Eugenio Castro, el prematuro adiós del poeta surrealista que amó la ciudad y la revolución

Fuente: https://elpais.com/cultura/2024-03-06/eugenio-castro-el-prematuro-adios-del-poeta-surrealista-que-amo-la-ciudad-y-la-revolucion.html

El editor y cofundador del Grupo Surrealista de Madrid falleció el pasado 2 de marzo. “El anhelo de los surrealistas es la emancipación del ser humano”, había dicho.



Era fácil verle transitar por las empinadas callejuelas del barrio de Lavapiés, muy flaco, con su eterna bandolera, su estrecha perilla, sus gafas grandes y su pelo espantado, o en cualquier sarao poético o conferencia, o al cargo de un puesto de libros radicales en alguna feria de editoriales underground: parecía que siempre estaba tramando algo. Y seguramente lo estaba.

Eugenio Castro (1959, Las Herencias, Toledo) fue poeta, cofundador del Grupo Surrealista de Madrid, coeditor de la revista Salamandra y de la editorial La Torre Magnética, muy conectado con los circuitos surrealistas internacionales. Tenaz paseante, siempre atento a los azares, a los juegos, a los encuentros fortuitos. Un surrealista: “El anhelo de los surrealistas es conseguir la emancipación del ser humano a través de la revolución: se trata de transformar el mundo, como dijo Marx, y transformar la vida, como dijo Rimbaud, dos lemas fundamentales que mantienen su vigencia”, dijo en una entrevista con este periódico en 2021. Con ese anhelo vivió. El pasado 2 de marzo Castro falleció víctima de un cáncer, cuando le quedaban unos días para cumplir los 65 años.


Entre sus libros dejó H y La flor más azul del mundo (ambos en Pepitas de Calabaza), Mal de confín (Germanía), El gran boscoso… es eso (La Torre Magnética) o Elocuencia de lo sepulto (La Estética del Fracaso Ediciones). “Eugenio ha contribuido de manera notable al reencantamiento del mundo; diría que esa es la idea motora de su actividad intelectual”, explica su editor en Pepitas, Julián Lacalle, a quien, al poco de colaborar, y por la afinidad de sus ideas, le unió una fuerte amistad. También en Pepitas publicó sus Conversaciones con Isidoro Valcárcel Medina y el libro de paseos urbanos Madrid rediviva. ”Fue un ejemplo de vida inspirada y de libertad, artesano de la mirada, caminante insaciable, espíritu pasional, orfebre de la palabra, habitante del cine, y renovador incansable del manantial del surrealismo”, le ha retratado su compañero surrealista Noé Ortega.

A la capital llegó, procedente de su pueblo toledano, a los 11 años, y en ella vivió, en sus propias palabras, diversas muertes y resurrecciones. En sus escritos, muy al gusto surrealista, considera la ciudad como un ser vivo. “La vida de la ciudad consiste en que nunca está acabada, siempre está cambiando y revelando nuevas partes de sí. La revelación aquí entonces no es un término místico, ni religioso, es completamente material. Requiere de búsqueda, aunque no signifique asumir un papel de explorador conscientemente. En mi caso, la errancia, ir a ningún lugar, es lo que me ha permitido tener con Madrid ese vínculo revelador y apasionado que hace que para mí sea un ente vivo”, decía a este periódico en otra entrevista con motivo de Madrid rediviva. Siempre opuesto a la alienación cotidiana, denunciaba los cambios experimentados en la urbe: el paso de una libertad basada en la vida callejera y la confianza en el prójimo a una libertad, la actual, basada en la seguridad y la hipervigilancia.

A pesar de sus exploraciones urbanas, la conexión con sus orígenes rurales se mantenía y crecía. Las Herencias, en Toledo, es el último pueblo al que arriba una carretera, en una pequeña península entre montes y valles, rodeada por el Tajo: “Siendo un acérrimo campesino de Madrid y su mejor psicogeógrafo, o al menos el más apasionado y sensible, siempre hablaba de su infancia rural, que tanto le marcó para, precisamente, agudizar el instinto y la mirada de lo maravilloso”, dicen sus inseparables compañeros surrealistas Lurdes Martínez y José Manuel Rojo. En los últimos lustros se había reconciliado con sus orígenes y regresaba a menudo.

