Daniel Samoilovich, o el remedio contra la solemnidad - Argentina

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Los poetas argentinos no se caracterizan por el sentido del humor. Pero hay excepciones, claro, y Daniel Samoilovich, es una de ellas. Hace dos semanas, cuando vino al Festival Internacional de Poesía, su lectura fue una desmostración convincente de que la risa puede ser la parte más viva de una experiencia poética.

Tanto los que se perdieron esa lectura como quienes la disfrutaron, puede ir por más en Rusia es el tema (2014), un libro que reúne poemas de Párpado (1973), El mago (1983), La ansiedad perfecta (1991), Superficies iluminadas (1996); Las encantadas (2003), El carrito de Eneas (2003) y El Despertar de Samoilo (2005). Será presentado este sábado a las 20 en DocumentA/ Escénicas (Lima 364), en una performance en la que participarán, además del autor, el artista Eduardo Stupía y los poetas Romina Freschi y Horacio Zabaljáuregui. El domingo, Samoilovich se presentará en El Parque de Salsipuedes.

Si bien algunos de los libros de Samoilovich fueron publicados en España y traducidos a varias lenguas, sigue siendo conocido como el director del Diario de poesía, una revista que desde 1986 hasta 2013 difundió la obra de cientos de poetas argentinos y extranjeros y que fue el centro de más de una polémica. No obstante, su experiencia editorial más perdurable y rentable es la publicación de revistas de crucigramas y juegos de ingenio.

La figura de Samoilovich, con su barba gris y sus pequeños ojos celestes, resulta inconfundible a la distancia. Sin embargo, no bien empieza a hablar, es su voz la que se impone sobre los otros rasgos. Una voz de barítono, grave y cálida, a la que sólo la tonada porteña le infunde una reserva de ironía.

Uno podría pasarse horas escuchando esa voz; más aún cuando se pone a contar anécdotas de su vida y parece invitarnos a bajar lentamente, por una escalera imaginaria, hacia el mundo de su memoria y presentarnos a los personajes que allí siguen viviendo aun cuando hayan muerto hace muchos años.

Lo primero es la familia. Los padres de Samoilovich nacieron en la Argentina en las primeras décadas del siglo 20. Los dos eran judíos: la madre, sefaradita; el padre, ashkenazi. El abuelo materno nació en Jerusalén, pertenecía a una familia que hacía negocios en distintos lugares del mundo. Hablaba árabe y francés y aprendió español aquí.

En cambio, el abuelo paterno venía de Ucrania, una zona roja para los judíos europeos, donde hubo varios progroms y persecusiones tras la revolución fallida de 1905. Ya tenía varios hijos cuando llegó a la Argentina y se fue a trabajar en el puerto de Bahía Blanca. La familia hablaban idish y ruso, pero la abuela paterna era analfabeta en cualquier idioma.

El nieto que lee. Esa abuela analfabeta pudo ser decisiva en la vocación literaria de Daniel Samoilovich. Él no se atreve a aseverarlo, pero el cuadro bien vale como escena inicial. Dado que vivían sólo a dos cuadras de la casa de los abuelos paternos en el barrio de Floresta, cada vez que esa "abuelita" estaba enferma, mandaban al pequeño Daniel que la entretuviera y le leyera cuentos en español.

El diminutivo delata el espacio inversamente proporcional que esa abuela ocupa en la memoria de Samoilovich. Recuerda haberle leído un libro de leyendas rusas. Y también el Miguel Strogoff, de Julio Verne. "Lo curioso -dice- es que en lugar de que la abuela le leyera cuentos al nieto, estaba yo leyéndole a ella".

De día, mi cama se empotraba en la biblioteca y de noche se rebatía como un libro más. Por eso yo digo que dormía dentro de una biblioteca.

Debido a que sus padres provenían de dos regiones distintas, Samoilovich sólo recibió como herencia lingüística un castellano de primera generación. "Por un lado, eso hace que la lengua no tenga para uno el espesor de lo tradicional, de lo antiguo, ese prestigio, digamos así, del encanto y dulzura de lo patrio. Por otro lado, implica que las cartas están dadas vueltas al revés y que descubrirlas tenga la fuerza de la novedad".

Cama-biblioteca. Los Samoilovich vivían en una casa muy pequeña, alquilada a un italiano. Daniel la describe así: "Estaba el dormitorio de mis padres, el comedor, la cocina y el cuarto donde dormíamos y jugábamos mi hermana y yo y dormía la muchacha de noche, la que nos cuidaba y permitía que mis padres salieran un poco o que mi madre trabajara".

El cuarto de los niños no era muy grande. Había una biblioteca que ocupaba toda una pared y había dos camas que se bajaban de la biblioteca. "De día, mi cama se empotraba en la biblioteca y de noche se rebatía como un libro más. Por eso yo digo que dormía dentro de una biblioteca".

Risas y lágrimas. El sentido del humor judío es legendario. Sin embargo, Samoilovich no cree que su poesía se haya alimentado de esa tradición. Todo lo contrario. "El judío también puede ser muy patético, de ponerse a llorar. Siempre me acuerdo de una velada en casa de una tía, que también vivía cerca. Se juntaban mi papá con su hermana y otro tocaba el piano; se ponían a cantar tangos, y de repente estaban todos llorando. Cuando era chico, no entendía nada. Hay una cosa sentimental ruso-judía que engancha con el tango y que es bastante dura".

