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Sabat Ercasty, Carlos

Uruguay, (1887-1982)

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BIOGRAFÍA

1) Antecedentes familiares de Sabat Ercasty

El padre de Sabat Ercasty era Mariano Sabat y Fargas, de origen Catalán, pues había nacido en Barcelona, en el pueblo San Vicens dell Orts el 19 de Abril de 1840. Los abuelos paternos de Sabat Ercasty fueron Vicente Sabat Ulle y Eulalia Fargas González.

Don Mariano, el padre del poeta que fue capitán de coraceros del regimiento de Numancia y profesor de esgrima, contrajo, en España, su primer matrimonio con una joven llamada Viviana Concepción Lleo Andreu de la que tuvo tres hijos: Concepción que se casó luego en Montevideo con un farmacéutico llamado Ernesto Paccard y vivían en Colón. El segundo hijo, Alejandro, nació en Valencia donde su padre estaba de guarnición. Y el tercero, Hermenegildo nació en la isla de Mallorca y vino al Uruguay cuando tenía recién un año, se dedicó luego a la pintura, fue buen caricaturista y además profesor del Instituto Normal.

Esa familia se instaló en Montevideo en 1875, pero la madre falleció cuatro años después o sea en 1879. Tras enviudar, Don Mariano contrajo en Montevideo un segundo matrimonio el 17 de Julio de 1885 con una muchacha de origen vasco llamada María Luisa Ercasty Tellechea, natural de Gualeguaychu, es decir, Argentina. Según creía el poeta Sabat Ercasty pues alguien le tradujo el nombre vasco de su madre, que "Ercasty" significa "lugar de retamas" y "Tellechea" está compuesto por dos palabras vascas: "Telle" significa "tejas" y "echea" es "casa". Dicha señora tenía vocación por la poesía y le encantaban algunos autores como desde luego Bécquer, pero también Espronceda y Andrade.

De éste segundo matrimonio nacieron: Mariano en 1886 que sintió entusiasmo por la música y llegó a ser violinista en la orquesta Sambucetti, incluso fue alumno de Fabini. Aunque con talento, era algo perezoso, y cree el hermano menor, es decir el gran poeta, que Mariano, aunque talentoso, tenía cierta pereza, no se esforzaba demasiado y era un decidido solterón.

El segundo hijo del matrimonio de Mariano Sabat y Fargas con María Luisa Ercasty Tellechea, fue el poeta, prosista y profesor del cual nos hemos de referir, es decir, Carlos Sabat Ercasty, que nació el 4 de Noviembre de 1887.

Hubo además tres hijos que fallecieron siendo criaturas, como ocurría en aquella época a causa de falta de conocimientos científicos.

La cuarta fue Eulalia Marina, la cual se casó con Tomás Palacio.

El padre de esta prole, Don Mariano fue en Montevideo profesor de esgrima, sargento mayor del ejército uruguayo y luego obtuvo más grados. Daba clases de táctica de caballería y equitación, fue uno de los fundadores de la Academia Militar, y escribió el libro "Filosofía del Arte de la Esgrima".

Pero gustaba de las buenas lecturas, y al terminar la cena leía a sus hijos o hacía que ellos se acostumbraran a leer; en general era un capítulo de "Don Quijote de la Mancha" y tras esto se hacía un comentario. Ese acto, tan importante que se hacía en las familias cultas para que los muchachos se dieran cuenta del valor del libro, mi padre lo hacía también en casa; de ese modo nos acercábamos a temas agradables para nosotros a nuestra edad y nos dábamos cuenta de la importancia que existía en la lectura de un volumen de narraciones respecto de mundos e ideas que no se nos habían ocurrido. Mi padre, Mario Blixen, hijo del cónsul de Suecia y Noruega, sabía muchos idiomas: alemán y francés perfectamente, pero tambien inglés, italiano, portugués y desde luego el castellano. Y recuerdo que ante el acto de leernos los libros, similar al del padre de Sabat Ercasty, llegamos al respeto por la lectura.

Luego, Mariano Sabat y Fargas fue perdiendo la vista y hacía que sus hijos, especialmente Carlos Sabat Ercasty, lo acompañaran a las tertulias literarias que en esa época se efectuaban en el café Moca, donde se recitaba y también se discutía sobre distintos temas, especialmente de literatura, historia y arte.

Mi conocimiento directo y grande respecto de este poeta fue cuando siendo yo profesor del Instituto de Estudios Superiores, situado en la calle Constituyente, pasé a pertenecer a la Comisión Directiva del mismo, y Sabat Ercasty también. Nos sentábamos juntos y cuando se conversaba sobre los distintos temas planteados, Sabat Ercasty dibujaba casi siempre figuras de Cristo. Parecía al principio que se hallaba distraído pero nada de eso ocurría; de pronto, cuando el caso planteado le parecía importante, levantaba la mano y enseguida expresaba su opinión para apoyar o rebatir o por lo menos ampliar o aclarar el tema que se discutía.

Se hizo muy amigo mío. Salíamos juntos y yo vivía en 18 de Julio esquina Gaboto y él en Colonia casi Tristán Narvaja, o sea a una cuadra y media de distancia de mi apartamento. El suyo daba a la calle y allí contrajo el tercer matrimonio, ahora con Violeta Tubino, a la cual dedicó cantidad altísima de sonetos, uno cada día. La conoció en el Instituto de Estudios Superiores.

Fue también profesor de literatura en la Facultad de Humanidades. Allí lo veía también en la época en que Vaz Ferreira me nombró profesor para dar literatura de los Incas, di tres años pero luego me fue imposible continuar por acumulación grande de tareas.

En esa época cuando ambos salíamos de las reuniones de la Comisión Directiva del Instituto de Estudios Superiores, llegué a convertirme en el mejor amigo de él, o por lo menos en ese período final de su existencia. Todos los sábados lo visitaba más o menos durante dos años y le preguntaba a propósito de sus recuerdos sobre hechos de su vida y de distintos personajes por él conocidos.

Hablábamos de libros raros; había un juego entre ambos, en broma, y riendo, sobre cuál de los dos poseía un libro más desconocido que no tuviera el otro. Casi siempre el otro lo tenía también en la misma o distinta edición y de pronto en diferente idioma. En esos tiempos escribió dos sonetos sobre mi. Me dijo un día: "He dedicado a todos mis amigos algún soneto y todavía ninguno a usted". Me escribió uno, y más adelante tal vez olvidando que me había escrito ese, me hizo otro. Ambos muy elogiosos.

Yo he escrito otro sobre él, que figura en mi libro de cuarenta sonetos escritos en muy diversas épocas y no publicado. En ellos hay cuatro dedicados a escritores que admiré y leí: el primero a Herrera y Reissig, el segundo a Azorin, el tercero a Nicolás Guillén y el cuarto a Sabat Ercasty.


2) Niñez y juventud de Sabat Ercasty

Carlos Sabat Ercasty nacido, como ya lo hemos señalado el 4 de Noviembre de 1887 en la calle Yaro, cuyo número entonces era 103, la que después se llamó Tristán Narvaja y ahora esa parte, la de 18 de Julio hasta la rambla, Emilio Frugoni, nombre que yo propuse en la Comisión de Nomenclatura de la Intendencia Municipal de Montevideo, la cual había resuelto antes que, habiendo tantas personalidades, se podía dividir las de 18 de Julio en dos nombres distintos, a un lado y otro de la avenida.

Aprendió a leer en una escuela, creo que era la llamada Atenea, en la cual se enamoró de una niñita, lo que revela ya el sentimiento del poeta genial, que tuvo, según creo, cantidad de amores.

Es interesante recordar escenas de las niñas, de las cuales Sabat Ercasty me contó algunas. Caso relativamente curioso era que tenía, ya muy niño, desarrollada la memoria, que conservó hasta el fin de su vida y así mismo el gusto por la poesía. Aprendía versos y cuando me lo dijo eso me hizo recordar que yo también los aprendí de muy niño.

Un recuerdo infantil del poeta es éste: Sabat Ercasty era vecino en Yaro 103 de la familia de un hombre venido de Italia, simpático y bueno, llamado Domingo Tosi, que fue padre de un importante arquitecto, Leopoldo Tosi. El padre tenía una larga barba blanca y le gustaba la poesía aunque no se dedicaba a ella. Y los domingos, terminadas sus tareas, al volver a su casa traía un gran paquete de confituras. Y por medio de su hijo llamaba al niño Sabat un poco antes de la hora de almorzar, donde se reunía toda su familia, lo que en aquellos tiempos era muy corriente y se hablaba de poesía entre otros temas y recuerdos, y al rato cariñosamente, Don Domingo le decía:

"-Carlitos, ahora te toca a ti". Lo hacía subir sobre la mesa, sus pies apoyados en un diario para no ensuciarla y como lo sabía muy goloso, le decía: -"Por cada poema que recites te voy a dar un pastelito dulce."

Sabat Ercasty recitaba y tras ese poema enseguida comía su pastelito; luego otro y así sucesivamente, hasta que Don Domingo algo alarmado le decía: -"Por hoy alcanza; si no, me vas a dejar sin postre."

Esta anécdota, aparentemente parece trivial, pero es una demostración de su gusto por la poesía. Escribió algo más de cien libros, de los que sólo la mitad están publicados y el resto de ellos guardados en la Biblioteca Nacional a espera de la búsqueda de un investigador, o de una publicación por el Estado; el caso es que ya sentía, desde niño pequeño lo que iba a experimentar luego.

