Fuente. https://www.epe.es/es/abril/20240120/hilda-doolittle-critica-don-libro-sigmund-freud-96924421
En este libro, escrito durante la Segunda Guerra Mundial pero publicado originariamente en 1982, la autora construye un pasado en el que el recuerdo se mezcla con los sueños y la imaginación.
Es en segunda persona del singular como la poeta, narradora y ensayista Hilda Doolittle (Belén, Pensilvania, 1886-Zúrich, 1961) se refiere a la Hilda adolescente en El don, obra en la que indaga en los mecanismos de la memoria para convertirla no solo en una herramienta de exploración de sí misma y de lo vivido, también en motor creativo.
La memoria es objeto de escritura y es escritura en sí misma. Escrito durante la Segunda Guerra Mundial, pero publicado en 1982, El don le debe mucho a la proximidad que tenía Doolittle con el psicoanálisis y que se remonta a 1933, cuando acudió a Sigmund Freud para ser analizada.
Éste era consciente de que Doolittle no era una paciente más y, de hecho, como recuerda la propia escritora, cuando le preguntó cuál era el motivo de su extravío, el psicoanalista contestó: "Tú eres poeta". Intensidad Tras cada sesión, Doolittle tomaba apuntes de sus encuentros con Freud que dieron lugar a Tributo a Freud, publicado pocos años después de El don (estos dos libros conforman, junto con Fin al tormento, su obra memorialística).
"Las palabras vuelven con singular frescura e intensidad, ahora que, luego de esta larga espera, puedo recordar las sesiones de Viena sin un terror insoportable y sin un desfallecimiento aterrador", escribió en Tributo a Freud.
Esa misma intensidad la hallamos en El don, donde las palabras vuelven y construyen imágenes de un pasado en el que el recuerdo, siempre distorsionado, se entremezcla con los sueños y la imaginación; es el recuerdo de la Hilda adulta, que sigue mirando aquel tiempo pasado con ojos de niña.
Doolittle juega con dos miradas que se entrechocan: la de la niña –suyas son las percepciones– y esta reelaboración de la escritora ya adulta, de la apasionada del mundo clásico –de ahí la alusión a Helena, Helios, Febo–, de la que sabe que en todo recuerdo hay represión, resistencia y encubrimiento, de la que es consciente de que los sueños son el vínculo con el propio inconsciente y de que la escritura es una forma de reescritura.
El don va más allá del elemento puramente memorialístico. En él encontramos 'in nuce' la poética de Doolittle Por ello, dota al texto de un carácter fragmentario –el fragmento como expresión del vaivén a veces inconexo de la memoria– y pone en movimiento una serie de relatos familiares que, envueltos de halo legendario, dotan de mayor ambigüedad el texto.
¿Realmente Mamalía podía recordar lo acontecido antes de su nacimiento? ¿Realmente una pitonisa le dijo a la madre de Hilda que tendría un hijo con un don? ¿Y cuál es este don? ¿El de la memoria? ¿El de la habilidad musical? La presencia de un don en la familia que aparentemente ninguno de los niños ha heredado vertebra el texto, que se vuelve una especie de bildungroman en cuanto Hilda va tomando consciencia de que ella es la poseedora –"eres demasiado brillante", se dice a sí misma– de un don que tiene que ver con la escritura.
Y, quizá, es esa toma consciencia la que hace que en el capítulo final dé un salto hacia delante para rememorar los días de los bombardeos de Londres.
Por Anna Maria Iglesia