Finca Pino Montano: el cortijo sevillano de Ignacio Sánchez Mejías que unió a la generación del 27

Fuente: https://elpais.com/cultura/2024-04-09/finca-pino-montano-el-cortijo-sevillano-de-ignacio-sanchez-mejias-que-unio-a-la-generacion-del-27.html

Un curso de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo sitúa en esa casa uno de los grandes momentos fundacionales del grupo literario.



Sevilla, como ciudad fundacional de la generación del 27, contó con un escenario íntimo, durante un tiempo secreto, que quedaría para siempre conservado en la memoria de los jóvenes poetas congregados en la capital andaluza para participar en el homenaje a Luis de Góngora, del que se cumplía el tercer centenario de su muerte aquel diciembre de 1927. No hablamos del Ateneo de Sevilla ni de la Sociedad Económica de Amigos del País, donde se celebraron los actos y que propició la que es, sin duda, una de las fotografías más célebres de la literatura española. Homenajear a Góngora era lo oficial, pero “lo verdaderamente importante” fue lo que ocurrió fuera de foco, al caer la noche, en la finca Pino Montano —al norte de la ciudad, en medio de un “campo de flores” que aún no ha engullido la urbe—, propiedad del torero, poeta y figura asombrosa de su tiempo que fue Ignacio Sánchez Mejías.

En la cartografía del 27 está señalada esta finca como un escenario “feliz y luminoso”, donde se confirmó una amistad y que unió a un grupo de poetas que permanecerían “juntos ya para siempre”, como escribió Jorge Guillén en el poema Unos amigos. Es sobre todo por Guillén, que andaba por aquel entonces enamorado de la joven Germaine Cahen —con quien se casaría más tarde— y le escribió cartas a diario desde Sevilla; y por las memorias de Rafael Alberti en La arboleda perdida, por quienes se ha podido reconstruir aquella noche fundacional en la finca Pino Montano, residencia hoy de María Dolores Sánchez-Mejías —nieta del torero—, y que EL PAÍS ha visitado con motivo del curso La generación del 27 y la tauromaquia, que inaugura este martes la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en Sevilla, volviendo a colocar en el mapa esta casa donde se confabularon las coordenadas espacio-tiempo de la Edad de Plata de la poesía española.

Nos situamos en un diciembre de muchas lluvias en la ciudad andaluza. Sánchez Mejías fue el gran mecenas. Había seleccionado a unos jóvenes poetas de las nuevas vanguardias y sugirió que el Ateneo se encargara de celebrar los actos oficiales. Él correría con los gastos extraordinarios y, como anfitrión, con la organización de unas actividades paralelas, en las que se sucedieron juergas nocturnas memorables. “Ya en el tren venían los poetas haciendo gamberradas”, apunta la escritora sevillana Eva Díaz Pérez, directora del curso junto con el torero Eduardo Dávila Miura, que recurre a textos de los protagonistas para certificar esos días en los que, paradójicamente, apenas vieron la luz estos poetas. “Yo creía que un poema terminaba en un signo ortográfico: un punto, una admiración, unos puntos suspensivos… Pues aquí mis poemas están terminando en autos, en cenas, en bebidas, en excursiones”, escribiría Guillén a su novia. O Gerardo Diego con mucho más descaro: “Dormíamos desde la salida del sol hasta el crepúsculo vespertino. Solo en viajes posteriores he visto la Giralda a la luz del día”.

Pero vayamos a la noche de Pino Montano. Aquel día, Ignacio Sánchez Mejías había organizado una fiesta de disfraces. Los jovencísimos Rafael Alberti, Federico García Lorca, Juan Chabás, Mauricio Bacarisse, Jorge Guillén, José Bergamín, Dámaso Alonso y Gerardo Diego, unidos al sevillano Fernando Villalón —también ganadero— y otros poetas locales, recitaron versos vestidos de moros. Hubo sesiones de hipnosis y espiritismo y hasta una escapada etílica de madrugada al cercano psiquiátrico de Miraflores, donde Sánchez Mejías buscaba inspiración para la obra de teatro Sinrazón, que estaba escribiendo. Se escucharon también los sonidos negros, oscuros y difíciles, del cante gitano de Manuel Torre y Dámaso Alonso “recitó de memoria los casi dos mil versos de las Soledades de Góngora”, relata Díaz Pérez.