Ahora bien, Sabat Ercasty fue siempre un enamorado; si exageró el amor múltiple, vale mucho más que aquellos buenos escritores también, pero sin sexo o algo peor que eso. Así que no criticarlo en ese punto; claro, era sumamente atractivo y...¿qué le vamos a hacer? Hubo muchos enamoramientos de los que, como gran caballero que fue, jamás me dijo nombre alguno. Pero sí, su comienzo sentimental, que es hermoso: estaría entre los 8 o 9 años y vivía frente a la casa de una familia sumamente pobre que tenía una chica llamada Regina, que era muy amiga y compañera suya, y recibida con bondad por los padres del futuro poeta, el cual trataba, si le era posible, regalarle una fruta o un poco de dulce.

Una mañana, cuando recién se había levantado Sabat vio, cerca de la casa, a Regina, pero descalza. Sabat Ercasty le preguntó si se había olvidado de las alpargatas y ella le dijo: -"Se me terminaron por romper. No tengo otras." Muy conmovido Sabat no respondió nada pero, poco después, muy calladamente, fue a la cocina porque sabía que debajo de una cazuela de barro, su madre dejaba dinero para hacer las necesarias compras. Robó unas monedas y fue con Regina hasta la entonces llamada "Alpargatería del Cristo", que quedaba en 18 de Julio y Eduardo Acevedo donde luego se edificó la estación de televisión del Canal 4 y le compró un par de alpargatas. Y me agregó "a lo mejor estaba medio enamorado de ella". Pero la madre del futuro poeta descubrió la falta de dinero y además la madre de Regina vino a la casa a contar lo que había ocurrido y todo eso tenía a Sabat muy asustado, pues no sabía que le iba a ocurrir.

Pero enseguida recobró su serenidad e incluso alegría y al ver que su madre, María Luisa Ercasty Tellechea de Sabat quedaba tan emocionada de la linda acción de su hijo que dejaba caer lágrimas de sus mejillas.

Pero en contraposición digamos otra anécdota del Sabat niño para mostrar su lado travieso. El tenía un gallo inglés algo viejo, pero de riña, y además un gallo catalán de color negro. Los encerraba separados, pero a veces para verlos pelear, lo que tantos chicos gustaban ver, los juntaba y me agrega textualmente: "Llegaba un momento en que el catalán se sentía vencido y el de riña lo perseguía". Entonces para que se desconocieran y pelearan tomó pintura que había en el taller de su hermano Hermenegildo y pintó a ambos de distintos colores. Ya pintados, los puso de nuevo frente a frente, y como se desconocieron pelearon. Claro; gastó, según me dijo demasiada pintura que era y es cara, y su madre enojada lo quiso castigar. Pero su medio hermano Hermenegildo, bastante mayor que él, se reía del invento y le dijo a la madre:

"-Pero María Luisa; no lo castigue. ¡Mire qué imaginación! ¡Hacer eso para ver reñir a los gallos!

Ver la pelea entre dos gallos era para él un espectáculo divertido, pues en esa lucha uno terminaba persiguiendo al otro y nada más. Pero no era lo mismo contemplar escenas de muerte y en especial ver correr la sangre. Me contó que la sirvienta que había en su casa cuando él era niño tomó a su vista una gallina y la degolló. Y la muerte de ese animalito le causó mucha impresión; no era lo mismo que ver pelear a dos gallos, cosa que para él había sido considerada un deporte. Luego, ocurrió que uno de sus hermanos mayores se hirió en una vena y la sangre saltó violenta y le dio en la cara.

Y más adelante cuando tuvo tifus lo mandaron a Colón para reponerse, en la casa de su medio hermana Concepción, casada con el farmacéutico Pacard. Y vio, al pasar por un pequeño matadero que allí había, cómo un carnicero cortaba la yugular de una res y se bebía un vaso de sangre de ésta.

Todavía era un niño, en este último caso un poco más crecido, y eso le resultaba muy impresionante.

Pero más adelante vio dos hechos sangrientos: uno de ellos fue el asesinato de una actriz de ópera por su marido y contempló, doloridísimo de eso, la muchacha toda ensangrentada. Y en el motín del 4 de Julio, cuando tenía aproximadamente 10 años, vio cómo un proyectil pasaba la frente de un soldado.

Esos hechos me fueron dichos cuando yo le pregunté la cantidad de sonetos donde aparece la palabra sangre; se quedó meditativo y entonces me respondió que había sufrido mucho viéndola y eso podía ser una causa. Y se quedó pensativo, pues advertí que enseguida se enfrascó en el recuerdo de antiguas impresiones.

Cuando en Colón estaba convaleciente de su tifus recuerda que había unas pocas casas alrededor de la estación de ferrocarril con una plaza en la cual se levantaba ya la estatua de Vidiella, catalán como él y que trajo allí la industria del vino junto con Arriaga, pero no lejos de la farmacia de su cuñado Pacard y a cierta distancia de la Estación ferroviaria en el lado más despoblado, había un campo muy grande en donde crecía espontáneamente el cardo. La falta de agua, pues no llovía hacía tiempo, había producido una sequía muy grande y me narra lo siguiente:

"Yo, escapando un poco de la farmacia, iba a ver aquel campo y pensaba muy secretamente la siguiente diablura: ¡Si ardiese ese cardal! Al caer la tarde, un día, escondido en una zanja del cardal encendió un fósforo. Enseguida el cardal empezó a arder y me escondí entre los árboles a contemplar el espectáculo del incendio que fue sumamente grande. Y yo fui el gozoso pequeño Nerón de ese incendio. Me impresionó enormemente ese fuego que con mis ojos contemplaba vivir. El cardal quedó muerto, yo lo había visto crecer, lo había visto secarse y fue mi mano la que lo convirtió en cenizas. Sentí que el fuego vivía, danzaba; como niño no podía explicarme nada pero sí la emoción del fuego. Pasó el verano, el invierno, y al contemplar comenzar la primavera desde las cenizas brotó de nuevo el cardal. Ya nunca más volví a quemarlo, pero a lo largo de los años esa imagen, y el hecho todo en sí mismo, se convirtió un poco tal vez sin darme yo cuenta del origen, en una meditación sobre el fuego que la concreté en un volumen inédito de la serie de "Los poemas del Hombre" que se titula "Libro del Fuego".

"Ahora después de tantos años (dentro de meses voy a cumplir los 90) si estuviera en pleno verano ante un cardal reseco tal vez volvería a quemarlo. Y por un momento maravilloso y de milagro volvería a sentir que mi larga edad descendía hasta los 10 años y degustaba la fiesta del fuego."

"Muchos años después, en un viaje en avión por la región Andina el aparato giró muy alto por encima de un cráter en erupción y vi la antípoda de la fuerza del agua: la del fuego. Y desde el avión al contemplar ese espectáculo sublime y terrible, recordé la tormenta del mar (que me hizo escribir "Alegría del Mar"). Y por una asociación de ideas salté muy atrás en la historia llegué hasta los filósofos presocráticos y se me juntaron dos nombres en la cabeza: el del filósofo del agua "Tales" y el del fuego "Heráclito".

Al niño, futuro poeta, siempre le gustó la música y admiraba a su hermano Mariano, que, siendo tan pequeño, tocaba bien el violín.

Dos veces por semana el maestro de música, profesor Alejandro Uguccione, llegaba a la casa a dar clases de ésta materia a su hermano y después de la lección hacían, como práctica, un dúo de violines. Y al fin, el viejo maestro, que había sido, según recordaba, un gran concertista junto con un hermano que tenía, se iba entusiasmando y tocaba solo prodigiosamente, pero no quería que nadie entrara a la sala donde daba la lección.

A Sabat Ercasty se le ocurrió lo siguiente: su medio hermano Hermenegildo había pintado un cuadro de grandes dimensiones. En él se veían una mesa muy pobre, un hombre de mediana edad y de triste rostro que tenía la cara apoyada en la mano derecha, y que posaba sus ojos en un niño pálido, flaco y decaído, que estaba en un lecho. Y la madre de pie estaba también concentrada en su dolor. Se adivinaba una expresión de rezos, y por eso el cuadro se llamaba "Fe, esperanza y miseria".

Pero como la gran tela no estaba colgada sino apoyada sobre el muro, como admiraba a Alejandro Ugoccione que según me aseguró, poseía un notable virtuosismo, se escondía detrás de la tela y quedaba quieto como un muerto durante la lección, para recibir, de premio, ese concierto final que daba Ugoccione, "quien muy viejo ya, en esos momentos, por magia artística se rejuvenecía".

Primero fue a una pequeña escuela donde se pagaba un peso por mes, en la calle hoy Eduardo Acevedo casi Lavalleja, ahora llamada Rodó. Entonces era muy pequeñito; allí aún no se estudiaba; sólo se narraban historias y se conversaba sobre distintos temas; recordaba que la maestra, en forma cariñosa y elemental, como no podía ser de otra manera, enseñaba las primeras letras y mínimas nociones de aritmética.

Su más bello recuerdo de entonces era cuando todos se ponían de pie y cantaban; y algo alegre para él resultó que la maestra distinguía su voz como la mejor entre esos niños, de modo que a veces le hacía cantar solo.

