El Premio Nacional de Literatura de 1982 presenta el próximo lunes en Vila ‘Eivissa, arquitectura de la llum’, la edición en catalán de una guía de la ciudad con ilustraciones de la artista Patricia de Norverto que muestra una Ibiza alejada de los tópicos.
Antonio Colinas (La Bañeza, 1946) aprovechará su mes de descanso en las Pitiusas para presentar en Vila ‘Eivissa, arquitectura de la llum’, la edición en catalán de la obra que realizó junto a la ilustradora Patricia de Norverto por encargo del Grupo de Ciudades Patrimonio de la Humanidad de España y Tintablanca. En el evento, que tendrá lugar el próximo 14 de julio a las 20 horas en la Sala Capitular del antiguo Ayuntamiento de Ibiza, le acompañará el historiador del arte Martín Vila Cardona.
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¿Qué puede ofrecer al viajero ‘Ibiza, arquitectura de la llum’ que no pueda encontrar en una guía tradicional de Vila o de la isla?
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La Ibiza que retrato en esta obra no es la tópica, la más noticiable, la de los veranos. La obra se centra, sobre todo, en la zona del casco antiguo, declarada Patrimonio de la Humanidad, y en ella hablo, por ejemplo, de sus murallas, únicas en el Mediterráneo; de dos museos tan extraordinarios como el Arqueológico y el MACE, y fuera ya del recinto amurallado me refiero a la necrópolis de Puig des Molins. En sus páginas el lector va a encontrar, entre otras cosas, una visión de las raíces históricas de Dalt Vila y, sobre todo, esa Ibiza que se puede pasear tranquilamente a través de las tres rutas que he fijado. Una es la de los baluartes, otra la de la Dalt Vila interior y la tercera es la de la Marina y el puerto, que abarca también su entorno, como la plaza del Parque, Vara de Rey el museo de Puig des Molins. Además, incluyo algo muy personal, que es aquella Ibiza de los años 70 que yo conocí, que va acompañada de toda una galería de personajes históricos, entre los que hay amigos, artistas y traductores.
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Supongo que escribiendo este libro le habrán venido muchos recuerdos a la cabeza de la etapa que vivió en Ibiza entre 1977 y 1998. ¿Cuáles son más vívidos?
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El recuerdo más vívido que tengo precisamente es de Dalt Vila, llegando a Ibiza en barco cuando empezaba a amanecer. Me parecía que la ciudad se me ofrecía con una luz de miel. Esa es la primera imagen que tengo de la isla. Siempre he recordado también, de una manera muy cariñosa y especial, el interior de la isla, la Ibiza del microcosmo de la casa payesa y tertulias como las que teníamos los lunes en la terraza del Teatro Pereyra. Nos encontrábamos allí traductores y escritores venidos de distintos puntos de la isla como Antonio Escohotado, Francesc Parcerisas, Carlos Manzano o Jean Serra.
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¿Qué siente al comparar la Ibiza que usted descubrió en los 70 con la que ahora se encuentra cada verano cuando viene a pasar unas semanas de descanso?
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Diré una opinión negativa y una positiva. Yo ahora vengo en verano y lo que se padece mucho es el tráfico. Recuerdo antes como algo curioso que nos cruzábamos en un stop o un ceda y nos sonreíamos, nadie se enfadaba, y ahora hay una tensión que es muy chocante. Por otro lado, hay que pensar que Ibiza tenía entonces muchas carencias y que en ese sentido la isla ha ido a mejor. En aquellos tiempos, por ejemplo, una pieza de un coche tardaba dos meses en venir, solo había un avión a Madrid y otro a Barcelona, no había supermercados y había determinadas especialidades médicas que en Ibiza solo estaban disponibles un día a la semana con profesionales que se desplazaban de Palma o de Barcelona. La isla ha acabado siendo un centro mundial de turismo y todos ensoñamos la Ibiza bucólica, toda esa Ibiza interior que para mí, por fortuna, se conserva todavía. Esas leyes que se aprobaron para hacer frente al urbanismo agresivo fueron muy beneficiosas.
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Cambiando de tema, este año se cumple medio siglo de la publicación de ‘Sepulcro en Tarquinia’, uno de sus libros más emblemáticos. ¿Qué supuso este poemario para usted?
