Desde los años setenta en adelante, algo convulsionó la cultura humanística en los departamentos de inglés de las universidades norteamericanas. De pronto se pasó de una aceptación aproblemática de los valores críticos que organizaban los programas de lecturas a un sistemático desmantelamiento de esos valores y la consiguiente quiebra de los tradicionales consensos sobre lo que convenía que se leyera en clase y lo que no.