Fuente: https://www.laopiniondemurcia.es/cultura/2025/07/10/concha-lavella-silencio-poesia-119538297.html
El mundo de Concha Lavella ha sido siempre un universo de letras. Fue la ausencia de su padre, trabajador en Alemania durante 22 años, lo que impulsó a una Concha Lavella recién iniciada en la lectura, a escribir sus primeros –infantiles– textos, en forma de descriptivas cartas que enviaba a su progenitor con la intención de transmitirle cómo era la vida en su Algezares natal.
Aquellas misivas eran una inacabable relación de sucesos en los que la niña intentaba poner al día al padre de cuanta novedad se producía en la familia. Quizás fuera ahí donde se agudizó su capacidad de observación.
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Los primeros recuerdos de narraciones le vienen a Concha de la tradición oral: su abuelo Paco le recitaba poemas y canciones y su madre, a Machado, Miguel Hernández, León Felipe, Neruda… El suyo era un ambiente de teatro, música y poesía.
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En el franquismo y la transición política hablaba en sus escritos, a veces en forma de diario, de la injusticia social, el movimiento político de la época… En su casa se montaban tertulias con gente que recitaba poemas o hablaba del momento político: Neruda, Chile, la muerte de Allende… Era la política unida a lo cristiano y a temas de la iglesia, con un cura de izquierdas, más tarde profesor de la Universidad de Murcia, Pepe Buendía, que «nos formó a los jóvenes en el espíritu crítico». Unas reuniones aderezadas por las máquinas de la carpintería, que sonaban en el taller incesantemente.
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Concha Lavella es psicóloga, ha impartido seminarios y ha tenido una clínica durante 15 años, donde recibía pacientes. También ha sido educadora social. «Me gustaba mucho lo emocional, lo metafórico. La ausencia, el dolor, la injusticia social, eran mis temas, y Dios era mi tabla de salvación», dice.
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Sin embargo, la auténtica poeta, comenta Concha, era su abuela, Ángeles Zaragoza Ávila. Aunque nunca escribió nada. La suya era una poesía que se transmitía a través del silencio. Y la evocación de ese silencio de su abuela emociona muchos años después a Concha. Fue ella la que le transmitió un sentimiento republicano y la que supo inculcarle la importancia del saber escuchar en el silencio, que es, para Concha, donde realmente se cultivan los poemas. También en el dolor y, por supuesto, en el amor. Rememora Lavella que su abuela creaba belleza con el silencio. Y en un continuo acariciar que encerraba un lenguaje en sí mismo: la caricia de las alhábegas que ella cultivaba y que eran un trasunto de la huerta que le habían arrebatado los franquistas. Recuerda Concha emocionada a su abuela acariciando las alhábegas al atardecer. De ahí viene su voz poética, asegura, de aquellos silencios llenos de amor.
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Concha escribe cuando no encuentra palabras para explicarse qué es lo que está sucediendo. En su vida y en el mundo. Y su escritura se torna catártica y se rebela contra las injusticias: La injusticia social, la guerra en Palestina, todo tipo de temas sociales… Y el cine Rex. Son muchos movimientos y muy variados los que le interesan.
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La poesía ha servido a Concha para curarle heridas. No comprende que la gente se quede parada ante asuntos que le enervan. Asegura que cuando el dolor le empuja a crear un texto, la inspiración le viene de golpe, como algo muy profundo, un grito que la atraviesa. Y un silencio sonoro en el que no hay donde agarrarse.
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La harina, el yeso y la niebla, son los conceptos en los que transcurre la vida de su pueblo, asegura, «en esos colores tenues, blancos y translúcidos transcurre la vida, porque la poesía es una invisibilidad sonora» asegura.
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Por Pascual Vera