Claro que también había otro aspecto que ya aparecía en él; recuerda que se sentaba al lado, sin duda en el mismo banco, un niñita llamada Isabel, de cabecita llena de rulos. Era muy linda y tirando a rubia. ¡Y claro! Por mirarla se distraía muchas veces respecto de lo que la maestra escribía en la pizarra. Hay que comprenderlo: ¿cómo esas letras que ponía la maestra iban a resultar al niño más bellas que Isabelita? Yo, como Sabat también me distraía en la escuela por idénticos motivos.

Y así lo llevaron a una Escuela de Aplicación solamente para varones, situada entonces frente a donde ahora está el Hospital Italiano. Allí entró, previo a un examen, en segundo año. Y ya sin una niña al lado resultó un alumno bastante serio y estudioso. Eso hace reflexionar si además de las escuelas y más aun los liceos, no era bueno, como antes, que existieran algunos institutos sólo para jovencitas y otros para muchachos, separados cuando los padres lo consideraran lo mejor. Y desde luego mantener los mixtos.

Cuando Sabat Ercasty llegó al quinto año en la Escuela de Educación de Varones, tuvo de maestro a Don Emilio Fournier. Los días de fiesta patria, los alumnos de los últimos años, es decir de quinto y sexto, debían escribir composiciones sobre el hecho que se conmemoraba. Se seleccionaban las mejores de esos dos años y luego, reunida toda la escuela en el patio, se leía la composición escogida. Esto acontece muchas veces y deseo aclarar aquí que a la escuela de la calle Durazno cerca de Vasquez iba con mi hermano Julio, que era mejor estudiante que yo. Pero resulta que como yo recitaba bien y con bastante memoria se me designó a mí para decir un poema a fin de curso, pero ¡si era de segundo año!. Malo en cuentas y con muchas faltas de ortografía. Y pensar ¿no pueden elegir a los de quinto o sexto?. Claro: aprendía todos los poemas de memoria pero nada más, elegí "Pro aris et focis" de Carlos Roxlo, que era entonces mi autor preferido, poco antes de pasarme a Zorrilla de San Martín. Poema larguísimo, pero me gustaba. Se hizo el acto en el patio, me tocó recitar parado sobre una sillita. Sabía que entre los presentes estaba nada menos que Baltasar Brum y otras figuras que supongo importantes. Empecé a recitar un rato y de pronto me olvidé de como seguía. Como un minuto o más estuve parado mirando a todos en silencio; la directora, nada menos que Alfonsa Briganti, la maestra y mi madre, que estaban a mi lado, me decían: "Bajate." Yo seguía pensando impasible ante la mirada de todos; hice un esfuerzo, me acordé y continué el poema.

Esto que agrego es porque Sabat Ercasty me narró lo siguiente: "-Era en ese entonces incalculablemente tímido, pero a la vez, como amanecía en mí la vocación por la poesía y tal vez fuera el que mejor escribía, para no pasar el mal rato de leer una composición ante la escuela, se la pasaba a un compañerito llamado Volpi. Y Volpi, lleno de satisfacción y buen sentido del énfasis que corresponde a ciertos temas literarios, leía mi composición. Pero el maestro, Emilio Fournier que nos conocía a los dos, sospechó, tal vez por la letra o por otra cosa, la superchería y nos llamó a los dos y nos hizo confesar la verdad. No tuvimos más remedio que expresar que así era, pero lo cierto es que tenía miedo de hablar delante de tanta gente. El maestro me obligó a leer la composición que era sobre el 19 de Abril. Me vio temblando de miedo y entonces me dijo: -"¿Sabes a quienes celebramos ahora? Lo has escrito. Los Treinta y Tres Orientales desembarcaron en la playa de la Agraciada. Tú mismo lo has puesto. ¿Tenían miedo de ser muertos?" Moví la cabeza pensando que no lo tendrían. Y el maestro concluyó: -"Bueno, aprende como ellos a ser valiente. Te subes y dices lo que escribiste." Y así por primera vez, enfrenté al público."

Cuando, según pienso, fue aplaudido, comprendió lo que era el triunfo, y desde entonces siempre lo escuché hablar con notable fuerza y riqueza de lenguaje. Cierto: los primeros quince minutos de un discurso de Sabat eran algo vagos, como buscándose a sí mismo, pero de pronto tomaba el ritmo de lo que debía decir y hablaba maravillosamente a veces hasta casi dos horas.

Ya desde bastante muchacho, es decir, desde 1907 jugaba al fútbol en canchitas que se hacían donde hoy es el Club de Golf y en otros lugares afines, pues entonces no había rambla. E incluso ayudó a formar algunos clubes que no figuraban sino con nombres no oficializados en esos lugares. Queda claro que dado su físico, pues era alto y de gran fortaleza su puesto era siempre el de back. Y allí vio surgir a algunos muchachos que luego figuraron en grandes clubes, como los hermanos Céspedes, e incluso, algo después a Piendibeni y quizá a otros más en la zona de Punta Carretas.

Como su padre era profesor de esgrima el muchacho gustó de ese arte y lo ayudó, pues Don Mariano Sabat y Fargas tenía bastante trabajo en dicha enseñanza ya que el duelo estaba todavía vigente. Sabat Ercasty, pues, por un tiempo, fue auxiliar de su padre en esas tareas más o menos en 1904; esas clases se daban entonces en el Club Rivera.

Como toda la vida a Sabat le gustó dibujar y especialmente cabezas de Cristos, le pregunté de dónde venía esa afición y me respondió esto:

"- De niño leía los Evangelios, porque mi padre tenía una Biblia impresa en Chicago, aunque en español. Además había en mi casa dos grandes reproducciones de cuadros religiosos, reproducciones oleográficas. Una de ellas era la "Virgen María" de Murillo y la otra, que era la que más me impresionaba, era nada menos que El Cristo Crucificado de Velázquez. Durante toda mi niñez veía todas esas imágenes diariamente; especialmente contemplaba la del Cristo que me impactaba. Cuando llegué más o menos a los 18 o 20 años me dejé crecer la barba y el cabello en la misma forma en que ambos están pintados por Velázquez. Yo salía a la calle a pasear, al atardecer, que era la hora en que las muchachas se asomaban a los balcones para mirarlas. Entre las jóvenes del barrio mi sobrenombre era "el Nazareno". Tal vez, impresionado por ese sobrenombre, insistí en el estudio de Cristo y leí cuanto se escribió sobre él a favor y en contra y que estuviera a mi alcance. Fui reuniendo distintas reproducciones de cuadros célebres, de Cristo, y como siempre tuve afición al dibujo, empecé a dibujarlo. A través de la imagen de Cristo y hasta de las doctrinas cristianas que estudié profundamente, yo, que era un pecador convencido de sus propios pecados, como por envidia concebí un Cristo interior y siempre me incliné en todos los actos de mi vida ante las supremas virtudes del Cristo, que son el amor y la bondad."

"Después de algunos años sacrifiqué la barba, pero sólo sacrifiqué la barba exterior, no la interior. Me sentía, es cierto, un pecador, pero siempre, en una forma un poco ensoñadora, veía en mis profundidades a un Cristo sofocado, y ese Cristo, es el que he dibujado tantas veces, tal vez sea mi propio retrato soñado por el deseo."

Gustó de la lectura y a ella se dedicó usando la biblioteca de su padre, que era buena, desde 1901 hasta 1904 y eso comenzó a darle la idea de la amplitud de la temática literaria internacional de la cual en todos los pueblos lo sabe solo una minoría de personas cultas. Las lecturas bíblicas que hacía en ese tiempo le llevaron, él mismo no sabía decirme si era en serio o en broma, a dejarse crecer la barba, y así producía cierta sensación en el barrio, y como además tenía un notable físico causaba bastante admiración en las chicas; el uso de la barba duró desde los 18 a los 20 años pero la cabellera larga la usó toda la vida.

Pero además de esas lecturas bíblicas leía mucha literatura de diversos temas y países, por ejemplo de ciencia y de filosofía. En realidad había ido mejorando mucho en el plano de sus estudios escolares, pues entre viejos papeles encontró un día una comunicación de la escuela, donde constaba que en el sexto año había obtenido la calificación de sobresaliente, pero eso de leer y estudiar por su cuenta le apartaba de la enseñanza sistemática y así es que, como ya se ha expresado, Emilio Oribe le aconsejó que diera el examen para entrar en el bachillerato universitario. Al fin se decidió a ello en 1901 o sea a los 17 años; hasta entonces desde los 14 hasta los 17 se dedicó a la lectura con una búsqueda totalmente personal; usaba, como hemos señalado, la buena biblioteca de su padre, le leía a éste, y con él cambiaba impresiones y asimismo frecuentaba la biblioteca de la Universidad, pero ante esos consejos de Emilio Oribe se reunieron los de Abadie Santos y del poeta Vicente Basso Maglio y así dio el examen de ingreso que aprobó en 1905. Pero mismo así, tampoco seguía todos los cursos regulares, sino que optaba por los que le interesaban en una u otra carrera.

Recordemos que la Enseñanza Secundaria pertenecía por ese entonces a la Universidad. El Sabat juvenil seguía siendo medio chusco, cosa que se manifestaba en algunas clases. En general los alumnos y eso yo lo recuerdo bien se reían de la pronunciación de los profesores de idiomas. Yo no me reía, pero toda la clase sí. Y a Sabat Ercasty estudiante ya en la sección preparatoria de la universidad, le causaba gracia el profesor de francés. Era un buen profesor, lo reconoció, pero, la incorrecta pronunciación del idioma castellano hacía que el alumnado de antes se riera sin respeto.

