El libro de las improvisaciones, de Juan Lebrún

Fuente: https://letralia.com/lecturas/2025/02/03/el-libro-de-las-improvisaciones-de-juan-lebrun/

Vivimos en tiempos de furia transmitida por cables de fibra óptica, donde la atención se ha vuelto moneda de cambio en exceso codiciada. Pasamos de un torrente de asco al otro, con procesos electorales donde se elige qué candidato suscitará menores catástrofes.

No importa si es América del Norte, del Sur, África, Asia o Europa, el escándalo de turno se reproduce a pantalla partida con un video satisfactorio y colorido. Parece que el tiempo falta y los estímulos sobran en una competencia interminable: tía Paola, gato chipi chapa y el mapache Pedro pé brillando por un par de días hasta quemarse las alas y desplomarse a las profundidades del olvido. A quien, con razón, busque desintoxicarse, antes que decir adiós a la red como Hemingway a las armas, se le recomienda El libro de las improvisaciones (2024).
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El 21 de marzo de 2024, Día Mundial de la Poesía, se dio a conocer el veredicto del Premio Internacional de Poesía Joven Ida Gramcko, dando por ganador a Juan Diego Fernández Lebrún, poeta venezolano nacido en esa misma fecha, pero veintisiete años antes. El veredicto destaca una cualidad “exuberante y surreal” en el trabajo de la palabra y el ritmo.
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Lebrún ha sido finalista del I Concurso Internacional de Sonetos a los Pueblos Originarios Kemkem (2019) y obtuvo el tercer puesto en el 7º Concurso de Poesía Joven Rafael Cadenas (2022). Ha sido traducido al bengalí, inglés e italiano.
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“El libro de las improvisaciones”, de Juan Lebrún
El libro de las improvisaciones, de Juan Lebrún (LP5 Editora, 2024).
Disponible en Amazon
El libro de las improvisaciones
Juan Lebrún
Poesía
LP5 Editora
Santiago de Chile, 2024
ISBN: 979-8328749244
71 páginas
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Su ópera prima computa 32 poemas divididos en dos secciones: “Visos humanos” y “[H]ojos líquidos”. Ninguno lleva título; abren con dedicatorias, suerte de proemios breves que vinculan a un cosmos de sentido personal.
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El poemario se erige en los intersticios del suburbio caraqueño y latinoamericano. La voz lírica transita entre declamación y libre fluir de la conciencia, estableciendo conexiones con el espacio a través de metáforas que no extrañarían al devenir deleuziano:
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En azul se disipan montaña y cielo
hacia un paisaje mental:
nubes de leopardo,
lobos de tiempo,
troncos de agua,
mesas de zamuro,
plataformas de plumas,
vidrios de carbón,
cuerpos de viento.
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Heredero de Armando Rojas Guardia, Lebrún consigue materializar momentos específicos e invisibles de la experiencia suburbana a través de la palabra. Sin abandonar, al mismo tiempo, un ímpetu profundamente lúdico, que encarna la deriva situacionista y recupera la tradición experimental del poema sonoro:
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Y vuelve……..el ciclo primigenio, el balbuceo:
el gla glo glo cri gláglocro ploglaglo kí laglocó
glau glau klin klin. Acacacacácacacácácacacacá.
Ffffffffffffffffffffff PRRRR
TRA TRA………TRAA
Blupla blupla blupla blupla blupla blupla
Kekekekeke
Ursonate de la ruta, ursonate de la cueva.
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En “Visos humanos” abundan las imágenes naturales. El árbol, las nubes, el viento y la lluvia son constantes, se infiltran en el pavimento para la creación de un espacio lírico que es ciertamente íntimo, pero no por ello incapaz de comunicar sensaciones y problemáticas universales. Asimismo, se profundiza en la reflexión del poema como palabra escrita versus la palabra improvisada.
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Precisamente, lo segundo surge como motor de la versificación, desdibujando la frontera entre escritura y oralidad: “La improvisación es el instante pensándose”. ¿Puede, de hecho, improvisarse, estando sujeto a una lengua con reglas gramaticales y contextuales fijas? Pregunta no muy lejana a las que se conjeturaron alrededor de la composición homérica durante buena parte del siglo XX, y que resolvió en favor de la oralidad la hipótesis formular de Milman Parry.