La casa de Pino Montano continúa intacta a día de hoy, “un lugar mágico para nuestra cultura”, como lo define la directora del curso. Aunque se han borrado algunas de las gamberradas que también la hicieron célebre aquellos días. Según cuenta Antonio Ruiz de Alda, el marido de María Dolores Sánchez-Mejías, que hace de cicerone por la finca para EL PAÍS, fue Pepín Bello, el amigo ágrafo del 27 —que se atribuyó la autoría de la famosa fotografía de los poetas en Sevilla—, quien protagonizó la más osada. Al día siguiente de la fiesta, los radiadores de la casa amanecieron pintados de amarillo, rojo y morado, los colores de la bandera de la II República. “La mujer de Sánchez Mejías le devolvió la broma en el almuerzo, sirviéndole unos huevos con tomate, con el amarillo y rojo de la bandera nacional, que se tuvo que comer”, relata muerto de risa.

Alberti, sin embargo, se detuvo en los detalles más literarios en La arboleda perdida: “Federico y yo leímos, alternadamente, los más complicados fragmentos de las Soledades de don Luis, con interrupciones entusiastas de la concurrencia. Pero el delirio rebasó el ruedo cuando el propio Lorca recitó parte de su Romancero gitano, inédito aún. Se agitaron pañuelos como ante la mejor faena, coronando el final de la lectura el poeta andaluz Adriano del Valle, quien en su desbordado frenesí, puesto de pie sobre su asiento, llegó a arrojarle a Federico la chaqueta, el cuello y la corbata”.

Estos símiles valen para certificar también cómo la tauromaquia fascinó a los jóvenes poetas de la Edad de Plata que la historia agruparía en la generación del 27. Sevilla venía de ser la ciudad donde se había librado la guerra entre dos figuras del toreo: Juan Belmonte y Joselito El Gallo, cuñado de Sánchez Mejías y propietario anterior de la finca Pino Montano. Por las diferentes estancias, de hecho, se suceden aún hoy las fotos del mítico matador muerto por asta de toro en la plaza de Talavera de la Reina en 1920. Y una imagen de la Virgen de la Macarena vestida de luto el día de su entierro recibe a las visitas en el vestíbulo.

“Este grupo de jóvenes escritores que poetizaron la modernidad también se inspiraron en esa fiesta tradicional y antigua. De la misma forma que se inspiraron en el deporte, los automóviles, el cine o el jazz como elementos de vanguardia, también quedaron fascinados con el mundo de los toros como símbolo sublime de lo popular”, sostiene Díaz.

Fue así como se fraguó la generación del 27: en Sevilla, una ciudad en plena transformación, moderna y cosmopolita con vistas a la celebración de la Exposición Iberoamericana de 1929; al calor de los toros y de una agenda oficiosa que ayudó a tejer unos lazos definitivos. “Aquellos actos, mucho más que los organizados por el Ateneo, sirvieron para fijar el nacimiento de esta generación histórica”, asegura Eva Díaz Pérez, un grupo unido “por un espíritu lúdico muy transgresor, en plena época de las vanguardias”.

De hecho, la celebración oficial del homenaje a Góngora fue, por contraposición, un rotundo fracaso. “No asistió nadie a las conferencias. En Sevilla no se entendió lo que había pasado y hubo gran polémica. ¿Cómo podía haber costado 2.000 pesetas de la época traer a la ciudad a unos poetas jóvenes y gamberros a los que no conocía nadie? Tanto es así que el director de la sección de Literatura del Ateneo, José María Romero, tuvo que dimitir. Su historia es muy triste, finalmente fue fusilado por orden de Queipo de Llano”, relata la escritora sevillana.

Los poetas, sin embargo, no olvidarían nunca “lo bien que lo pasaron en Sevilla”, relata Díaz Pérez. Fue la confirmación de una amistad. “De hecho, hay quien llama al 27 la generación de la amistad, porque lo fue sin duda”. Los de Sevilla fueron los días por estrenar. “A esta casa llegan vírgenes, con toda la vida por delante”, apunta Ruiz de Alda. Después vendrían los días oscuros: la muerte —”Qué pena, príncipe mío, que fuiste el primero que murió”, le dedica Dámaso Alonso a Lorca— y el exilio.


Por AMALIA BULNES