Pero al acercarse el día del examen, Sabat estaba convencido de que el profesor iba a ser exigente con él, y así aprendió de memoria que ya sabemos la tuvo prodigiosa, todo el libro, o por lo menos lo que se había dado en clase.

Y con lo chusco que era entonces al pasar a leer el día del examen dio vuelta al libro y empezó a hacer como que leía de abajo hacia arriba y en el sentido contrario de como estaba escrito.

Extrañado, el profesor le dijo: "-¿Por qué lee así? ¿Lo ha aprendido de memoria? "

"-No. Es que lo aprendí a leer de ese modo."

Fastidiado y tal vez curioso de lo que ocurría el profesor le cambió la página, le mandó a leer otra. Y Sabat leyó esa otra página con el libro también dado vuelta y moviendo la cabeza como si leyera del final de la línea al comienzo. Cuando le cambió por tercera vez la lectura y le exigió otra página; al fin Sabat le confesó:

"-Como sabía que usted me quería bochar me aprendí el libro de memoria."

Los compañeros se reían y el profesor le dijo más o menos esto: "-Bon, Bon...Vous etes un bon èleve, mais vous ne devais pas apprendre le texte pour aivoir peur de mois, mais pour amour à la langue française."

Excelente respuesta, quizá con alguna pequeña variante de expresión, y lo aprobó. Revela el carácter chusco del Sabat juvenil. Me confesó:

"-Entonces yo era medio diablo..."

En realidad pienso que ese susto fue conveniente. Le vino bien aprender el francés porque luego le sirvió mucho ese idioma para leer libros que entonces no estaban traducidos al castellano.

La severidad de un profesor no es mala: Sabat aprendió también todo el texto latino de memoria, porque el profesor de esa lengua de apellido Ferrer tenía fama de muy bochador, y de esa manera lo exoneró de dar examen.

En ese momento Carlos Vaz Ferreira, decano de Secundaria y Preparatorios de la Universidad y el historiador Doctor Eduardo Acevedo, Rector de la Universidad habían logrado que pudiera aprobarse el curso sin previo examen, es decir exonerar, si el alumno era bueno, aunque todo eso levantaba gran resistencia de los profesores exaministas.

En su literatura sus temas de la muerte pueden haberse acentuado por lo que él narra: "Padecía desde niño, una tremenda hipersensibilidad de impresiones, que los médicos llaman "Lipotimia". Caía sin sentido y me expresó que después, poco a poco me iba recuperando; eso me ha durado hasta ahora. Eso ha influido en lo que he escrito respecto a ciertas obsesiones de la muerte. En la lipotimia, cuando es intensa, se pierde todo contacto con el mundo, es un bachillerato de la muerte. Era en mí la contraposición de mi casi natural hipersensibilidad. Cuando salía de la lipotimia me parecía que resucitaba y me decía: "-Voy saliendo del túnel de la muerte." Sentía la extraña sensación de penetrar en la zona más profunda del misterio y de encararme con otra cosa distinta, que no era la realidad habitual. Creo que esto dio a mi poesía la visión del misterio y la intuición de lo afirmativo y lo negativo. La caída equivale -hoy lo pienso- a la negación búdica de toda realidad, como si se desprendiese de los sentidos. Al volver no sabía si realmente entraba en una realidad existente o si a medida que se despertaban mis sentidos era yo mismo el creador del sueño del universo. Son experiencias, no cosas leídas en algún libro, son cosas vividas."

Como origen de ciertos temas de su poesía le pregunté a propósito del árbol y él me respondió:

"-Me acuerdo que de niño ponía una pequeña mesa debajo de un árbol y hacía allí los deberes de la escuela y estudiaba mis lecciones. Algo me transmitía el árbol; yo lo sentía en su vida, en su savia y nunca olvidaré lo que me ocurrió siendo alumno de la Escuela de Aplicación de Varones (alrededor de 1899) cuando por primera vez, en el actual Parque Rodó, que entonces se llamaba "Los Sauces" y por donde cruzaba un pequeño arroyuelo que iba a desembarcar frente al actual edificio del Parque Hotel, se celebró la primera fiesta del árbol. Concurrió el alumnado de todas las escuelas de Montevideo y a mí me tocó plantar un eucalíptus en una cañada llamada "de la Estanzuela " de muy poquita agua. Recuerdo que primero se llamó "Los Sauces", después "Parque Urbano" y por último "Parque Rodó".

"Después volví muchas veces a ese lugar. Y los árboles fueron creciendo al mismo tiempo que yo, y dentro de la zona donde coloqué mi eucaliptus yo buscaba cuál sería el mío para quererlo más, pero como era imposible saber cuál era, los amé a todos por igual. Lo mismo hubiera querido amar así a todos los hombres. Este amor al árbol correspondería al tirón secreto de la sangre catalana pero ¿y los abuelos vascos? Entonces he pensado que el árbol cortado se transforma en fuego y no muere o que se transforma en vivienda o en nave, de modo, pues que los catalanes de mi sangre me daban el sentimiento de la vida que nace, de la semilla sembrada y que los labradores daban al genio constructor del hombre: mástil con una vela henchida por el viento; creando la velocidad de una nave, es una estupenda metamorfosis del árbol de la selva."

Sabat tendría 9 o 10 años, pasaba largas temporadas en Colón. Muchas veces, con un peoncito empleado de la farmacia de su cuñado Pacard, la primera que se estableció allí, llevaban algún medicamento a las quintas de Lezica. Este muchacho, que se llamaba Juan Parodi (me gustaría que pusiera su nombre porque me quiso entrañablemente toda la vida) entrábamos por la avenida marginada de cuatro hileras de eucaliptus. El saltaba y charlaba, porque era muy jovencito, y Sabat en cambio, se iba quedando mudo y caminaba cada vez más lentamente. Parodi le apuraba, pero Sabat no podía casi avanzar. -¿Qué fuerza podía más que mi cuerpo? Esa fuerza estaba en mis ojos; la gigantesca fila de eucaliptus, mirada a lo largo, hacia más allá del colegio Pío, me detenía. La visión de los árboles podía más que mi voluntad. Necesitaba la quietud para verlos en todo su esplendor. El árbol siempre ejerció en mí un poder extraordinario y muchas veces he recordado aquella contemplación y el éxtasis que sentía en Lezica. Y es curioso: veinte años después, el poema central de "Pantheos" se titula "El árbol". Parecería que esas cuatro filas formadas hubiesen realizado al árbol arquetipo, como lo ideó Platón."

Pero poco tiempo después de 1917, fecha de Pantheos, esa influencia del tema vegetal se ahondó más todavía en el poema que apareció en mi libro "El Vuelo de la Noche", titulado "El Hada de los Jardines". En ese poema se realiza en mí una verdadera metamorfosis: "-Yo me siento vegetal, etc." Tenía la frescura de los contactos verdes, de las sensaciones, expansiones y crecimientos..."

A veces, en Colón, iba por el arroyo llamado Pantanoso; se detenía con su compañero a mirar el arroyo que a veces, crecido, corría más rápido. "Mirábamos, no sólo el agua en su correr sino también las orillas arboladas. Yo fijaba un día mis ojos en el correr del agua y en que las imágenes de los árboles permanecían quietas en el agua y el agua no las arrastraba. No me podía dejar de admirar que si el agua se llevaba todo no se llevaba las imágenes de los árboles. Ese hecho que comprobaba allí me quedó en el recuerdo y un día contando esa anécdota en una clase, repentinamente se me ocurrió un paralelo humano entre estos dos hechos. Y le dije a los alumnos: "-Yo estoy viendo otra vez las imágenes de los árboles y ahora me explico: en el torrente del tiempo así quedan en la vida las imágenes del recuerdo. El tiempo corre en su devenir, pero el recuerdo permanece como en el arroyo de Colón las imágenes de sus árboles."

Vamos a relatar aquí algunos sueños que Sabat Ercasty me relató y que consideraba bastante impresionantes; me los expresó de la siguiente manera:

"En un momento de desorientación de mi vida, hace ya mucho tiempo me sentía vacilar, no hallaba ningún camino y tal vez peligraba el destino de mi propia vida. Leía muchos libros de pensadores y orientadores para que influyesen en mi, y en mi interior se realizaba un drama que pudo haber sido de las peores consecuencias para mí."

"En esas circunstancias tuve uno de los más raros sueños de mi vida. De pronto, detrás de mí sentí la amenaza de todos los peligros que pueden destruir, esos peligros se abalanzaron y huí, pero de pronto fui detenido por un pantano enorme, lleno de barriales y muy profundo, en el cual aparecían algunos puntos de apoyo sobre los que me afirmaba antes de que me alcanzaran esos monstruos que venían detrás de mi. Me arrojé entre el lodo y lograba algún pequeño lugar donde apoyar los pies. En cuanto entré, a pesar de ese peligro, para salvarme de otro, empezó a caer una lluvia fina de semillas y de ellas surgían cientos, miles de cerdos que venían tras de mí hambrientos; sentía a momentos el roce de sus hocicos en mis zapatos y mismo su aliento. Si caía, de seguro sería tragado por el barro o por los cerdos. Experimentaba verdadero horror y desesperaba de salvarme. A lo lejos vi de pronto una forma entre real e ideal; una mujer cubierta de larga túnica y de entre ella sacó sus brazos para salvarme. Llegué al fin a esa última isla, pero estaba aun muy lejos de la mujer. Ella extendió los brazos, me ayudó y salté a la orilla, salvado; no sabía quién era. Me dijo: "-Soy la mitad de tu alma, la mejor. Te salvaste de la peor. Esos monstruos estaban dentro de ti." Y Sabat agrega pensativo: "Era como si me dijese que ahora era puro. De pronto ya no la vi."