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Lo escribí en Italia, en los cuatro años que viví allí. Nada más aparecer se le concedió el Premio Nacional de la Crítica y me consta que ha sido un libro emblemático para dos o tres generaciones de lectores. Yo, un poco por llevar la contraria, cuando me preguntan qué libro de poemas mío prefiero, suelo decir otros, como , ‘Noche más allá de la noche’ o alguno de los últimos. Pero qué duda cabe que es un libro que tiene un fulgor especial. En él se contraponen dos mundos, el de Italia y el mediterráneo y, por otro lado, el del noroeste de León, el mundo de donde yo vengo. Es un contraste muy fuerte, que, como dijo Brines en el prólogo de una de las ediciones, se deshace a través de la romanidad, puesto que mi territorio de origen es una zona muy romanizada.
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Para celebrar esos 50 años de ‘Sepulcro en Tarquinia’, Siruela lo va a reeditar, ¿qué me puede adelantar del proyecto?
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Esta edición conmemorativa de Siruela, que estará en las librerías el 10 de septiembre, se completará con dos ensayos de dos profesores de la Universidad de Roma, Isabella Tomassetti , que es mi traductora al italiano, y Vicenç Beltran, que es su marido. Son dos grandes especialistas en literatura clásica. En el caso de ‘Sepulcro en Tarquinia’, ella se ha dedicado a estudiar el conjunto del libro y él el largo poema, el que da título al libro. Las celebraciones del medio siglo de ‘Sepulcro en Tarquinia’ arrancaron en Madrid con una exposición sobre mi obra en la Universidad Complutense, en la Facultad de Filología.
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"A un poema, se le puede quitar todo, menos su música"
¿Qué ha cambiado y qué mantiene de ese Antonio Colinas de la década de los 70?
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(Suspira). Bueno, yo creo que mantengo mi voz. Hay cuatro condiciones que siempre le he exigido al poema: que tenga emoción, intensidad, cierto grado de pureza formal y sentido órfico, es decir, ritmo, musicalidad. A un poema, se le puede quitar todo, menos su música. Además, he mantenido la escritura como vocación y también como profesión a través de la traducción y la crítica literaria, que son los dos complementos de los que he vivido sobre todo. Ahora precisamente se cumplen 50 años de la primera traducción que hice, fue en Italia con un libro de Sanguineti y otro de Carlo Levi. Un poco antes, comencé con la colaboración en los medios.
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Ha mencionado lo que mantiene, ¿pero hay algo que haya cambiado con el paso de los años?
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En lo esencial no ha cambiado nada. Con el paso de los años cada vez corrijo más y también ha habido etapas que, precisamente por razones de subsistencia, me he volcado más en trabajos un poquito más angustiados. He traducido por placer, como es el caso de la obra de Quasimodo, que tuvo el Premio Nacional de Traducción en Italia, pero también he traducido mucho a destajo. Entonces las editoriales marcaban unos plazos fijos y me recuerdo traduciendo sin descanso después de comer y por la noche, pero como estaba en Ibiza ese trabajo se atenuaba.
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¿Diría que su poesía ahora está más comprometida con la realidad que en sus inicios?
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Sí, así es. Mi poesía se podría dividir en tres etapas. La primera es la de Italia, que la crítica ha reconocido como culturalista y en la que se puede encontrar también mucha emoción, como es el caso de ‘Preludios a una noche total’, de la colección Adonais. Luego hay un periodo más metafísico, ya con los libros que escribí en Ibiza, como ‘Astrolabio’, ‘Noche más allá de la noche’ y ‘Jardín de Orfeo’. Y hay una etapa final, la de las últimas obras, en las que aparece ya la realidad. Encontramos poemas sobre la Primera Guerra del Golfo, la caída del muro de Berlín o los conflictos bélicos que nos asuelan actualmente. Por cierto, Alejandro Sanz le puso voz a un poema mío (‘Entropía’) a propósito de estas guerras que estamos padeciendo ahora. También he tocado los temas medioambientales de una manera muy sutil. En esta etapa siempre está presente esa preservación del medio, esa poesía de la naturaleza que no se refiere a un paisaje bonito sino a ese lugar de donde venimos y en el que respiramos.
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En 2018 donó su archivo personal y su biblioteca a su localidad natal, La Bañeza, con el fin de cooperar en la creación y la promoción de la Casa de la Poesía (Fondo Cultural Antonio Colinas), que se convirtió en una realidad en 2023. ¿Qué ha supuesto para usted este proyecto?
