Fuente: http://www.rionegro.com.ar/diario/la-gauchesca-iii-8016382-9523-nota.aspx
Y acá estamos ya en la tercera entrega de este berretín de maestro ciruela que me ha dado con la literatura gauchesca. Hablábamos de Hidalgo y su aporte fundacional, también dejó algunas líneas que el resto de los autores continuaron; entre esos trazos figuran las fórmulas de saludo, la ausencia de la mujer, omisión casi completa del paisaje, los lamentos por mejores tiempos en lo personal y en lo político, las tareas de campo, las peleas.
Dos hechos son fundamentales en el amanecer de esta literatura, lo musical, traído de los cielitos; y el diálogo entre paisanos. Esto será adoptado rápidamente por una figura típica de la poesía oral, el juglar, que por estos lares recibe el nombre de payador.
El payador contribuye grandemente a que algunos ejes de la poesía gauchesca se consoliden entre los habitantes de los pueblos y del campo. De allí el diálogo que se establece entre dos payadores que exponen sus puntos de vista sobre determinada situación o suceso, también la reflexión sobre las injusticias vividas por los gauchos y las noticias de las guerras por la independencia. El canto fue el elemento aglutinador de la gauchesca y un extraordinario vehículo de transmisión entre un auditorio analfabeto.
Quien condujo el carro dejado por Hidalgo fue un poeta nacido en Córdoba, con una vida aventurera que lo llevó a correr mundo desde los catorce años y terminó a los diecisiete arrestado en Lisboa, lugar del que se escapó para volver tras muchas peripecias a la Argentina. Como verás un típico personaje de las novelas picarescas españolas, su nombre Hilario Ascasubi (1807-1875). La vida de Ascasubi es digna de una película, imprentero, soldado, teniente y luego capitán de caballería del "Manco" Paz, dos años estuvo prisionero en Buenos Aires, luego se escapa a Montevideo, allí logra amasar (valga el término) una fortuna como panadero. Ayuda a los emigrados porteños, sostiene económicamente al general Lavalle, y escribe poemas y periódicos. Muchos de ellos reflejan sus ideales políticos contrarios a Rosas. Con Urquiza en el poder, y luego de veinte años de exilio, regresa a Buenos Aires y mientras escribe acomete otras aventuras como la construcción del teatro Colón junto a un grupo de amigos, la instalación del gas en la ciudad. Sus últimos ahorros los gastó en la impresión de los tres tomos de su obra en París.
Con Ascasubi se ve claramente un rasgo central de la poesía gauchesca, la mirada política, la intención de que ese artefacto literario intervenga en la sociedad y por supuesto suscite la polémica. En este caso es la época de Rosas lo que da materia para sus creaciones. Varios son los poemas adjudicados a un payador, Paulino Lucero, y en todos ellos hay siempre un diálogo. Aquí aparece una de las estrofas típicas de los payadores, la décima que le sirve, en este caso, al payador para caracterizarse a sí mismo: "Y en el rancho de Paulino/ puede con toda franqueza/ disponer de la pobreza/ cualquier paisano argentino,/ pues nunca ha sido mezquino,/ y a gala tiene Lucero,/ el que cualquier forastero/ llegue a golpiarle la puerta,/ siguro de hallarla abierta/ con agrado verdadero".
Aniceto, el Gallo, gauchi-poeta y gacetero es, si se quiere, el álter ego de Ascasubi, en sus versos y prosas está la ironía, el sarcasmo, junto con la crítica mordaz de hechos cotidianos, de personajes arquetípicos, de situaciones pintorescas de la época.
Para muchos "Santos Vega o los mellizos de la Flor" es el mejor poema de Ascasubi. En él se cuenta la historia de dos mellizos, vistos desde una visión maniquea, uno bueno y otro malo, la historia de este último está cantada por un payador que pertenece a la tradición, Santos Vega. El poema sirve para mostrar la vida del gaucho en las estancias, sus trabajos, sus costumbres, sus preocupaciones, alegrías y tristezas.
Néstor Tkaczek