Luego me narró un segundo sueño diciéndome que en ese tiempo tenía en su casa un pequeño museo en el que había principalmente minerales y este sueño tiene origen en ese museo. En la realidad la había visitado una joven argentina que quería conocer el museo y Sabat le había mostrado las piedras coleccionadas. Lo que luego soñó y que se relacionaba con lo sucedido, pero aunque modificado, es lo siguiente: Tenía, además de las piedras, en una cajita una piedra que no era de la tierra sino de un pequeño fragmento de aerolito y le dijo a ella: "Viene de un planeta donde la vida ha llegado al grado supremo de la perfección. Es "La piedra del vuelo"." En el sueño la sostuvieron ambos sobre sus manos y empezaron a remontarse entre estrellas hasta llegar al planeta de donde había caído ese trozo de mineral. Ahora éramos seres casi perfectos y nos parecía que la tierra era un mundo muy atrasado. Los habitantes que se nos aparecieron de ese planeta y que eran dos nos decían que nos faltaban miles de siglos para ser como ellos. Nos transformaron y éramos perfectos. De pronto ella sacudió mi mano de su mano, cayó la piedra y de nuevo estábamos en nuestro pobre planeta, y ella reflexionó: "Cuánto hemos perdido" y Sabat contestó: "Cuánto hemos ganado". Pero reflexionando una vez despierto sobre lo que había soñado me explicaba el caso así: "Los habitantes de ese mundo habían llegado a la perfección y ya no podían cambiar. Habían perdido la esperanza y el esfuerzo de levantar cada día más el nivel de la vida como lo hace el hombre. Pero pienso yo: caben muchas reflexiones sobre el sueño."


3) Amistad de Sabat Ercasty con otros escritores.

El ingreso al bachillerato que según recordamos formaba parte inicial de la Universidad de entonces, no significaba ya ser bachiller; éste título se logra con la terminación de todos esos cursos que entonces se dictaban para la entrada de una carrera determinada: Derecho, Medicina, Arquitectura, etc. Las clases se dictaban en la calle Cerrito y Patagones luego Juan Lindolfo Cuestas, o sea en un edificio muy importante y conocido de todos, de la zona del Puerto.

Lo que lo unió definitivamente a Emilio Oribe, a pesar de pertenecer a distintos cursos, fue la común atracción por la poesía. Oribe se sentaba sobre alguno de los bancos de clase o del patio y en general quedaba largo rato callado, abstraído, tanto en su creación poética como en sus estudios sobre metafísica y otras ramas de la filosofía.

A veces Sabat se sentaba junto a él, y tal vez porque hablaban de un tema común, Oribe rompía su mutismo. Los estudiantes de esas clases le llamaban "El silencioso Oribe", pero si estaba meditando en algún tema muy profundo al cual distraía la conversación pobre en general de sus condiscípulos, que fuera de la clase hablaban en un plano jocoso y aunque se acercó luego un poco más a sus compañeros siempre quedó como envuelto en algo misterioso para ellos. Yo fui alumno de Emilio Oribe, que sabía mucho y dictaba sus clases en el primer salón a la izquierda a la entrada del Vázquez Acevedo. Oribe explicaba los problemas filosóficos o psicológicos sin mirar al alumnado, sino hacia la pared que separaba del patio; hablaba concentrado como si se expresara a sí mismo. Creo que se encerraba en su meditación y tal vez le distraía la mirada de los estudiantes y lo que decía siempre era claro pero profundo. No preguntaba a ninguno de los discípulos, pero todo lo que expresaba valía la pena de pensarlo y retenerlo.

Y ciertamente nuestra clase, como de unos cincuenta alumnos, era silenciosa, respetuosa y atenta. Y así el día del examen no lo perdió ninguno de los que nos presentamos: salvamos la prueba escrita y luego la oral, que era entonces una lectura, comentario de ella y respuesta a las preguntas de los profesores sobre lo que había escrito el alumno. Ese sistema sólo lo observé en los exámenes ante Emilio Oribe. Pero era además un poeta; siendo muy joven publicó su primer libro titulado "Alucinaciones de belleza" que luego reeditó con otro nombre.

Sabat Ercasty me reveló que él fue el primero que escribió un artículo sobre Oribe, en una salita del local de la Federación de Estudiantes que se publicó en una revista titulada "Evolución" dirigida por un señor de apellido Cibils. Me contó Sabat que los compañeros de clase que allí estaban y que en el patio hablaban, discutían y reían a propósito de cualquier tema, apreciaban mucho el esfuerzo de Oribe y así en algún momento exclamaron: "Silencio: Sabat está escribiendo un artículo sobre Oribe."

Eso revela especialmente la solidaridad que los alumnos tenían entre sí. Y ese fue el artículo que primero se editó sobre el pensador y filósofo.

Pero por otra parte, Oribe era un hombre que sentía mucha atracción por las mujeres, y cuando en una reunión había muchas, Oribe se transformaba y dejaba de ser el meditativo reconcentrado; hablaba alegremente, lo cual para quien observó esas dos expresiones no puede menos de llamarle la atención.

Y era un hombre bueno: regalaba sus libros. Un día me encontré con él bastante tiempo después de haber sido su discípulo en la calle Juan Carlos Gómez a cuadra y media del Cabildo; conversamos y él me regaló un libro que acababa de imprimir y me lo firmó.

Desde luego, la obra de Oribe es amplia y rica aunque a veces difícil y profunda. El final de su vida fue triste en verdad, pues murió en la mayor pobreza, en un hospital público. Siempre me quedó grabado eso ¿cómo tal injusticia, con un talento como el de Emilio Oribe? ¿No encontró una mano amiga que lo ayudara? Como amigo que era de Sabat, a veces, en los últimos años le pedía unos pesos. Tremendo para mí todo eso, porque Oribe era un valor de los realmente auténticos. Especialmente en la obra filosófica aunque sin descartar la poética, vale la pena recordar algunos de sus libros: en verso puede citarse "El Nardo del Ánfora" 1915, "El Castillo Interior" 1917, "El Halconero Astral" 1919, "El Nunca Usado Mar" 1922, "La Colina del Pájaro Rojo" 1925, "La Transformación del Cuerpo" 1930... Pero en prosa son profundos sus ensayos, como por ejemplo "Poética y Plástica" 1931 libro amplio e interésantísimo, "Hacia una Escuela de Belleza" 1932, y "Teoría del Nous" 1934, éste libro tiene una dedicatoria: A Clemente Estable, príncipe del Nous. Y aquí agrego que yo como alumno que fui de Estable, me resultó quien más me interesó de todos los excelentes profesores, por lo que considero esa dedicatoria de Oribe como muy justa.

Sabat Ercasty conoció a Enrique Rodó (1871-1917) e iba a la casa de éste en la calle Cerrito, en una manzana donde ahora está ubicado el Banco de la República. Era una casa de dos pisos, amplia, antigua, pero hermosa, tenía una escalera central y dos salas. una a la derecha y otra a la izquierda. Cuando Sabat asistía a cursos de la sección primera de la Universidad, bajaba del tranvía en Cerrito e iba casi diariamente a casa de la familia Rodó, porque allí le esperaba Alfredo, hermano del gran escritor, que era ciego, pero muy culto y que colaboraba con poemas y prosas en el diario La Tribuna Popular.

Sabat le daba el brazo a Alfredo Rodó y de ese modo caminaban hasta la Universidad a escuchar especialmente las clases de literatura y filosofía. Había distintos profesores que dieron cursos durante algún tiempo. Por ejemplo Samuel Blixen dictó cursos desde 1892, y en 1894 publicó su extenso libro de tres volúmenes sobre las literaturas extranjeras, porque en aquella época, en vez de dar como ahora, unos pocos autores, se daba un panorama amplísimo de los diversos escritores de los que un estudiante o un lector pudiera interesarse. Hubo otros profesores como ser Francisco Alberto Schinca (1883-1934) que tenía cuatro años más que Sabat y es probable que fuese él quien le dio clases, y quizá también el de segundo año que fue Osvaldo Crispo Acosta (1884-1962) que tenía tres años más que Sabat y fue en su momento un notable profesor (aún tengo sus apuntes de literatura pasados a mimeógrafo) y que continuó dictando clases hasta que tuvo el ataque, no sé si a la cabeza o al corazón, cuando entraba a dictar, a los 80 años su curso de literatura de preparatorios para el ingreso a medicina, del Vázquez Acevedo. Si bien yo fui alumno del profesor Segundo, quien dictaba sus clases a los estudiantes de preparatorios de derecho, como había horas libres que coincidían con las que daba en medicina Crispo Acosta, iba también a escucharlo a él; era en mi opinión, el mejor profesor de aquel momento en esa materia.

Sabat con ese acto generoso de llevar hasta la clase, del brazo a Alfredo Rodó, pensaba, según me dijo, en el recuerdo que tenía de su propio padre que también había quedado ciego, y el poeta lo acompañaba también del brazo cuando quería asistir a algún lugar y me agregó al narrarme ésto: "Me hacía comprender mejor la tragedia de ser ciego".