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Ha sido verdaderamente un milagro. Venían de aquí y de allá propuestas para albergar el archivo y al final me ofrecieron este espacio en una casa modernista que tenía el Ayuntamiento de La Bañeza con una parte nueva que hizo la Junta de Castilla y León. El Fondo Cultural Antonio Colinas se asienta en estas dos instituciones y en la Diputación de León. El proyecto incluye una parte expositiva, con un espacio muy especial sobre Ibiza, y otra didáctica. Nos visitan colegios e institutos. Hay que decir que este centro no solo se limita a mi fondo cultural y a lo que ha sido mi vida y mi obra. Está dedicado a la poesía en general. Uno entra y se encuentra con Virgilio, luego con Simonetta Vespucci, Aleixandre, Machado...Hace poco estuvieron allí unos profesores de Alemania que dijeron que en pocos lugares se encuentran espacios dedicados a la poesía como este. También quería destacar que he hecho una donación simbólica a la Biblioteca de la Universidad de Salamanca porque fueron muy generosos conmigo concediéndome el Honoris Causa. Les he entregado todos mis libros en primera edición, que ya superan el centenar.
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La Casa de la Poesía también es la sede del Curso de Verano Antonio Colinas de la Universidad de León. ¿Ya está todo preparado para la próxima edición?
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Sí, hace unos días presentamos la sexta edición y la publicación de las actas de 2024. Este año el curso lo dedicamos a la poesía visual.
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«Ahora se edita y se lee más poesía, hay más premios y más facilidades para publicar»
Parece que la poesía está de moda y que cada vez hay más lectores de este género. ¿Comparte esta apreciación?
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Bueno, aquí, como en el tema de Ibiza, la opinión es dual. Desde luego ahora se edita y se lee más poesía, hay más premios y más facilidades para publicar y, sorprendentemente, hay más interés por la poesía. Una parte positiva de Internet es que ha permitido que este género pueda llegar a todos con más facilidad, pero claro, dentro de ese aluvión de poesía cabe todo y no siempre lo que nos encontramos es bueno. Las redes sociales han propiciado lo que yo llamo poesía de encefalograma plano. Poesía no es poner una frase debajo de otra. Yo no voy a decir que es ejemplar poéticamente hablando, pero para mí, como he dicho antes, la poesía tiene que conmover, tiene que tener intensidad y un fulgor. Te pongo un ejemplo de lo positivo de los nuevos medios. Gracias a nuestra web (lacasadelapoesia.es), la Casa de la Poesía está en comunicación con todo el mundo y nos han escrito hasta de la India. El año pasado visitó el centro un profesor de Camerún. Eso nos ha permitido alejarnos de cualquier localismo negativo. Pero como dirían los clásicos: «Nada en exceso». O como diría Confucio: «En el punto medio está la verdad».
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Ben Clark comentaba en una entrevista a Diario de Ibiza que era un momento estupendo para ser un poeta joven, ¿también lo es para los veteranos en estas lides?
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Yo creo que sí. Yo, en ese sentido, no me puedo quejar lo más mínimo. No me imaginaba que mi trabajo iba a llegar a donde ha llegado, a tener una obra completa y a ser bien recibido. Estoy muy contento con mi editorial, con Siruela. Ahora bien, es verdad que es un buen momento para los poetas jóvenes y Ben Clark es un buen ejemplo. Ahora se edita más y hay muy buenos poetas. Hay diversidad de criterios y de voces y eso es muy bueno.
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¿Cuál diría que es el papel que juega el poeta en estos tiempos?
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El poeta trabaja con la palabra nueva y el poema tiene que tener un fulgor que lo distinga. Me parece, además, que ser poeta es un modo de ser y de estar en el mundo. Esto quiere decir que para mí la experiencia de vivir y la de escribir van fundidas. Por tanto, concibo la poesía como un proceso de autoconocimiento. Por otro lado, la poesía llega cuando los otros lenguajes fallan o no sirven. Por ejemplo, en una cumbre de jefes de Estado, en los discursos se citan versículos de la Biblia o a clásicos. En esos momentos excelsos socialmente, aparece la poesía, solemos aferrarnos todos a un verso y de ahí el sentido universalista que tiene.
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Por Maite Alvite