Esta obra póstuma y corta es la muestra más concentrada de las dotes satíricas de Silva, una de sus facetas menos conocidas entre el público general.
A José Asunción Silva (1865-1896) se le conoce principalmente por los llamados “Nocturnos” del Libro de Versos (1923), la única de sus antologías para la cual dejó instrucciones de publicación antes de (según parece) quitarse la vida. El más famoso de esos tres poemas es, tal vez, “Una noche”, cuyos primeros versos dicen así: “Una noche / una noche toda llena de perfumes, de murmullos y de música de älas, / Una noche / en que ardían en la sombra nupcial y húmeda, las luciérnagas fantásticas, / a mi lado, lentamente, contra mí ceñida, toda, / muda y pálida / como si un presentimiento de amarguras infinitas, / hasta el fondo más secreto de tus fibras te agitara”.
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Ese poema estaba impreso en el antiguo billete de 5 mil pesos (el actual, donde también figura Silva, reproduce los versos de “Melancolía”) y es un abrebocas a lo que es mucha de la poesía de su autor: imágenes sensuales y evocadoras atravesadas por la tragedia y la nostalgia. Él mismo lo dice en “Al oído del lector”, el preludio del Libro: “Pasión hubiera sido / en verdad; estas páginas / en otro tiempo más feliz escritas / no tuvieran estrofas sino lágrimas”.
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Incluso en “Suspiros” dice que “no podría hablar de otro suspiro... del suspiro que viene a todos los pechos humanos cuando comparan la felicidad obtenida, el sabor conocido, el paisaje visto, el amor feliz con las felicidades que soñaron, que no se realizan jamás, que no ofrece nunca la realidad, y que todos nos forjamos en inútiles ensueños”.
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Sin embargo, catalogar a Silva nada más como un poeta triste de palabras bellas sería reduccionista, tanto en términos de su obra como de su persona y su vida. Él también poseía una vena satírica mordaz que le dio para escribir los 15 poemas que conforman Gotas Amargas (1918), que al parecer había considerado publicar bajo el nombre de “Psicopatología”.
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Como bien lo notan James Alstrum y María Dolores Jaramillo en sus respectivos estudios, una de las características de Gotas Amargas desde el comienzo es el lenguaje de la enfermedad y la medicina. El poema que funge de preludio, “Avant-propos”, reza así:
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“Prescriben los facultativos, / cuando el estómago se estraga, / al paciente, pobre dispéptico, / dieta sin grasas […] Pobre estómago literario / que lo trivial fatiga y cansa, / no sigas leyendo poemas / llenos de lágrimas! / Deja las comidas que llenan, / historias, leyendas y dramas / y todas las sensiblerías / semi-románticas. / Y para completar el régimen / que fortifica y que levanta, / ensaya una dosis de estas / gotas amargas”.
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Alstrum llama a este tipo de gestos “anti-poéticos”. Gotas Amargas abraza lo grotesco, lo irónico y el desencanto al tiempo que rechaza los temas preferidos de los vates de la época. En “Psicoterapéutica” advierte: “Si quieres vivir muchos años / y gozar de salud cabal, / ten desde niño desengaños, / practica el bien, espera el mal”.
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Como la poesía decimonónica tiende a abordar el amor, buena parte de los poemas se van en lanza y ristre contra el tratamiento idealizado y casi virginal del tema, recordándole al lector que el simple deseo es igual de común y tiende a confundirse con aquel sentimiento; que muchas veces se ganará “una buena blenorragia” y que frente al “espasmo sexual” no hay nada que distinga a los seres humanos. Sean el “emperador de la China” o “Juan Lanas, el mozo de la esquina”, todos son “el mismo animal” instintivo.
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El poemario también se burla de los que buscan el amor perfecto a través del personaje de Juan de Dios, un hombre que “nunca supo lo que es amor” porque quería que sus aventuras fueran como las partes apasionadas de los libros que leía. Todas las relaciones de Juan de Dios le causan estragos y necesidad de pastillas. Dependiendo del poema, o deja una esposa con hijos “que fue muy infeliz” o se suicida tras hundirse en la filosofía de Leopardi y Schopenhauer, cuyo pensamiento ha sido catalogado de “pesimista” y plantea la existencia humana como una condición marcada por el sufrimiento y el sinsentido.
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Por MARTÍN CARVAJAL CHAMORRO