El acercamiento de mi generación a la poesía fue bajo una marca fuertamente vocacional. Nada preceptiva, nada académica.

Supone que el clima generacional fue más importante que el ambiente familiar en la formación de su sentido del humor. "El acercamiento de mi generación a la poesía fue bajo una marca fuertamente vocacional. Nada preceptiva, nada académica. Me acuerdo de otros chicos de 14 o 15 años con los que nos pasábamos los libros de Breton, de Jarry, de Apollinaire. No porque fueran autores graciosos, sino porque nuestra educación, en la década de 1960, en el Colegio Nacional de Buenos Aires, no reverenciaba el prestigio cultural".

–¿Tan fuerte fue la marca del Colegio Nacional?

En primer año, el tipo que nos daba a leer La Celestina era Enrique Pezzoni, un dandy. Un tipo que tenía un acercamiento a la literatura que no era nada profesoral, sino muy vital. Hay algo de eso de lo que nunca me quise separar. Quiero decir que cuando hubo un acercamiento más solemne a la poesía, del tipo del que generó a fines de los '70 el grupo Último Reino, yo estaba como vacunado. Pero también tuve una reacción muy fuerte frente a cierta cosa coloquial, político idealista, vitalista de los '60.

–¿Seguís reivindicando el objetivismo de "Diario de Poesía, que también tuvo una posición crítica respecto de los '60, del neorromaticismo y el neobarroso?

En un momento me interesó la etiqueta de objetivista. La promoví, me hice cargo de ella. Me divertí con eso, me pareció útil, fijaba algo que estábamos haciendo, nos ponía en relación con algún tipo de poesía anglosajona, con la prosa de Saer, era como un período de reticencia. Hubo una época en que si se entendía algo de lo que vos estabas escribiendo eras coloquialista.

-Un momento de tensión cultural a principios de la década de 1980.

–Sí, en una de esas vueltas de péndulo a las que nos tiene acostumbrados la historia de la literatura argentina, se pasó de cierto sencillismo e idealismo político, humanismo de izquierda, cierto integrismo revolucionario a, por un lado, el romanticismo alemán, y por otro lado, a una especie de hipertrofia del lenguaje puro. Entonces, aquella etiqueta del objetivismo servía para definir otro tipo de línea de orientación. Creo que en algunos poemas de El mago y otros de La ansiedad perfecta se ve cierta voluntad de mantenerse cerca, de evitar la inflación. Para mí fue importante ese camino.

Pero ya en los '90, tu estilo fue cambiando y tu poesía dejó de ser reticente.

A partir de Superficies iluminadas, otra vez hubo un momento de expansión. Visto desde ahora, creí que tenía algo más de voz propia y que podía probarla en objetos y modelos distintos, en zonas de imaginación, como las de El despertar de Samoilo. Pensé que podía empezar a meter la política de un modo muy diferente a lo que habían sido mis propios experimentos descartados y de cómo se había incluido la política en la poesía de los '60 y primeros '70.

Mirar los pájaros. Algo que une a Samoilovich con los poetas objetivistas es la observación. Pero en él se trata de un tipo de observación casi científica, que se nota especialmente en el caso de los pájaros. Estos nunca tienen un mero valor simbólico u ornamental en sus poemas y se debe a que hace años que se dedica a observarlos en el campo.

"Robert Graves decía que para la mayoría de los poetas británicos, lo que no es un gorrión es una garza. Yo me lo tomé como una disciplina zen. Si los monjes zen pueden encontrar una cierta plenitud en dibujar un jardín y un laberinto en la arena, yo podría hallarla en la observación de los pájaros: en esa mirada, en esa espera (porque a veces vas a observar y se te escapan todos como en la película de Buster Keaton), hay algo de lo inmanejable, lo inútil, lo que no sirve para nada. Una forma de extrañamiento"

–El azar y los juegos de naipes también tienen una presencia notable en tu poesía.

–Para los que no somos creyentes, es evidente que la combinación que permitió que existiéramos como especie y después como individuos es puramente azarosa. Esta eso de Einstein de que Dios no juega a los dados con el universo y la respuesta de Carl Sagan que dice que no sólo juega a los dados sino que esconde la tirada. El azar constituye una especie de intemperie en la que no me siento angustiado. Los juegos de azar son una manera de domar eso y de manejarlo a través de elementos simbólicos. Paso mucho tiempo jugando a las cartas. Nunca me parece tiempo perdido. Me parece el tiempo de alguna ensoñación.

Presentación. El sábado 28 de marzo a las 20, en DocumentA/Escénicas (Lima 364), se realizará una velada de Performance de poesía + Teatro de Recortes, celebrando la aparición de Rusia es el tema (Bajo la Luna), de Daniel Samoilovich. En contrapunto con las imágenes del artista Eduardo Stupía, Romina Freschi, Horacio Zabaljáuregui y Samoilovich pondrán voz a los poemas de este último. Gratis.

En Salsipuedes. Daniel Samoilovich y Romina Freschi se presentarán también el domingo a las 19 en el centro cultural El Parque de Salsipuedes. Gratis.
Por Carlos Schilling