Rodó se sentía agradecido del trato dispensado por Sabat a su hermano, y a veces se acercaba a ellos y conversaba un poco con ambos. Curiosamente Alfredo Rodó nunca firmaba sus artículos y le explicó al poeta que no podía admitir que el apellido Rodó fuese usado por otro que no fuera José Enrique. Y además, y esto es emocionante, a veces componía poemas de memoria y le pedía a Sabat dictándoselos que los pusiera por escrito sobre papel. El caso más recordado por él fue cuando visitó Montevideo Anatole France. Alfredo Rodó compuso, de memoria un soneto dedicado al grande y admirado escritor francés y Sabat Ercasty me dijo: "De ese soneto recuerdo dos versos que son éstos:

"Ven, y en ara indígena pon la flor de Epicuro;

derrama en nuestro ambiente tu ironía sutil..."

Sin duda puede deducirse que de estos dos versos, que era un soneto alejandrino, aunque en el primero de ellos parezca de quince sílabas, pero es que en la primera parte la palabra "indígena" por su acentuación esdrújula reduce una.

Me decía Sabat que el hermano de Rodó tenía "un talento bárbaro" y que sabía muchísimo. Y que adoraba la capacidad notable de su hermano, el gran ensayista uruguayo que era atacado por razones políticas; el caso es que, aunque diputado colorado, Rodó no se entendía con algunas de las ideas de Batlle y Ordóñez. Yo reflexiono para mí: "Dos genios, si, pero que le vamos a hacer."

Y una vez cuando se atacaba a Rodó por sus diferencias políticas (era por ejemplo contrario al sistema colegiado y prefería que se continuara con el presidencialismo y quizá hubiera otras diferencias) al escuchar esos ataques de los mismos hombres de su partido, el hermano dijo a Sabat: "Lo llevan a cosas pequeñas; los mismos de su partido no lo valoran. Pero... ¿qué importa? "Aquila non capit muscas." Es decir, "El águila no caza moscas".

Pensaba Alfredo que su hermano debía abandonar la política y dirigir una gran revista del americanismo, para tener una influencia continental, y que a Rodó a veces "lo manoseaban" porque si bien existe -agregaba- una alta política también existe una política inferior.

Sabat Ercasty admiraba tanto a Batlle y Ordóñez como a Rodó y entonces en ese punto mantenía su neutralidad.

Recuerdo que conversamos sobre el desentendimiento que a veces ocurre entre dos genios. Pero volviendo a como era físicamente Rodó, Sabat lo evocó de ésta manera: "Me parece todavía verlo caminar con sus pasos largos y lentos, dada su estatura que era de 1.90m y el modo de caminar de Rodó tenía cierta semejanza con el de Vaz Ferreira, aunque los pasos de éste no eran tan lentos como los de Rodó."

Y luego tras dar esta opinión cambió Sabat el tono, y me dijo que me iba a narrar al respecto, una nota jocosa de Teodoro José Barboza, que asistía a clases de psicología de Vaz Ferreira y además tenía amistad con Roberto de las Carreras. Y fue la siguiente: Sabat vio a Barboza caminar un día de un modo muy distinto, o sea con pasos más lentos y largos. Y le preguntó "¿qué te pasa que caminas así?" Y él, que era algo chusco y tenía mucha gracia me respondió: "Y... Los grandes talentos caminan así: a pasos lentos. El talento no me va a venir de ahí, pero por lo menos, camino como ellos."

Sabat no pudo menos que reírse y le preguntó: "¿Y piensas cómo ellos también?" "No. Por ahora sólo camino, pero por algo hay que empezar para ser genio."

Esta anécdota revela la gracia estudiantil, y además cómo los contemporáneos no veían a esos escritores como acartonados en su gloria que es lo que a menudo ocurre cuando se les mira desde las generaciones que no los conocieron personalmente.

Cuando hizo la prueba de trabajar en Buenos Aires entre los años 1909 y 1910 (en ese momento murió el 18 de marzo de 1910 en Montevideo, Julio Herrera Y Reissig) hizo en "El Diario" de esa capital tareas desde luego muy sencillas, es decir, modestas colaboraciones periodísticas; ese periódico salía por la tarde.

En él escribía también Leopoldo Lugones, quien, de tanto en tanto, aparecía y escribía de pie sobre una mesa muy alta. Y me narra Sabat: -"Yo, que literariamente no era nada frente a Lugones, no me animaba nunca a hablar con él hasta que una mañana nos encontramos uno frente al otro; yo bajaba la escalera y él la subía. En un descanso, lo detuve y le pregunté: -"¿Usted es el gran poeta Leopoldo Lugones?" Y él me respondió: "No sé si grande o chico pero soy, evidentemente Leopoldo Lugones." Y le dije: -"¿Puedo decirle algo que va a demostrarle que tiene en mi un gran admirador?" Y él me respondió:

-"Eso siempre agrada, sobre todo cuando se trata de un joven, que son los más inquietos, los que tratan de avanzar más..."

Entonces empecé a recitarle: "Qué hermosas las mujeres de mis noches...

Y le recité todo ese poema, y salteando partes también de todo el libro. Me dijo: -"¡Pero cómo! ¿Usted lo sabe todo de memoria?" -"En efecto, lo se todo de memoria." Me respondió: -"Cómo me impresiona que haya alguien que sepa de un libro mío más que yo mismo. Y además ¡cómo me agrada que un joven argentino me haya leído de esa forma!" Yo le dije: -"No es un joven argentino, es un joven uruguayo." "¡Ah, eso me impresiona mucho más! ¿Y usted leyó mi libro aquí o en el Uruguay?" "Conseguí un ejemplar en Montevideo, y en pequeñas reuniones de jóvenes lo leíamos siempre a usted, a Rubén Darío y a Jaimes Freyre." Yo decía: "Estos tres astros de la poesía americana podían ser las tres estrellas que forman el Tahali o Cinturón de Orión." Y él, meditabundo y sonriente, me respondió: "No está mal nunca formar parte de un gigante."

De pronto Sabat Ercasty retornó a Montevideo cuando supo que su padre había perdido la vista.

Pasaron años, se produjo la Primera Guerra Mundial, era Yrigoyen el primer presidente de Argentina y no quería romper la neutralidad ni manifestar inclinación alguna por los aliados. Aquí en Montevideo se produjo un acto de adhesión a ellos, y fue invitado Lugones para que hablara y lo hizo desde un balcón del Cabildo. Se refirió a la estrecha unión existente entre Uruguay y Argentina, censurando la doctrina de Zeballos, que quería que el Río de la Plata fuese sólo para Argentina. Dijo que ese personaje era el que revolvía y enturbiaba las aguas del Río de la Plata con un palito caviloso y torcido.

Yo trabajaba entonces como cronista parlamentario de "El Día". Lugones, por la noche visitó la redacción de ese diario. Y cuando estabamos todos reunidos yo, que me enteré me aproximé a él, le di la mano, y le dije: "qué hermosas las mujeres de mis noches...". Entonces me miró fijamente y me reconoció y me dijo: "-¿El mismo uruguayo de "El Diario? ¿Y todavía me sabe de memoria?" "-Todavía". "-Bueno, entonces vamos a darnos un abrazo."

Vuelto a Montevideo ¿cómo consiguió Sabat en 1911, ser empleado en la Fiscalía de la entonces llamada Alta Corte de Justicia? (Ahora en vez de Alta se le dice Suprema).

Su amigo, don Horacio Abadie Santos (1886-1936) un año mayor que el poeta, le comunicó que iba a dejar ese puesto; le advertía con eso que Sabat debía moverse para conseguirlo. Este pensó que lo podía ayudar Feliciano Viera que en ese momento era diputado, cuando se iniciaba la segunda presidencia de Batlle y Ordóñez.

Se conocían bien porque Viera aprendía esgrima, como todos los políticos de entonces, en este caso, en la sala en la que Don Mariano Sabat y Fargas la enseñaba, y el futuro poeta era ayudante de esa ciencia y a veces le tocaba que Viera la practicara con él. Así que lo fue a ver y le dijo: "-Don Feliciano vengo a hacerle un asalto de esgrima." "-¿Ahora mismo?" -preguntó Viera entre sorprendido y sonriente. "-Sí, le vengo a pedir un puesto en la Fiscalía. Horacio Abadie Santos me avisó que iba a renunciar para pasar a otra actividad."

Enseguida Don Feliciano Viera tomó el teléfono y llamó a la Fiscalía y tratando ese tema logró que apenas renunciara Abadie Santos fuese propuesto Sabat. Y así fue. Estuvo unos tres años y logró dejárselo a su novia para que tuviera algún sustento y él entró en "El Día"; sería hacia 1914. Y empleados ambos, aunque con poco dinero, se casaron.

¿Cómo conoció a Diana de la Fuente? Su novia, que era hermana de la que se casó con Julio Herrera y Reissig, estando en 1911 en El Ateneo, que en esa época era la casa de cantidad de intelectuales de ideas anti religiosas, Instituto adversario del club católico que se agrupaba bajo la égida de Zorrilla de San Martín, Sabat había ido a escuchar a Angel Falco el cual leía su poema dedicado a Artigas. Estaban en la sala grande del piso superior, llena de escuchas. Había ido con el poeta Ovidio Fernández Ríos (1882-1963) y vio al final de la sala a una muchacha que desde el primer momento le resultó muy bonita; le pidió a su acompañante que si la conocía se la presentara. Terminada la charla de Angel Falco y el acto cultural en general, Sabat Ercasty la acompañó a su casa, junto con amigas de ella y ahí nació su entusiasmo por Diana. Le advirtieron que ella no viviría mucho porque sufría gravemente de los pulmones, Sabat igual quería casarse con ella y le advirtieron que Diana no podía tener hijos, entonces Sabat dejó su empleo, logró que se lo dieran a Diana y él consiguió entrar en "El Día" y así se casaron. Sabat escribía algunas veces notas en "El Día" a su vuelta de Buenos Aires, pero ¿cómo entró como funcionario fijo? fue de la manera que le contó una vez, tras bastantes años, Pedragosa Sierra, escribano, diputado y que en cierto tiempo ejercía la dirección de ese gran diario, y se lo dijo a Sabat cuando tomaban un café frente al inolvidable edificio de El Día.

