Disparo al aire una confesión: nací y vivo en Culiacán, Sinaloa, ciudad considerada cuna del narcotráfico y de la narcocultura. Sé lo que es despertar de madrugada, escuchando a lo lejos (o ahí nomás, a la vueltecita) el infame estruendo de una cuerno de chivo. Me avergüenzo de las cruces que se alzan por mi capital, delatando cada ejecución, esparciendo el olor a pólvora y a muerte.