Juegos surrealistas y acciones poéticas
Eugenio Castro realizó buena parte de su actividad pública en el seno del Grupo Surrealista de Madrid, que cofundó en 1991. Algunas de sus actividades más características han consistido en jornadas de juegos surrealistas o acciones poéticas callejeras, por ejemplo, una quema de dinero en 2008, en la madrileña Puerta del Sol, durante una manifestación contra la debacle financiera que se avecinaba tras la caída del banco Lehman Brothers. “¡Quema el dinero y baila!”, cantaban los participantes, que utilizaron como combustible billetes por valor de unos 400 euros, que se disolvieron sin más en la atmósfera. Posteriormente, Castro y sus secuaces participaron muy activamente en el Movimiento 15M, cuyas plazas, asambleas y bosques de manos al viento consideraban el momento colectivo más vivo de la ciudad en los últimos tiempos. Uno en el que “la vida fue superiormente vivida, porque fue pasionalmente vivida”.


Para el Grupo Surrealista el surrealismo es algo más que unos cuadros encerrados en museos o unos nombres escondidos en libros de texto, es una forma poética de vivir, un acercamiento a lo maravilloso que se esconde en la vida cotidiana. Y sus convicciones, que también beben del situacionismo, la contracultura y otras vanguardias posteriores, son fuertemente políticas e incluyen el gusto por lo onírico, el erotismo y el juego, el inconsciente y el humor, la ebriedad, el azar, los paseos, el amor loco, los encuentros fortuitos. Por supuesto, la poesía: estás son las coordenadas en las que se situó la existencia de Castro.

Mantener viva la llama
El poeta Enrique Falcón recuerda sus encuentros con Castro acabando casi siempre en alguna discusión sobre el hecho literario y su viabilidad política. “Eugenio podía parecer, en esto, muy duro y poco dado a las concesiones, pero en el encuentro personal sus convencimientos no alejaban una verdad por la que siempre le estaré agradecido: la ternura que siempre nos mostró”, dice el poeta. Falcón alaba también su exigencia estética, “poco complaciente con los mandarines de nuestra actual poesía, que fue menos retórica que radicalmente espiritual”. Y las lecturas que practicó del surrealismo, “que no deberían ser obviadas”.

Parte de esas lecturas son las que difundió en la revista Salamandra, editada por el Grupo Surrealista (su último número fue un grueso volumen de casi 500 páginas, que el colectivo define como “la revista más esporádica, cosmogónica, excéntrica, internacionalista, desesperada y utopista del mundo”), que ha dado cuenta de la actualidad del pensamiento surrealista, que, aun nacido a principios del s. XX (Apollinaire acuñó la palabra surrealismo en 1917), no se duerme en los laureles y está fuertemente concernido por el capitalismo salvaje, los conflictos urbanos, el descontrol tecnológico o las visiones distópicas que nos asedian. Castro participó en algunos de los libros colectivos llevados a cabo por el Grupo, como Crisis de la exterioridad. Crítica del encierro industrial y elogio de las afueras (Enclave Libros) o Situación de la poesía (por otros medios) a la luz del surrealismo (publicado junto a La Felguera, Traficantes de Sueños y la Fundació d’ Estudis Llibertaris i Anarcosindicalistes).

“En una época en que la gran mayoría de nuestros intelectuales letrados son turistas de la poesía o de la vida del espíritu (cuando no proxenetas de sus propios saberes), Eugenio se dio a sí mismo la tarea de mantener viva la llama de los más altos encuentros. No te olvidaremos”, le recuerda el en su blog el poeta Jorge Riechmann.


Por Sergio C. Fanjul