Sabat quería un empleo fijo para casarse con Diana de la Fuente. Ocurrió que Batlle y Ordóñez tenía un candidato y Domingo Arena tenía otro. Tras conversar los tres, Batlle por respeto a los dos amigos que opinaban diversamente a él, no quiso imponer el suyo y decidió que se haría un concurso, sin que los concursantes supieran que concursaban y a cada candidato se le requeriría un artículo sobre un tema diverso. Cuando leyeron esos tres artículos resultó unánime la decisión. "-¿Qué le parece el de Sabat? -le preguntó Pedragosa Sierra. "-Es evidentemente el mejor..."-reconoció Batlle.

-"Pero... usted también le dio, para inspirarse, una bañista hermosísima."

Así fue cómo Sabat Ercasty, sin saberlo, había concursado para gacetillero de "El Día". En efecto, Pedragosa Sierra le había dado una foto de una bañista y le encargó un artículo sobre el mar, las playas, los bañistas que fuera más o menos de media columna. Sabat lo escribió sin saber para qué era. Apenas había entrado Sabat al diario "El Día", siendo principios de 1914, poco antes del estallido de la primera guerra mundial, ocurrida por el asesinato del Príncipe heredero del imperio Austro-Húngaro, recién casado con una bella muchacha de bastante inferior alcurnia, recibieron una bomba en Sarajevo, aplicada por un anarquista al pasar un pequeño puente. Aunque el emperador Austríaco estaba disgustado ante el casamiento de su nieto y heredero directo, reaccionó con violencia contra los servios y arrastró a todos, tanto a sus aliados como a los de Francia y Rusia a la primera guerra mundial. Pero en esos momentos le tocó también a Sabat Ercasty el ir a la casa de la familia de Delmira Agustini a pedir, de parte de "El Día" una foto de ella, asesinada por el marido el cual se suicidó enseguida. En tremendos momentos, pues, Sabat iniciaba su carrera periodística en el diario fundado por Batlle y Ordóñez; entró escribiendo en la sección artes plásticas, pero además se le dio casi enseguida la de economía y finanzas. Cuando trabajó en El Día ocupó muy distintos cargos, en cierto momento dos actividades a la vez, pues habían quedado vacantes. Después pasó a otras actividades en el famoso y tristemente cerrado periódico; por ejemplo, intervino en la sección telegráfica de noticias del extranjero, a fin de separarlas de las que debían ser incorporadas a otras secciones y también subtitularlas. En otro tiempo se desempeñó como reportero ante casi todos los ministerios del Estado y también tuvo a su cargo la crónica parlamentaria. No era fácil conseguir las notas y las crónicas y un ejemplo entre otros fue el siguiente: se le había encargado redactar las crónicas de la Asamblea Constituyente preparatoria de la Constitución de 1917. Y me contó Sabat Ercasty lo siguiente: que lo transcribo como me lo narró:

-"Como para esas crónicas para un diario colorado se les daba mucho espacio a lo que expresaban los representantes de ese partido y se hacía una síntesis breve de lo que decían los blancos, es de señalar que éstos últimos obraban de la misma manera. Y hay que convenir que eso era en ambos casos comprensibles. Pero en cierta ocasión entregué la crónica ya terminada al entonces director de "El Día" Don Julio María Sosa. Y éste me dijo: -"Supongo que habrá aprovechado bien lo que dijo hoy Don Alfredo Vasquez Acevedo (1844-1923) porque viene muy bien para nuestras ideas." Le respondí: -"Hice como siempre...un breve párrafo sintético y nada más, pero si usted quiere, voy a ver a Vasquez Acevedo para pedirle la versión taquigráfica, que a esta hora debe haberla corregido." "Me contestó Sosa: -¿Lo conoce usted personalmente? ¿Sabe que escribe usted para "El Día"? Porque a mi no me tiene ninguna simpatía ni tampoco al diario." "-Algo lo conozco y trataré de convencerlo." "-Bueno...Vaya, bajo su responsabilidad, a ver si tiene éxito, aunque me parece que le resultará empresa difícil."

Antes de continuar con el episodio narrado por Sabat Ercasty presentemos someramente a las dos personalidades:

A) Julio María Sosa entonces director de El Día nació en 1879 y falleció en 1931. Fue diputado durante varias legislaciones y contribuyó al mejoramiento edilicio, tratando de abrir grandes avenidas y mejorando el entonces Parque de los Aliados, hoy Parque Batlle y Ordóñez. Era miembro de la Sociedad Uruguaya de Derecho Internacional, Presidente del Consejo Nacional de Administración, fue un posible candidato a la presidencia de la República y escribió diversas monografías, como ser. "Confraternidad americana" (1900); "Lavalleja y Oribe" (1902); "Maestros y escuelas" (1916).

B) Pero el abogado Don Alfredo Vasquez Acevedo nacido en 1844 y fallecido en 1923 fue también una figura prominente, por cuanto, además de ser Jurista fue Magistrado y hombre de gobierno. Se licenció en Jurisprudencia (antiguo nombre que se daba en la Facultad de Derecho) en 1866. Fue Fiscal en varios cargos a saber: Fiscal de Gobierno y Hacienda entre 1873 y 1875; de lo Civil y del Crimen (1876-78); de lo Civil (1878-85). Fue miembro de la Comisión Redactora del Código Penal en 1892, y Rector de la Universidad de la República durante casi 10 años, es decir, desde 1890 hasta 1899; en esa actividad hizo grandes reformas en la enseñanza superior. Además integró, como Diputado y luego Senador, el Poder Legislativo; fue Presidente en 1917 de la Convención Nacional Constituyente e incluso miembro del Consejo Nacional de Administración hasta 1922.

Entre esas dos notabilidades, muy enemistadas entre si, estaba Sabat Ercasty encargado de ver si podía conseguir lo que había expresado Vasquez Acevedo. Y Sabat optó por la sinceridad y me dijo: "-Recuerdo que entré muy decidido al escritorio del que fue constituyente nacionalista. Le dije sinceramente que era cronista parlamentario de "El Día" y que venía a solicitarle la versión taquigráfica de las palabras que él había pronunciado en la sesión de la Constituyente. Me contestó que ello era imposible, porque la tenía comprometida para "El País" y esperaba que la viniesen a buscar. Yo dudé y pensé: "No me la quiere entregar porque es para El Día." "Vasquez Acevedo ya tenía mucha edad. Lucía unos largos bigotes, que me hacían pensar en cierto grabado o pintura de Vercingétorix (aclaremos para quienes no recuerdan que éste hombre citado por Sabat fue el ilustre jefe galo que se opuso a la conquista del romano Julio César). Su cabellera era impecablemente blanca; el cuerpo, delgado, era alto, y poseía manos finas alargadas y de flexibles dedos."

"Ante su contestación lo miré un momento bien de frente y le dije: -"¿Usted no fue compañero de José Pedro Varela en la Sociedad "Amigos de la Educación Popular"? Me dijo que si. "¿Y no fue también autor de los cuatro libros que se utilizaron en la escuela pública en la época de la Reforma y en los cuales tuve la satisfacción de aprender a leer? Me contestó, complacido entonces, que así era." -"Tanto los estudié, complacido, que me quedaron hasta hoy en la memoria" -le dije.

Sabat Ercasty me recordó que tenía en aquel tiempo una memoria prodigiosa y que hacía entonces unos dieciocho o veinte años que había dejado la escuela pero que eso no le impedía recordar prácticamente todas las lecciones de los cuatro volúmenes; claro que en ese tiempo se aprendía todo de memoria, lo que hoy desde luego, y con razón, no se exige así. Parece que Vasquez Acevedo quedó intrigado con lo que le aseguraba Sabat Ercasty y se adivinaba que querría hacer una comprobación de lo que éste afirmaba, sin decidirse por caballerosidad a ponerlo en duda. Y Sabat, al darse cuenta de ello, lo alentó -díjome- con cierta especie de desafío: -"Tome cualquiera de los cuatro volúmenes y pregúnteme lo que quiera." "Abrió el destacado político el libro cuarto y al azar surgió un largo fragmento de "Vértigo" de Gaspar Nuñez de Arce y me dijo: -A ver: repítame la primera décima de este poema (Yo lo interrumpí y le pregunté si todavía la recordaba Sabat, y ante mi interrogación, muy complacido me la volvió a decir a mí a los 91 años, sin ninguna vacilación y todavía siguió un poco más). Y prosiguió: "Tras ésto el ilustre político abría el libro a azar y Sabat siempre le contestaba. Sorprendido lo hizo con los otros volúmenes. Sabat me contó que ya muy alegre pues veía que la actitud de Vasquez Acevedo hacia él se hacía muy amable y veía que iba con esas preguntas ganando la versión taquigráfica. Al fin, Vasquez Acevedo, al ver que tras tantos años recordaba sus libros de escuela de memoria se fue sintiendo verdaderamente emocionado. Al fin tomó la versión y se la dio, pero con ésta advertencia: "-Se la presto pero a usted, no al Director de "El Día", el señor Julio María Sosa."

