L'enfant terrible

Fuente: http://www.gaceta.es/noticias/loco-houellebecq-28042015-1216

Tan odiado como leído, en Houellebecq pervive lo mejor de la tradición literaria francesa, vanguardia cultural que es capaz de reinventar una y otra vez la novela, aunque eso signifique oponerse al pensamiento dominante.


Nació en la Isla de Reunión en 1958. Poeta y novelista, Michel Houellebecq se licenció como ingeniero agrónomo y trabajó un tiempo como informático, hasta que en 1992 su breve novela Ampliación de campo de batalla le convirtiera en toda una revelación para público y crítica. Desde entonces, todas sus obras han alcanzado éxitos rotundos. Algunas se han llevado al teatro y al cine. Fernando Arrabal lo considera el mejor autor vivo.
Ha sido uno de los involuntarios protagonistas de la última tragedia francesa. Su rostro ilustraba la portada de Charlie Hebdo antes del ataque. La revista satírica le caricaturizaba para reírse de su última novela -Sumisión- en la que describe una Francia gobernada por el islamismo, convirtiendo así el golpe yihadista en un auténtico esperpento. El escritor tuvo que suspender la promoción de su novela y hasta abandonó París después de los atentados. Sin embargo, la publicación en España se ha adelantado, conscientes los editores de que Houellebecq es uno de los autores más importantes del momento europeo.
Controvertido y polémico, pero siempre genial, el francés goza ya de un reconocimiento que supera los debates y hasta censuras que acompañaron a sus primeras obras, como cuando en el año 2002 le llevaron delante del juez acusado de incitar al odio religioso. Se le había ocurrido decir en una entrevista que el Islam era "la religión más idiota del mundo", y tardaron muy poco en lloverle las denuncias. En realidad le tenían ganas desde hacía mucho tiempo, cuando empezaron a triunfar sus libros heterodoxos, pero hasta entonces a los guardianes de lo políticamente correcto les había sido imposible acusar a sus personajes, porque es muy complicado meter en la cárcel al protagonista de una novela. Cuando al fin consiguieron sentar al escritor en el banquillo, volvieron a fracasar al verlo salir absuelto. Pretendieron entonces aplicarle un cerco de silencio que tampoco resultó, porque sus novelas arrasaban en las librerías, hasta que al fin no tuvieron más remedio que rendirse y acabaron por otorgarle el premio Goncourt, porque la inteligencia francesa fue consciente del ridículo que hacía al tratar de marginar a uno de los escritores más aplaudidos y leídos de Europa. Así que lo ha adoptado con esa etiqueta de enfant terrible, que es la forma chic que usan los anfitriones para excusarse por un borracho sincero y lúcido en una fiesta mediocre
Ateo cientificista, aunque ahora dice que ya está dudando

Etiquetado entre los "nuevos reaccionarios" Houellebecq procede de la izquierda, y es muy probable que no haya abandonado del todo el estalinismo que le contagió su abuela paterna. Es comprensible, porque tuvo que criarse con ella cuando su madre le abandonó para vivir la vida loca del 68 y convertirse en una hippie de manual, contestataria y rijosa, que todavía, con ochenta y tantos años, vive en una cabaña africana y se tiñe el pelo de rojo mientras amenaza con darle un bastonazo a su hijo si se lo encuentra. Algo de razón tiene, porque el escritor la había matado en la ficción -después de describirla con una verosímil crueldad-, e incluso también en sus biografías oficiales. De hecho sólo nos enteramos de la supervivencia de su madre cuando también ella se decidió a escribir un libro, vapuleando a su hijo y defendiendo su derecho a vivir la vida como le da la gana. Nadie se lo niega, pero por la misma razón hay que defender el derecho de Houellebecq a mostrar el 68 tal como fue, y tal como todavía es hoy: la explosión más trágica y sórdida de la decadencia de una civilización.
El francés -ateo cientificista, aunque ahora dice que ya está dudando- no puede estar más lejos de una cosmovisión cristiana, por eso su sinceridad literaria resulta tan interesante, porque no son esquemas morales o religiosos los que le dictan su desoladora descripción de la revolución sexual, del individualismo o del mercado totalitario. Sus libros son la crónica de un occidente suicida, al que no pretende salvar, sino retratar, y es lógico que a los apóstoles de la progresía no les guste verse reflejados en ese espejo. Para tanto nostálgico de Woodstock sus novelas eran blasfemias, como Las partículas elementales, donde escribe: "Charles Manson (el asesino múltiple), no era ni mucho menos una desviación monstruosa de la experiencia hippie, sino su desenlace lógico", y también : "la familia era el último islote del comunismo primitivo en la sociedad liberal. La revolución sexual provocó la destrucción de estas sociedades intermedias, las últimas que separaban al individuo del mercado". Y es que a la izquierda, sesentayochista y progre, le fastidia que se sepa que son sus postulados amorales los que verdaderamente sustentan la peor faceta del capitalismo.
Tan odiado como leído, en Houellebecq pervive lo mejor de la tradición literaria francesa, vanguardia cultural que es capaz de reinventar una y otra vez la novela, aunque eso signifique oponerse al pensamiento dominante.

Quizá para los hombres y mujeres que aún se guían por un sentido de la trascendencia no resulte interesante la lectura de este francés. Puede que ni siquiera sea aconsejable, porque no es difícil contagiarse de la desolación y la desesperanza que transmite su análisis de nuestro tiempo. Sin embargo, para los que siguen creyendo que la vida es una canción de cuatro acordes que hay que rellenar con hedonismo ególatra, o para los fans del multiculturalismo, la lectura de Houellebecq puede resultar reveladora, porque la ideología y la publicidad les está hurtando las terribles verdades que esconde el reino de la nada.
Kiko Méndez-Monasterio