionistas de tópicos. Bécquer, Gustavo Adolfo, se rebela todos los días contra su estirpe y reivindica la literatura de lo que nunca está escrito, ese cordel de querencias que sujetan ágrafos y enciclopedistas, soñadores y dormilones. Otra vuelta de honor en la estatua de Bécquer, 1836-1870, unas fechas que ya forman parte de la cronología vívida y vivida de la ciudad. 180 años, 36 lustros, un guarismo inseparable de un poeta que es la poesía. Una leyenda que es antídoto contra tantas cosas que se curan leyendo. La poesía. La primavera. El amor. El pasado. No caben más tópicos en la autopsia de lo que nunca muere. El 27 se congregó en torno a Góngora y el 98 vio nacer a Lorca, fusilado el año del centenario de Bécquer. El mismo año que mueren Valle-Inclán y Unamuno. La muerte siempre mata por plagio. Cuando no fusila, fotocopia. El poeta sigue dando nombre a un instituto. ¿Seguirá en los planes de estudios? Paradojas del poeta de la dulce amargura.
Mueren los poetas en febrero: Bécquer, Antonio Machado, Salvador Espriu. Glorieta viene de gloria con esos bancos para gnomos en los que juegan a los endecasílabos los jardineros. Los muertos de hambre se llamaron a sí mismos viajeros románticos, una fórmula que se hizo marketing, rimas y leyendas de Fitur.