Lo notable del caso es que tanto tiempo después, unos 82 años de haber aprendido esas lecciones, me las recitaba a mí, y lo hacía tanto en las partes en verso como en las de prosa.

Pero en el diario "El Día" Sabat Ercasty tuvo que realizar otros trabajos: estuvo en las secciones de ganadería y agricultura y en otra ocasión escribió algunas crónicas policiales de último momento.

Orosman Moratorio (no sé bien cual de los dos de mismo nombre) que fue en una época secretario de "El Día" e interinamente Director le llamaba a Sabat "El Hombre-Orquesta", porque tocaba todos los instrumentos.

Leoncio Lasso de la Vega, que se radicó aquí y falleció en 1915 le decía: "-Pero, tú escribes de todo". Le respondió Sabat: "Cronista de todo, menos cronista social." "-Te felicito -le respondió Lasso de la Vega-. Porque hay tres clases de sexo: masculino, femenino... y cronista social."

Ciertamente salvo los editoriales y las crónicas políticas que no le tocaban a él y la página social, escribió en todas las secciones. Y me hizo esta reflexión: "-En el que escribe de todo hay una especie de inestabilidad emocional. Va de un lugar a otro: hoy al Cerro, mañana a Maroñas, pasado a Buenos Aires."

Sabat Ercasty también apreciaba y era apreciado por el Doctor Domingo Arena, la figura colorada de más importancia después de la de Batlle y Ordóñez. Arena (1870-1939), fue una figura notable con la cual a veces Batlle discutía a solas distintos grandes proyectos sociales; es asombroso que hoy -espero que solo momentáneamente- no se le tenga presente había nacido en Italia y por ley no podía ocupar la presidencia de la República que de otro modo le hubiera correspondido; escribió artículos y también libros y folletos como ser: "Batllismo y sociedad; la cuestión obrera en el Uruguay" (125 páginas); "Batlle y los problemas sociales en el Uruguay" (291 páginas); "Batlle y el ejecutivo Colegiado" (78 páginas); "Batlle, recuerdos, anécdotas, reflexiones; la muerte" (36 páginas); "Cuadros criollos, escenas de la dictadura de Latorre" (183 páginas); "Discurso... pronunciado en la sesión del 28 de mayo de 1916" (23 páginas); "Divorcio y Matrimonio"; "Escritos y discursos del Dr. Domingo Arena sobre Batlle y Ordóñez" (1942) de 241 páginas; "Ley de horario obrero, discurso de 1915"; "Por el alivio del dolor humano"; "El pensamiento de Batlle en acción, discursos parlamentarios y artículos periodísticos"; "La presunción de Legitimidad" comentario a los artículos 190 y 196 del código Civil (1910); "La Reforma Constitucional" conferencia de 1913 (78 páginas)...

Sabat Ercasty apreciaba muy especialmente los discursos parlamentarios de Domingo Arena, y éste, que conocía bien el valor literario del naciente gran escritor le mandaba sus crónicas a "El Día" con éstas palabras: -"Te voy a mandar la versión taquigráfica, el discurso es largo, pero te marginaré algunos fragmentos. Y los marginaba con admirable sentido de lo que era necesario destacar."

Me confesó Sabat que tenía avidez de leer antes de ser publicados, los artículos que Batlle enviaba, desde Piedras Blancas, para seguir sus opiniones respecto de la lucha política de aquella época, y a veces pedía al corrector que se las prestara un momento y así se adelantaba a los lectores que recién al otro día iban a leerlas. Y me agregó: -"Batlle utilizaba una prosa sencilla, de fácil asimilación, como para que fuera comprendida por la mayor cantidad de público. Eran artículos de lucha política, contestando a editoriales de otros diarios, en combate continuado e intenso."

En "El Día" le tocó también a Sabat hacer la sección ganadería y agricultura como se ha dicho, para lo cual estuvo durante varios días en la estación agronómica de Colonia, siguiendo los trabajos del célebre doctor Berger, a fin de redactar artículos de filotecnia (técnica de las semillas).

Cuando después de estar en el Instituto fototécnico pasó a hacer la crónica parlamentaria, tuvo ocasión de conocer a todos los grandes políticos del país y de aquella época.

En algunas noches en las que se debía quedar de guardia en "El Día" hasta las cinco de la mañana, tenía ocasión de escribir las crónicas de los crímenes que se cometían durante la noche.

Más de una vez quedaban él y Vicente Basso Maglio (1889-1950) y tenían ocasión, como grandes amigos que eran, de hablar sobre sus respectivas obras literarias. Señalemos que Basso Maglio escribió en 1917 "El Diván y el Espejo", "Canción de los pequeños círculos y los grandes horizontes" (de poesía algo barroca y tendencia simbolística, honda pero difícil aunque es de lo mejor que escribió) y además, en prosa en 1929 su ensayo sobre el tema de la estética bajo el título "De expresión Heroica" y en 1930 "La tragedia de la Imagen". Autor muy capaz, pero que escribió poco.

Cuando ambos amigos dejaban su trabajo en "El Día" a las cinco de la mañana, tenían el buen apetito de la juventud, pero lo que les faltaba era el dinero para comer en alguno de los lugares nocturnos. Y dice Sabat que en esos casos esperaban la noticia de la muerte de alguien. Cuando venían con un aviso fúnebre, Basso Maglio, quien era muy gracioso e ironista y reconocía los pasos característicos del empleado de empresas fúnebres que traía los avisos mortuorios, le decía a Sabat: "-Escucha sus pasos: Éste nos trae un muerto fresco para esta noche. Ese empleado depositaba el dinero para el anuncio mortuorio del día siguiente y tanto Basso Maglio como Sabat lo tomaban y dejaban un recibo a Barrandeguy para que les descontara el dinero del sueldo a fin de mes. Barrandeguy -aclaró Sabat- que era un administrador sumamente escrupuloso, comprendía, cierto, la necesidad de esos muchachos que hacían el trabajo nocturno y siempre la disculpaba, pero al pagarles el sueldo a fin de mes les decía: "-Vamos a contar bien porque éste tiene dos muertos en su contra y éste otro tantos..."

Sabat se arriesgaba a mucho y para probarle a Diana que creía que se curaría tomaba en la misma copa de ella. Pero Diana se agravó y falleció ante la tristeza muy grande de Sabat; solamente permanecieron alrededor de tres años de casados. Estando solo en la pieza de la casa alquilada donde habían vivido ambos, le ocurrió a Sabat una visión que le impresionó; sintió ruidos en la escalera y Diana de la Fuente, que ya había fallecido, se le apareció en el momento en que Sabat estaba recostado en la cama. Ella llegó hasta la ventana donde había una mesa con libros, lo miró sonriente, le señaló el libro que estaba a punto de publicar y Sabat la miraba inmóvil y ella desapareció. El libro es "Pantheos", de manera que Sabat quedó solo con el trabajo de "El Día".

Por ese matrimonio fue concuñado de Herrera y Reissig aunque ya había muerto el gran poeta.

Vamos a narrar algunos recuerdos que Sabat Ercasty tenía de su actividad en El Día, la cual comenzó a principios de 1914 cuando tenía unos 26 años aproximadamente en el momento en que comenzó la primera guerra europea. Sabat admiraba mucho a Batlle y a veces trabajaba en ese diario notable no sólo de día sino que en algunas ocasiones le tocaba la labor nocturna para recibir telegramas y también cuidar el local. A ocasiones Batlle y Ordóñez llamaba por teléfono desde Piedras Blancas, su residencia, para adquirir noticias importantes extranjeras y políticas, especialmente cuando se desarrollaba la primera guerra mundial.

Por otra parte gustaba junto con otros empleados de ese diario, especialmente su muy buen amigo que trabajaba en él, el escritor Vicente Basso Maglio ir a Piedras Blancas a jugar los domingos al fútbol, pues se había hecho no lejos de aquella mansión, una especie de canchita para practicar dicho deporte. Los hijos de Batlle a los que conoció cuando eran estudiantes gustaban mucho también de practicarlo. También iba el que luego fue abogado y fiscal llamado Gerardo González Murigan que era muy amigo de todos ellos, y también otras personalidades. A veces, después de trabajar, salía de la casa Batlle y Ordóñez y entonces todos detenían el juego y se acercaban con devoción a saludarlo. En general Batlle los observaba de lejos para ver cómo jugaban, y entonces seguían un poco más; como demostración de su experiencia futbolística pero luego se acercaban a Batlle si el se detenía. Y me contó Sabat que un día al llegar hasta Batlle éste les dijo que le agradaba el fútbol porque era una lucha, un esfuerzo, y siempre se impresionaba en el instante en el que un jugador hacía un gol. Pero un día, meditando más el tema, agregó: "Cierto; por eso mismo me complace mirarlos a ustedes, pero les diré que si bien el pie logra buenos goles, conviene no olvidar que los mejores goles son los que se hacen con la cabeza."

Notable apreciación de Don Pepe, como se le llamaba; sus leyes humanas fueron notables tanto que transformó la economía del país; en aquella época el peso uruguayo valía dos centésimos más que el dólar.

Era adorado del pueblo y es de recordar cómo se lloró su fallecimiento... Vi a mi padre llorar... por única vez.

Fuentes:
http://letras-uruguay.espaciolatino.com
http://es.wikipedia.org

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