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“[H]ojos líquidos” acumula dichas preocupaciones, pero desde un cariz más técnico y vinculado al paisaje, un paisajismo sonoro, musical y léxico:
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Será sonido
Do
Re
Fa
Re(…)
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Será mío,
porque sólo muta
el cuerpo bajo el mango.
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Dicho paisajismo posee orden, el yo lírico nos reitera que hay algo de “algoritmo” en la naturaleza.
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Los últimos años han marcado un cambio de paradigma para todas las industrias a partir de la irrupción de la inteligencia artificial generativa, provocando zonas de tensión entre la eficiencia extrema y el valor de la mano de obra humana, especialmente en las industrias creativas. Escritura, traducción y audiovisuales, todo puede hacerse con prompts que resultan mucho más baratos y consistentes, o eso dicen los gurús tecnocráticos.
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Dos semanas antes de la premiación que dio luz a El libro de las improvisaciones, Red Bull Batalla presentó un formato experimental para sus competencias de improvisación, donde se enfrentaron campeones nacionales de freestyle en distintos idiomas. Lo que se dijo era inteligencia artificial traducía a los freestylers de forma simultánea, permitiendo que batallaran a pesar de la barrera lingüística. En esta disciplina se valora la instantaneidad y la capacidad de responder al momento; de hecho, una de las estrategias argumentativas más comunes es acusar de premeditación al rival. La lectura, por su parte, es un proceso hermano de la alfabetización adquirido, a diferencia del oído, por lo que, aunque interesante, un sistema de transcripción de audio, aun siendo veloz, perjudica a la improvisación, sea declamada en verso libre o rimada sobre una instrumental.
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La obra problematiza sutilmente esta disyuntiva, enfrentando lo “algorítmico” a la “avería”. Se pregunta si esta última no habita la palabra, deviene en cuerpo, luz, signo de orgullo. Y es que lo artificial predice, pero la avería improvisa, crea recreándose en la palabra y transformando la realidad circundante; ejecuta aquello que Víktor Shklovski tuvo por bien en llamar desautomatización del lenguaje. Mientras que la máquina multiplica las formas de la naturaleza, “el arte forma nidos de algoritmos, / pérdida invertida de sol”, nos dice la voz lírica.
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“Pay attention to what you pay attention to”, frase popularizada por la autora estadounidense Amy Krouse Rosenthal a principios de los 2010, sintetiza el temple que consigue evocar El libro de las improvisaciones. Si la atención se invierte, genera riquezas o las destruye, entonces habría que usarla en empresas rentables sin importar las consecuencias, adecuarse a los tiempos generativos. En este sentido, el yo lírico presenta un fallo, pues vaga y divaga por los rumbos que le guía el céfiro pero, a diferencia de, por ejemplo, Hall 9000 en 2001: A Space Odissey, este error catastrófico no lo impulsa a la destrucción, sino su opuesto, salvación repentizada: “Allá, en algún puerto, / un barco encalló por su destreza: / su inexperiencia no supo improvisar”.
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La idea de fallo como potencia creadora va más allá de la palabra “avería” y su repetición junto a otras muletillas temáticas también se muestra en llamados al pie de página que sirven para situar el instante de creación de algunas improvisaciones, y que invitan, sumados a una nota final del autor, a la relectura inmediata, retornando al mundo con nuevos ojos, como uróboros cuya carne es verso.
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El libro de las improvisaciones forma un caleidoscopio de palabras capaz de revelar maravillas en lo aparentemente inocuo: árboles, techos, casas, los sones de la lluvia y la mugre de las aceras. Invita a volcarse de vuelta a los estímulos caóticos y dejar que el tránsito improvisado del verso fluya ante los sentidos, para luego encarnarse en el papel. Por último, vale la pena señalar que la obra también se desmarca de las expectativas impuestas, algorítmicamente, si se quiere, a los autores venezolanos contemporáneos, tan íntimamente ligados a la polarización épica o apocalíptica de la(s) crisis.
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Por Jesús Gomes